EMMA CLINE
La escritora de los dos millones de euros (y una película) antes de los 30
Ha pasado de ser una niña actriz a la autora más codiciada (su libro, 'Las Chicas', se ha vendido a 35 países) y venerada por la crítica.
No tiene web. No tiene cuenta de Twitter. No pontifica con notas de texto desde Instagram o podcasts a lo Bret Easton Ellis. Emma Cline (California, 1988) vendría a ser la antimillenial de nuestro tiempo. La excepción a esa generación que dicen que está empeñada en compartirlo todo. Su historia haría estallar el cerebro a cualquier analista de tendencias que categoriza y mete en un saco a todos los nacidos a finales de los 80. ¿Una veinteañera que triunfa sin exponer su vida personal en 2016? ¿Sin acumular millones de seguidores en redes sociales o buscar la metafísica del selfie? Nah, dirían algunos. Pero así ha sido. Cline es el hype (justificado) del otoño. Es imposible escapar a los artículos laudatorios sobre su adictivo debut literario, Las Chicas (Anagrama). Tampoco hay salida ante las continuas recomendaciones del boca a boca. Si fuera por Jennifer Egan, Richard Ford o Lena Dunham (acérrimos fans), usted debería parar todo lo que está haciendo para leer la novela inspirada (levemente) en la vida de las jóvenes que poblaron la comuna hippie desde la que operó Charles Manson antes de que ordenase cometer sus fatídicos crímenes.
Las chicas de Cline, simplemente, están por todas partes. Inicialmente, el alboroto vino por los dos millones de dólares que adelantó Random House por encargar su manuscrito (y dos libros más) antes de que fuese una realidad. Porque Scott Rudin, el productor hollywoodiense de No es país para viejos o Steve Jobs, compró los derechos para llevarla al cine antes de que se publicase y en la Feria de Fráncfort de 2014, el libro de Cline fue el más codiciado. Y sólo tenía 25 años. Ahora, con 28, comprueba cómo la crítica se rinde a sus pies y sus chicas ya se han traducido a 35 idiomas. Todos andan rendidos ante lo que Jorge Herralde (editor y director de Anagrama) denomina como un “hallazgo” y “éxito estrepitoso” ante “los críticos de ceja alta que pensaban que les estaban metiendo un gol y que han sucumbido unánimamente” al fenómeno literario del año.
Cline, que ha pasado hoy por Barcelona en rueda de prensa para presentarlo, reniega de todo este alboroto en torno a su figura y cree que es “opresivo” reducir su éxito a su edad. “Ahora entiendo porque hay escritores que prefieren escribir de forma anónima, como Elena Ferrante”, dice, no sin antes bromear con que ella es la desconocida autora de superventas. Enfrascada en su nuevo proyecto del que poco ha querido desvelar, la autora vertebra su discurso asegurando que en Las Chicas ha querido ensalzar la amistad femenina, retratarla desde los ojos de una adolescente, alejándola así de la ominipresente mirada masculina en la literatura.
Aquí los crímenes “son los menos importante”. La historia que subyace es la de afrontar esos cambios hormonales, esa irrupción del deseo, las inseguridades y la necesidad de atención de la pubertad, especialmente la femenina, así como la “violencia cotidiana” que la rodea. Sus obsesiones, sus miedos, la admiración que despiertan las otras chicas y como éstas se presentan ante el mundo. Una cosificación, que, en su opinión, no ha cambiado mucho desde los 60. “Los chicos solo tienen que experimentar la vida como si fueran auténticas estrellas, pero las chicas tienen que pensar en cómo las verán, cómo las percibe el resto del mundo”, lamenta. ¿Eso la convierte en una novela para mujeres? Obviamente, no, aunque algunos críticos condescendientes quieran verlo así. Cline defiende la necesidad de personajes femeninos poliédricos. “Las mujeres en las novelas solemos ser un cliché o una nota al pie. Yo he invertido los papeles”, enfatiza; y ensalza la necesidad de una universalidad literaria no sólo en masculino: “Tener una visión binaria sobre si espara unos o para otros es simplista”.
Dedicada a sus cinco hermanas (son ocho en total, ella es la mayor de las chicas), Cline no quiere saber nada del proyecto de Hollywood que trasladará a la gran pantalla su novela. “Sé que han comprado los derechos pero no estoy nada involucrada y no quiero implicarme. El libro lo acabé y ya no me pertenece, si alguien quiere hacer algo con él, hará algo nuevo”. Ella, que de niña intentó lo de ser actriz (salió en una TV movie haciendo de una precoz Holly Hunter –When Billie beat Bobby, 2001- y apareció en un corto –Flashcards, 2003-), parece renegar de la sociología de los grandes estudios. “Ahí están todas esas chicas objeto, a los que solo conoces por fotografías estereotipadas, mi libro busca personajes más complicados y complejos”. Una revancha perfecta contra esas tardes eternas de castings supersticiosos donde siempre se ponía el mismo vestido, contaba meticulosamente los chicles que mascar antes de salir a leer o doblaba exactamente igual las páginas de sus guiones para tener suerte. Ahora defiende la “intimidad” del acto de escribir frente al exhibicionismo arquetípico del cine.
No sería Hollywood, pero algo grande esperaba a esta Cline. Su abuelo paterno fue uno de los inventores del jacuzzi. Su padre fundó unos viñedos con su apellido familiar en Sonoma (California) en los 80. A ella le ha llegado con la escritura. La culpa, dice, la tiene el “instituto hippie” en el que estudió: “hacíamos yoga, punto y leíamos muchísimo. A Lorrie Moore y a Richard Ford. Los relatos cortos me fascinaron desde pequeña”. De ahí que empezase a escribir (algún artículo confesional como el de Salon en el que narraba sus dificultades de ser una madrasta a los 21) y que uno de sus relatos sobre una adolescente, Marion, provocase una calurosa acogida tras publicarlo en The Paris Review. A partir de aquello, todo ha sido un camino de éxitos. Y sin sobreexponer su vida privada o sus opiniones en las redes. Se puede.
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