sábado, 18 de abril de 2009

Javier Tomeo / El asesino


EL ASESINO
Javier Tomeo 
    
    
Cuando terminó aquella película de miedo no se encendieron las luces de la sala. Todo continuó a oscuras. Sólo se veía la bombilla roja que señalaba la puerta de los servicios. Algunos espectadores se armaron de valor y no tuvieron problemas para encontrar la salida. Otros, pensando en el asesino de la película, tuvieron miedo y continuaron en sus asientos. Juan K., por ejemplo, fue de los que no se atrevieron a moverse. Cerró los ojos -uno, por cierto, era más grande que el otro-, se cruzó de brazos y trató de animarse pensando en su novia francesa, que era lo más contrario a la muerte entre todas las cosas que conocía.
      Media hora después, al abrir otra vez los ojos, advirtió que los demás espectadores le habían dejado solo y que el asesino estaba sentado a su lado.
      -Vamos a ver -le preguntó aquel canalla, mientras su mano derecha acariciaba la empuñadura del puñal-, dígame cuáles son los motivos que tiene usted para continuar vivo.
      -Tengo una novia francesa -le contestó Juan, procurando que no le temblase demasiado la voz.
      El asesino no esperaba una respuesta como aquélla y se quedó pensando. Luego le pidió que le explicase un poco cómo era la chica y Juan le dijo que era rubia y tenía los ojos azules.
      -Eso no es suficiente -masculló el asesino, sin apartar la mano del puñal-, dígame, por lo menos, cómo se llama.
      Juan le dijo que se llamaba Jacqueline y que, además de los ojos azules, tenía una vocecita de niña perdida en el bosque que le ponía cachondo.
      -Me parece que es usted bastante guarro -le dijo entonces el asesino.
      Y levantó el puñal con las peores intenciones. Juan pidió auxilio y se acercaron corriendo los acomodadores, que hasta aquel momento habían estado en el vestíbulo jugando a los chinos. Se abalanzaron sobre el asesino y le redujeron en un abrir y cerrar de ojos.
      Lo malo fue que luego no supieron qué hacer con él, si llevarle a la comisaría, que estaba dos calles más arriba, o devolverle a la ficción de la que procedía.
      -Reconozco que no es fácil encontrar el camino que conduce desde la realidad hasta la fantasía -les dijo el Subdirector General de Política Hidráulica, personado en el lugar de los hechos.
      Pidieron consejo por teléfono al Director General y decidieron encerrar al psicópata asesino en un cuarto trastero y tenerle quince días a pan y agua.
      Una semana más tarde el asesino consiguió escapar y regresar por su cuenta y riesgo a la ficción. No pudo, de todas formas, recuperar su papel de asesino porque mientras estuvo fuera la película de terror se había convertido en una dulce historia de amor, protagonizada por otra Jacqueline de ojos azules y un Juan asimétrico que también tenía miedo de la oscuridad, pero que no podía oír la vocecita de su enamorada sin que se le revolucionasen todos los sentidos.

Javier Tomeo
Cuentos perversos
Anagrama, Barcelona, 2002



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