Paulina Chiziane, una feminista africana
Chema Caballero
23 de abril de 2013
Siempre digo que a pesar de haber vivido tantos años en Sierra Leona descubrí la literatura africana muy tarde. Hasta hace pocos años no existían librerías en Freetown y la mayoría mis libros los adquiría en las escalas europeas de mis vuelos. Ahora, al moverme por el continente descubro con sorpresa que la realidad en muchos países es muy distinta, por eso hoy puedo hablar de uno de mis últimos descubrimientos: Paulina Chiziane.
Me tope con ella el pasado mes de septiembre, cuando un sábado por la mañana, acompañado de mi amiga Marga Sanmartín, entré en la librería Conhecimento, en la Avenida 24 de Julho, en el barrio de Polana de Maputo. Pregunté al dueño sobre algunos autores mozambiqueños y me recomendó, evidentemente, a Mia Couto y a Ungulani Ba ka Khosa, Lília Momplé y a Paulina. De ella tenía dos libros: Niketche: Uma historia de poligamia y Ventos do apocalipse.
De los cinco libros que compré, el primero que me llamó la atención fue el de Niketche, quizás, pienso yo, porque esos días estaba visitando un proyecto de Médicos del Mundo en Matola, cerca de la capital, sobre violencia de género, y empecé a devorarlo sin demora.
Paulina vivió en el campo hasta los 7 años, cuando se trasladó a un suburbio de Lourenço Marquez, que es como se llamaba entonces la capital del país, para poder estudiar. En su pueblo hablaba su lengua materna, el chope, y tuvo que aprender el portugués en el colegio. Llegó hasta la universidad pero no terminó sus estudios. Con 20 años presenció la independencia de Mozambique y la celebró con gritos contra el colonialismo. Años después comenzó la guerra civil que arrasó el país y que llevo a Paulina al desencanto, como bien se lee en Ventos do apocalipse.
A Chiziane no le gusta que la etiqueten como escritora y prefiere definirse como contadora de historias, de aquellas que aprendió de su abuela o de otros ancianos alrededor de la hoguera durante su infancia y su juventud.
Niketche es el nombre de una danza de iniciación sexual femenina de los macua, un grupo étnico que habita en el norte de Mozambique. Es también el título la novela que Paulina publicó en 2002 y que cuenta la historia de amor entre Rami, una mujer del sur y de clase social alta, y de Tony, un importante jefe de la policía de Maputo. Casada desde hace veinte años y madre de varios hijos, Rami siente que su marido la desprecia y, tras una dolorosa investigación, descubre que tiene otras cuatro mujeres y muchos otros hijos. En un principio se enfrenta y pelea con las amantes de su marido, pero al final termina siendo amiga y asesora de todas ellas, propiciando que Tony se case con cada una de ellas y las dote, para que adquieran respeto y reconocimiento delante de la sociedad.
A través de estas mujeres Rami entra en contacto con siglos de tradición y de costumbres, muchas de ellas crueles, y con la diversidad de mundos y culturas que conviven en un mismo país.
Desde fuera, es difícil entender que las cinco mujeres decidan compartir un mismo hombre y, luego dos de ellas el mismo amante. ¿Qué sacan de este juego? ¿Por qué participan en él?, me pregunto.
Es difícil entender como unas y otras se dan consejos para atender al marido común con la mayor sumisión: de rodillas, reservándole las mejores partes del pollo, dejando todo para atender a sus deseos tal y como la tradición requiere.
Es difícil comprender a la suegra de Rami para la que la monogamia es un sistema inhumano que margina a una parte de las mujeres y otorga privilegios a otras.
Es difícil aceptar que cuando se hable de violencia se diga: “Mi padre siempre golpeó a mi madre, pero ella nunca abandonó el hogar. Las mujeres antiguas son mejores que las de hoy, que se asustan con un simple azote”.
Es difícil entender que Rami se someta a la ley del levirato con gusto para vengarse de su marido, asintiendo a la tradición.
Me viene la duda de si todo esto no es un recurso que usa Chiziane para mostrar y denunciar el sufrimiento de las mujeres africanas, cuestionando al mismo tiempo los valores tradicionales. Y la pregunta que me surge después de leer el libro es: ¿Se puede decir que Paulina es feminista?
Alguna vez me he cuestionado sobre el feminismo en África. Nunca me he parado a estudiarlo o a leer mucho sobre él. Pero a un grupo de amigas sierraleonesas, muchas de ellas abogadas y médicas que en su mayoría han estudiado y vivido fuera del país, con las que de vez en cuando coincidía en Freetown, cuando les pedía consejos sobre dudas que me surgían al trabajar algunos valores, o ver las actitudes frente a determinados temas, de las chicas que estaban en los programas que yo dirigía, constantemente me insistían en que no se puede equiparar el feminismo africano al europeo. Una de ellas, Hawa, siempre me recordaba que la civilización europea llevó tanto sufrimiento a África que cualquier idea proveniente de allí, incluso hablando de derechos humanos, siempre se recibe con desconfianza. No sé hasta qué punto esto es cierto, pero leyendo Niketche me acordé de alguna de aquellas conversaciones.
La novela de Paulina Chiziane me hizo recordar el conflicto interno al que están sometidas muchas mujeres africanas, especialmente las más jóvenes y sobre todo las de las ciudades (y más si estudian), que tienen que debatirse entre el mundo moderno, muchas veces erróneamente identificado con lo occidental, y el mundo tradicional, aquel que es eminentemente machista, donde la mujer es siempre una propiedad (del padre, del marido, del cuñado o del hijo mayor si tiene suerte) y donde su función en la vida es la de servir y procrear.
Esto, quizás, pueda ayudarnos a recordar, enlazando con nuestra manía tan occidental de poner a todo etiquetas y con lo que me decían mis amigas sierraleonesas, que no existe el feminismo como visión universal y monolítica de la situación de la mujer en el mundo, como muchas veces el reduccionismo etnocéntrico de los países del Norte quiere imponer al resto del mundo.
Creo que una de las grandes aportaciones de la novela de Paulina Chiziane es el poner de relieve que en el caso de las mujeres africanas elementos como la colonización, el racismo, la religión, las tradiciones culturales o la pobreza, entre muchos otros, tienen que ser tomados en cuenta. Además, nos insiste en que el punto de vista de las mujeres africanas tiene la prioridad, un aspecto tantas veces ignorado en el Norte que sigue imponiendo como universales, en lo que es un claro ejercicio de neocolonialismo, postulados que no se adaptan a las realidades de las mujeres de los países en desarrollo.
Por eso, a los que llegamos de fuera, muchas veces nos da la impresión de que el feminismo es algo muy de nuestras sociedades y caemos en el error de pensar que las mujeres africanas no quieren cambiar su situación. De ahí que existan tantas ONG y organizaciones internacionales que tienen como único objetivo abrir los ojos a las mujeres africanas y que muchas veces no tienen en cuenta lo que ellas mismas piensan.
Me pregunto: ¿Qué significa ser feminista en África? y, evidentemente, no tengo la respuesta, pero quizás la clave nos la dé Paulina al demostrar que poco a poco, y con la ayuda y apoyo de sus compañeras, cada una de las mujeres de Tony encuentra la forma de ser autosuficiente, de no tener que depender de un hombre y poder decidir su propio destino. Historias que rezuman empoderamiento y educación de mujeres, aunque en la novela Paulina Chiziane no utilice esos términos.
En Niketche, una historia de poligamia (traducida al castellano y publicada por Ediciones el cobre en 2004), Paulina hacen oír las voces de las mujeres del continente, denuncian los conflictos y la dominación que viven cada día, describen la violencia a la que están expuestas y la denuncian como una forma grave de discriminación y una violación de sus derechos como personas.
Lo trágico es que la mayoría de las mujeres africanas no puedan leer obras como esta. A pesar de los avances conseguidos en los últimos años, todavía son muchas las mujeres y niñas en África que no son capaces de leer. Queda mucho trabajo por hacer y posiblemente sean las mujeres africanas las que más tengan que implicarse y esforzarse para cambia su propia suerte.
Como siempre me repetían mis amigas sierraleonesas cuando les planteaba temas como la Mutilación genital femenina o la violencia contra las mujeres, por ejemplo: “Esas son cosas que solo nosotras podemos cambiar, tenemos el conocimiento para saber que eso no debe ser así, hablamos el mismo lenguaje que nuestras abuelas y madres y podemos entrar en el bosque sagrado, donde estos temas se discuten, pero lo haremos a nuestro ritmo y no al que nos impongáis desde fuera”.
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