La Biblia de Hugo Chávez
El Socialismo del Siglo XXI querría ser la codificación doctrinal de la religión política del chavismo
El Islam tiene el Corán; las diversas confesiones cristianas, desde el maremágnum de protestantismos al catolicismo uno y trino, cuentan con diferentes recopilaciones de la Biblia; el judaísmo se apaña con el Talmud y la Torá; el Tao, o el camino, hace las veces de Kempis oriental; el marxismo no carece de libro de cabecera, El Capital; y el chavismo, en su afán de perdurabilidad, parece que debería concretar en forma documental ese sugerente eslogan de Socialismo del Siglo XXI, en el que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, quería encapsular objetivos, ensoñaciones y proyectos para la refundación del país. Pero a la hora de su fallecimiento, víctima de un cáncer, el pasado 5 de marzo, poco o nada se había hecho o dicho que permitiera hablar de codificaciones. Por ello, ante los comicios presidenciales del domingo, 14, en los que el presidente encargado, el exsindicalista Nicolás Maduro, se enfrenta al candidato de la oposición, el multimillonario Henrique Capriles, veamos si es posible identificar ¿qué es eso del Socialismo del Siglo XXI?
El término fue inventado a fin de los años 90 por un politólogo alemán, Hans Diederich, que asesoró a Chávez al inicio de su mandato (1999-2013), pero que hace ya algún tiempo que ha renegado de denominación tan ambiciosa, afirmando que en su interior no hay nada, a lo sumo la encarnación del capitalismo de Estado. El propio líder bolivariano utilizó por primera vez el mantra socialista, referido a su Gobierno, en enero de 2005, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, para declararse unas semanas más tarde personalmente socialista, con motivo de la celebración en Caracas de la IV Cumbre de la Deuda Social, el programa alternativo a las cumbres de los G-veintantos. Y con una candidez que solo cabe imaginar en quien se sabe sumo sacerdote del culto a su persona, Chávez admitía que la doctrina estaba aún por hacer cuando afirmaba que “aunque hay experiencias, logros y avances, tendremos que inventárnoslo, y de ahí la importancia de estos debates y esta batalla de ideas; hay que inventar el Socialismo del Siglo XXI y habrá que ver por qué vías”. En lo que podría ser un primer aterrizaje de ese objeto volante no identificado, el sociólogo norteamericano Stephen Levitsky decía que era: “un autoritarismo competitivo, que, a diferencia de las dictaduras o regímenes de partido único, es un híbrido; alberga instituciones democráticas que no son solo fachada; medios independientes y de oposición que compiten seriamente por el poder. Pero en cancha desigual, porque tienen menos recursos, menos acceso mediático, y sus líderes sufren diferentes tipos de hostigamiento” (Nov. 2010, La República de Lima). Teodoro Petkoff, director del diario caraqueño Tal Cual y eminencia gris de la oposición, cuenta que la información oficial se facilita, incluso sobre temas protocolarios como son las giras internacionales de Chávez, únicamente a medios afectos. No hablemos ya de quién se beneficia de la publicidad oficial que como el ojo del amo engorda el caballo.
Manuel Alcántara, director del departamento de América Latina de la universidad de Salamanca, subraya que la doctrina chavista “no cuenta con ningún texto medianamente estructurado”, sino que es “una cobertura a la propuesta bolivariana, que engloba viejas ideas con fuerte componente identitario como la patria grande, el anti-imperialismo gringo, el paternalismo de Estado, la mejora de las condiciones de vida de las clases humildes, y el caudillismo mesiánico”. En una primera búsqueda de filiaciones históricas, el analista peruano Luis Esteban G. Manrique, de Política Exterior (Madrid), lo califica de un populismo más cuyas referencias se encuentran en el peronismo y América Latina, en general: “¿Derechas, izquierdas? Yo gobierno con las dos manos, se burló una vez Perón cuando le preguntaron por su ideología”. Y lo que hizo el hoy icono electoral de Maduro fue “reformular para la Venezuela del siglo XXI el viejo modelo populista latinoamericano que se remonta a los años 40 del siglo pasado; del brasileño Getulio Vargas, del que se decía que ‘era el padre de los pobres y la madre de los ricos’; o del colombiano Jorge Eliecer Gaitán, que se declaraba ‘pueblo antes que hombre’. El carácter impreciso de ese populismo ha sido siempre una de las claves de su éxito”.
Alberto Barrera, posiblemente el mejor biógrafo independiente del líder, encuentra las primeras huellas de ese bolivarianismo en una trinidad, repetidamente exaltada por el propio Chávez: “La nuez de la ideología que anima el movimiento es un árbol de tres raíces: Bolívar, su mentor el maestro Simón Rodríguez, y el federalista Ezequiel Zamora”, este último un comerciante de provincias (1817-60) que encabezó una insurrección campesina fracasada en 1846; y a todo ello el líder desaparecido añadía una cuarta pata, aunque menor, la de Pablo Pérez Delgado,maisanta (madre santa), un guerrillero del siglo pasado fortuitamente antepasado del propio Chávez. El biógrafo enlaza, finalmente, todo ello con el legado de uno de los progenitores de la izquierda radical latinoamericana, el guerrillero venezolano Douglas Bravo.
Los medios son, naturalmente, el mayor vivero de opinión sobre el Socialismo y su fundador. Petkoff, que procede también de la izquierda guerrillera, habla desde el desengaño democrático cuando afirma: “Es una afortunada expresión inventada por Hugo Chávez para denominar su proyecto político, que hasta 2005 careció de cualquier definición ideológica. A partir de esa fecha, quizá por inspiración del propio Fidel Castro, comenzó a dar a sus desvaríos esa cobertura, como cabría esperar de alguien que confiesa no haber leído nada de marxismo, de forma que su socialismo consiste en una mescolanza indigerible de simplezas y simplificaciones, a las que atribuye algún parentesco con el pensamiento de Marx, aunque su traducción en la práctica sea un régimen autoritario, autocrático y militarista”. Michael Reid, el latinoamericanista residente de The Economist, cree que “combina marketing brillante con contenido poco definido, y se basa en el control hegemónico de la economía, sin que ello signifique el fin de la propiedad privada, con una distribución de la renta petrolera a beneficio de los sectores más pobres, a través de estructuras partidarias no institucionales”. Eleazar Díaz-Rangel, director de Últimas Noticias, el diario de mayor difusión de Venezuela, está considerado un chavista equilibrado, y coincide en parte con Reid: “Se habla de Socialismo del siglo XXI para diferenciarlo del que hubo el siglo pasado, que fracasó allí donde pudo ensayarse, o donde se ha transformado para evitar su derrumbe. El socialismo venezolano tendrá libertad de prensa, de asociación política, y se mantendrá la propiedad privada sobre los medios de producción no estratégicos”. La Prensa, entre ellos. Elides Rojas, director de la redacción de El Universal, el diario más prestigioso del país, lo ve, en cambio, como “un batiburrillo ideológico, dinamitado por la realidad, con la vieja retórica del comunismo cubano, el autoritarismo de las más atrasadas dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, su buena dosis de populismo y demagogia, hipocresía, doble discurso y, lo más grave, una gran corrupción”. En todo ello abunda con su explosivo verbo una de las plumas más cotizadas del país, Milagros Socorro, colaboradora entre otras publicaciones de El Nacional, competencia del anterior: “Es el totalitarismo de siempre, pero entonado con la rima de una supuesta redención de masas. La novedad estriba en el cinismo de sus defensores que aseguran que beneficia a los pobres, aunque haya devastado la economía venezolana y emplazado al país entre los más violentos del planeta”. Maye Primera excorresponsal de EL PAÍS en Venezuela lo ve más como “una estética, que una ideología; un adjetivo para cubrir con una pátina revolucionaria el viejo sistema rentista-petrolero”. Para Jorge Luis Benezra, periodista de Televen, es un apaño de “identidad ideológica con que justificar el poder”. Y Luz Mery Reyes, directora de una web caraqueña, sostiene, mientras navega escrupulosamente entre Scila y Caribdis, que “pretende superar las fallas del socialismo real, con empoderamiento de los menos favorecidos. Mezcla experiencias distintas como los consejos comunales, estructuras que podrían materializar la preponderancia del poder popular. Pero en la práctica sigue enfrentando los problemas del socialismo real desde un sistema capitalista, aunque signado por el dominio del Estado, que se apoya en los ingresos petroleros”.
Juan Carlos Monedero, profesor de la universidad española que ha sido asesor de Chávez, y en 2004 contribuyó a crear el Centro Internacional Miranda, una suerte de laboratorio ideológico de izquierdas, es quien se atreve a pergeñar una cierta definición enumerando lo que considera rasgos esenciales de ese Socialismo: “Es anti-imperialista y contrario a toda colonización económica o cultural; quiere superar el marco capitalista y no solamente corregir sus excesos neoliberales (lo que le aleja de la socialdemocracia del brasileño Lula) ; apuesta por el respeto al medio ambiente como herencia de la Pachamama indígena (cultos precolombinos que adoraban la Madre Tierra), y por la mujer, en los ámbitos laboral, familiar y político; es pacífico pero está armado; distingue entre socializar y estatalizar, y fía en formas populares de gestión económica; entiende que el Estado es solución y problema, con lo que promueve la autogestión del pueblo organizado, superando las limitaciones de la democracia representativa”. Añade con agudeza que el “pensamiento de Chávez lo construyen sus enemigos”, lo que suena como un eco de las palabras del propio líder bolivariano, cuando dijo que él era consecuencia de sus predecesores: la Venezuela rentista del pillaje petrolero.
El Socialismo à la Chávez, tenía inevitablemente que heredar características de su progenitor. Alberto Barrera habla de “político catódico” para subrayar la capacidad de arrastre casi hipnótico del líder sobre todo en los medios audiovisuales. Así, el Socialismo chavista comienza por un eslogan, afortunado como decía Petkoff, donde la referencia al siglo XXI parece excusar de ulteriores elaboraciones, porque es una work in progress. Chávez era un novelista de sí mismo, al que le caería bien la manoseada imagen de Pirandello, con la diferencia de que el autor ya lo tiene, él mismo, y lo que busca es la novela que mejor le siente a su personalidad. Adecuadamente, en este recorrido se ha producido una amalgama de opiniones que, aunque formalmente contradictorias, coinciden en la afirmación simultánea de unos rasgos y sus contrarios. Un Ying y Yan caribeño, que trata de poner en práctica un atractivo eslogan con competencia profesional dudosa, limitación pero no abolición de unas libertades que no son solo burguesas, corrupción que viene de antiguo, y en medio de una inseguridad ciudadana crecientemente atroz.
Monedero, que se encuentra estos días en Venezuela, destacaba, en una recopilación de José Poliszuk, en El Universal, que “la Biblia dice que los profetas te llevan a la Tierra Prometida, pero nunca llegan a ella. Maduro va a tener que manejar con política lo que el presidente Chávez solventaba con carisma”. Lo que va de ayer a hoy.
La Biblia de Hugo Chávez
El Socialismo del Siglo XXI querría ser la codificación doctrinal de la religión política del chavismo
El Islam tiene el Corán; las diversas confesiones cristianas, desde el maremágnum de protestantismos al catolicismo uno y trino, cuentan con diferentes recopilaciones de la Biblia; el judaísmo se apaña con el Talmud y la Torá; el Tao, o el camino, hace las veces de Kempis oriental; el marxismo no carece de libro de cabecera, El Capital; y el chavismo, en su afán de perdurabilidad, parece que debería concretar en forma documental ese sugerente eslogan de Socialismo del Siglo XXI, en el que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, quería encapsular objetivos, ensoñaciones y proyectos para la refundación del país. Pero a la hora de su fallecimiento, víctima de un cáncer, el pasado 5 de marzo, poco o nada se había hecho o dicho que permitiera hablar de codificaciones. Por ello, ante los comicios presidenciales del domingo, 14, en los que el presidente encargado, el exsindicalista Nicolás Maduro, se enfrenta al candidato de la oposición, el multimillonario Henrique Capriles, veamos si es posible identificar ¿qué es eso del Socialismo del Siglo XXI?
El término fue inventado a fin de los años 90 por un politólogo alemán, Hans Diederich, que asesoró a Chávez al inicio de su mandato (1999-2013), pero que hace ya algún tiempo que ha renegado de denominación tan ambiciosa, afirmando que en su interior no hay nada, a lo sumo la encarnación del capitalismo de Estado. El propio líder bolivariano utilizó por primera vez el mantra socialista, referido a su Gobierno, en enero de 2005, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, para declararse unas semanas más tarde personalmente socialista, con motivo de la celebración en Caracas de la IV Cumbre de la Deuda Social, el programa alternativo a las cumbres de los G-veintantos. Y con una candidez que solo cabe imaginar en quien se sabe sumo sacerdote del culto a su persona, Chávez admitía que la doctrina estaba aún por hacer cuando afirmaba que “aunque hay experiencias, logros y avances, tendremos que inventárnoslo, y de ahí la importancia de estos debates y esta batalla de ideas; hay que inventar el Socialismo del Siglo XXI y habrá que ver por qué vías”. En lo que podría ser un primer aterrizaje de ese objeto volante no identificado, el sociólogo norteamericano Stephen Levitsky decía que era: “un autoritarismo competitivo, que, a diferencia de las dictaduras o regímenes de partido único, es un híbrido; alberga instituciones democráticas que no son solo fachada; medios independientes y de oposición que compiten seriamente por el poder. Pero en cancha desigual, porque tienen menos recursos, menos acceso mediático, y sus líderes sufren diferentes tipos de hostigamiento” (Nov. 2010, La República de Lima). Teodoro Petkoff, director del diario caraqueño Tal Cual y eminencia gris de la oposición, cuenta que la información oficial se facilita, incluso sobre temas protocolarios como son las giras internacionales de Chávez, únicamente a medios afectos. No hablemos ya de quién se beneficia de la publicidad oficial que como el ojo del amo engorda el caballo.
Manuel Alcántara, director del departamento de América Latina de la universidad de Salamanca, subraya que la doctrina chavista “no cuenta con ningún texto medianamente estructurado”, sino que es “una cobertura a la propuesta bolivariana, que engloba viejas ideas con fuerte componente identitario como la patria grande, el anti-imperialismo gringo, el paternalismo de Estado, la mejora de las condiciones de vida de las clases humildes, y el caudillismo mesiánico”. En una primera búsqueda de filiaciones históricas, el analista peruano Luis Esteban G. Manrique, de Política Exterior (Madrid), lo califica de un populismo más cuyas referencias se encuentran en el peronismo y América Latina, en general: “¿Derechas, izquierdas? Yo gobierno con las dos manos, se burló una vez Perón cuando le preguntaron por su ideología”. Y lo que hizo el hoy icono electoral de Maduro fue “reformular para la Venezuela del siglo XXI el viejo modelo populista latinoamericano que se remonta a los años 40 del siglo pasado; del brasileño Getulio Vargas, del que se decía que ‘era el padre de los pobres y la madre de los ricos’; o del colombiano Jorge Eliecer Gaitán, que se declaraba ‘pueblo antes que hombre’. El carácter impreciso de ese populismo ha sido siempre una de las claves de su éxito”.
Alberto Barrera, posiblemente el mejor biógrafo independiente del líder, encuentra las primeras huellas de ese bolivarianismo en una trinidad, repetidamente exaltada por el propio Chávez: “La nuez de la ideología que anima el movimiento es un árbol de tres raíces: Bolívar, su mentor el maestro Simón Rodríguez, y el federalista Ezequiel Zamora”, este último un comerciante de provincias (1817-60) que encabezó una insurrección campesina fracasada en 1846; y a todo ello el líder desaparecido añadía una cuarta pata, aunque menor, la de Pablo Pérez Delgado,maisanta (madre santa), un guerrillero del siglo pasado fortuitamente antepasado del propio Chávez. El biógrafo enlaza, finalmente, todo ello con el legado de uno de los progenitores de la izquierda radical latinoamericana, el guerrillero venezolano Douglas Bravo.
Los medios son, naturalmente, el mayor vivero de opinión sobre el Socialismo y su fundador. Petkoff, que procede también de la izquierda guerrillera, habla desde el desengaño democrático cuando afirma: “Es una afortunada expresión inventada por Hugo Chávez para denominar su proyecto político, que hasta 2005 careció de cualquier definición ideológica. A partir de esa fecha, quizá por inspiración del propio Fidel Castro, comenzó a dar a sus desvaríos esa cobertura, como cabría esperar de alguien que confiesa no haber leído nada de marxismo, de forma que su socialismo consiste en una mescolanza indigerible de simplezas y simplificaciones, a las que atribuye algún parentesco con el pensamiento de Marx, aunque su traducción en la práctica sea un régimen autoritario, autocrático y militarista”. Michael Reid, el latinoamericanista residente de The Economist, cree que “combina marketing brillante con contenido poco definido, y se basa en el control hegemónico de la economía, sin que ello signifique el fin de la propiedad privada, con una distribución de la renta petrolera a beneficio de los sectores más pobres, a través de estructuras partidarias no institucionales”. Eleazar Díaz-Rangel, director de Últimas Noticias, el diario de mayor difusión de Venezuela, está considerado un chavista equilibrado, y coincide en parte con Reid: “Se habla de Socialismo del siglo XXI para diferenciarlo del que hubo el siglo pasado, que fracasó allí donde pudo ensayarse, o donde se ha transformado para evitar su derrumbe. El socialismo venezolano tendrá libertad de prensa, de asociación política, y se mantendrá la propiedad privada sobre los medios de producción no estratégicos”. La Prensa, entre ellos. Elides Rojas, director de la redacción de El Universal, el diario más prestigioso del país, lo ve, en cambio, como “un batiburrillo ideológico, dinamitado por la realidad, con la vieja retórica del comunismo cubano, el autoritarismo de las más atrasadas dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, su buena dosis de populismo y demagogia, hipocresía, doble discurso y, lo más grave, una gran corrupción”. En todo ello abunda con su explosivo verbo una de las plumas más cotizadas del país, Milagros Socorro, colaboradora entre otras publicaciones de El Nacional, competencia del anterior: “Es el totalitarismo de siempre, pero entonado con la rima de una supuesta redención de masas. La novedad estriba en el cinismo de sus defensores que aseguran que beneficia a los pobres, aunque haya devastado la economía venezolana y emplazado al país entre los más violentos del planeta”. Maye Primera excorresponsal de EL PAÍS en Venezuela lo ve más como “una estética, que una ideología; un adjetivo para cubrir con una pátina revolucionaria el viejo sistema rentista-petrolero”. Para Jorge Luis Benezra, periodista de Televen, es un apaño de “identidad ideológica con que justificar el poder”. Y Luz Mery Reyes, directora de una web caraqueña, sostiene, mientras navega escrupulosamente entre Scila y Caribdis, que “pretende superar las fallas del socialismo real, con empoderamiento de los menos favorecidos. Mezcla experiencias distintas como los consejos comunales, estructuras que podrían materializar la preponderancia del poder popular. Pero en la práctica sigue enfrentando los problemas del socialismo real desde un sistema capitalista, aunque signado por el dominio del Estado, que se apoya en los ingresos petroleros”.
Juan Carlos Monedero, profesor de la universidad española que ha sido asesor de Chávez, y en 2004 contribuyó a crear el Centro Internacional Miranda, una suerte de laboratorio ideológico de izquierdas, es quien se atreve a pergeñar una cierta definición enumerando lo que considera rasgos esenciales de ese Socialismo: “Es anti-imperialista y contrario a toda colonización económica o cultural; quiere superar el marco capitalista y no solamente corregir sus excesos neoliberales (lo que le aleja de la socialdemocracia del brasileño Lula) ; apuesta por el respeto al medio ambiente como herencia de la Pachamama indígena (cultos precolombinos que adoraban la Madre Tierra), y por la mujer, en los ámbitos laboral, familiar y político; es pacífico pero está armado; distingue entre socializar y estatalizar, y fía en formas populares de gestión económica; entiende que el Estado es solución y problema, con lo que promueve la autogestión del pueblo organizado, superando las limitaciones de la democracia representativa”. Añade con agudeza que el “pensamiento de Chávez lo construyen sus enemigos”, lo que suena como un eco de las palabras del propio líder bolivariano, cuando dijo que él era consecuencia de sus predecesores: la Venezuela rentista del pillaje petrolero.
El Socialismo à la Chávez, tenía inevitablemente que heredar características de su progenitor. Alberto Barrera habla de “político catódico” para subrayar la capacidad de arrastre casi hipnótico del líder sobre todo en los medios audiovisuales. Así, el Socialismo chavista comienza por un eslogan, afortunado como decía Petkoff, donde la referencia al siglo XXI parece excusar de ulteriores elaboraciones, porque es una work in progress. Chávez era un novelista de sí mismo, al que le caería bien la manoseada imagen de Pirandello, con la diferencia de que el autor ya lo tiene, él mismo, y lo que busca es la novela que mejor le siente a su personalidad. Adecuadamente, en este recorrido se ha producido una amalgama de opiniones que, aunque formalmente contradictorias, coinciden en la afirmación simultánea de unos rasgos y sus contrarios. Un Ying y Yan caribeño, que trata de poner en práctica un atractivo eslogan con competencia profesional dudosa, limitación pero no abolición de unas libertades que no son solo burguesas, corrupción que viene de antiguo, y en medio de una inseguridad ciudadana crecientemente atroz.
Monedero, que se encuentra estos días en Venezuela, destacaba, en una recopilación de José Poliszuk, en El Universal, que “la Biblia dice que los profetas te llevan a la Tierra Prometida, pero nunca llegan a ella. Maduro va a tener que manejar con política lo que el presidente Chávez solventaba con carisma”. Lo que va de ayer a hoy.
El fantasma de Chávez preside el final de la campaña electoral venezolana
Maduro asegura que la revolución bolivariana continúa en un gran mitin de masas en Caracas
Luis Prados, Caracas 12 ABR 2013 - 14:03 CET
Nicolás Maduro, el presidente ungido en su lecho de muerte por el caudillo bolivariano Hugo Chávezc, cerró en la noche del jueves la campaña electoral más corta de la historia de Venezuela, de tan solo diez días de duración, con un gigantesco acto de masas en Caracas. Ante cientos de miles de partidarios vestidos de rojo y acompañado por el exfutbolista Diego Armando Maradona, Maduro, con camisa blanca, llamó a una victoria aplastante, con no menos de 10 millones de votos, en las presidenciales del domingo. “La burguesía cree que la revolución llegó a su fin, que el chavismo se acabó, pero hay Chávez para rato en la historia futura de esta patria libre e independiente, la revolución continúa”, clamó.
El huracán bolivariano estaba programado para coincidir con el undécimo aniversario del golpe de Estado fracasado contra Chávez y el mitin, plagado de jaculatorias revolucionarias, tuvo el carácter de una ceremonia religiosa en la que Maduro fue entronizado como el verdadero y único hijo del “comandante supremo”, del “redentor de los pobres”, del “gigante de los pueblos latinoamericanos”.
El presidente encargado no dejó pasar la efeméride y amenazó al líder opositor, Henrique Capriles, con estas palabras: “Si el señorito se atreve a desconocer los resultados del domingo, llamaré al pueblo y se convertirá en otro Carmona”, en alusión al empresario Pedro Carmona, cabeza visible del golpe de 2002.
Asimismo, prometió luchar contra la inseguridad ciudadana, acabar con la corrupción, mejorar las infraestructuras y la situación económica, sobre todo en el sector eléctrico, que prometió declararlo “asunto de seguridad nacional” y “militarizar” todo el sistema.
La marea roja chavista llenó las siete principales avenidas del centro de la capital. Miles de personas y empleados públicos acarreados en autobuses en el mejor estilo del PRI mexicano se concentraron en el centro de Caracas para dar el apoyo de la raza a su candidato. Todos los entrevistados explicaban emocionados su presencia expresando su agradecimiento a la obra social de Chávez y su plena confianza en Maduro. Patria, lucha, revolución y amor al comandante eran las palabras más repetidas así como los eslóganes “¡Chávez, te lo juro, voto por Maduro!” y “¡Con Maduro, el pueblo está seguro!”. Algunas mujeres llevaban un bigote postizo en homenaje al “candidato de la patria” como le llaman los medios oficiales.
Capriles cerró su campaña en el Estado de Lara, en el centro oeste del país. Llamó a los venezolanos a “derrotar la violencia” y a sacar al país adelante con “esperanza, fuerza y valentía”. Prometió la creación de tres millones de empleos nuevos, una subida salarial general del 40% y dijo que el domingo la elección es “entre la vida y la muerte”.
Dada la extrema polarización política que vive el país, la campaña ha sido un intercambio de golpes más que de propuestas entre el heredero del líder bolivariano y el candidato opositor, y una especie de segunda vuelta de las elecciones del pasdo 7 de octubre cuando el oficialismo se impuso por 1,8 millones de votos (cerca de 8 millones contra seis). Ha sido también la primera sin la presencia física de Chávez aunque su fantasma haya estado permanentemente en el primer plano de la propaganda del Gobierno hasta el extremo de convertir los comicios en una guerra santa en honor del “hijo del Cristo de los pobres”. En cualquier caso, como dice el analista Manuel Felipe Sierra, “aunque Maduro haya actuado como un médium del caudillo, la desaparición de Chávez es ya un elemento de distensión y gane quien gane se abrirá una nueva etapa política en Venezuela”.
El recuerdo constante del comandante por parte de Maduro, al que ha citado más de 5.000 veces y ha llegado a aparecérsele como un pajarito es una escena ridícula que dio la vuelta al mundo, podría tener efectos indeseados. Si por una parte, el antiguo sindicalista y exministro de Exteriores, quien nunca antes se ha sometido al veredicto de las urnas, necesitaba concentrar el voto de adhesión sentimental al líder fallecido, por otra la comparación entre los dos hombres y las constantes referencias al pasado juegan en su contra, según los analistas.
“El carisma de Chávez no se reemplaza. Era un encantador de serpientes que cuando hablaba producía un carrusel de emociones. Maduro es el rey del autogol”, afirma el poeta y escritor Leonardo Padrón. Su heredero se ha visto obligado a aprobar en sus primeros cien días de Gobierno dos devaluaciones del bolívar, que ha perdido un 46% de su valor, y sus promesas electorales sobre mejoras en las infraestructuras y servicios públicos corrían el peligro de sonar a críticas al nuevo santón popular. Pese a la demostración de fuerza de ayer, la fidelidad real del votante de simpatía chavista a Maduro es una de las incógnitas de la campaña. En anteriores elecciones, cuando el comandante no era candidato, el voto de sus partidarios bajaba. Esa abstención podría ser clave ahora cuando sondeos internos de algunos institutos de opinión apuntan a un resultado mucho más ajustado del que se preveía.
Si se confirmara esa tendencia será mérito indiscutible de Capriles, que aceptó la candidatura en unos momentos muy difíciles para la oposición tras sus derrotas en octubre y en las regionales de diciembre. En pocos días ha logrado devolver la esperanza a su electorado recurriendo a la munición empleada en las pasadas elecciones –garantía de que conservará las conquistas sociales del chavismo y promesa de una gestión más eficaz-, pero, sobre todo, empleando un tono mucho más agresivo contra su rival e insistiendo en las irregularidades del sistema electoral.
Sus críticas al Centro Nacional Electoral (CNE), integrado por mayoría de chavistas, así como sus sospechas de un posible fraude electoral han sido un tema central de su campaña. Semanas atrás se supo que un miembro del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tenía acceso al sistema operativo de 45.000 máquinas de votación y hay dudas sobre la validez del censo electoral. Capriles ha hablado incluso de que el régimen prepara el llamado Plan Stalin para “torcer la voluntad popular”.
Estas circunstancias han sembrado la inquietud sobre la posibilidad de incidentes violentos en la noche electoral y en los días siguientes si alguno de los dos contendientes no reconociese su derrota. En ese caso será crucial el papel que adopten las Fuerzas Armadas, garantes del orden constitucional, pero muy ideologizadas en sus niveles más altos.
La violencia política ya ha estado presente en la campaña con el apaleamiento ayer de 14 partidarios del líder de la oposición en la ciudad de Mérida por descontrolados chavistas o días atrás el asalto a tiros y botellazos por otros fanáticos del régimen al campamento de un grupo de estudiantes que realizaban una huelga de hambre en una plaza de Caracas para exigir elecciones limpias. También la violencia común. Además de los asesinatos y balaceras habituales que recogen los periódicos, varias figuras populares en el país han sido víctimas recientemente de secuestros exprés.
La suerte está echada y solo hay una cosa segura: que gane quien gane heredará una complicada situación económica con una industria petrolera en crisis, alta inflación, gran déficit fiscal y deuda pública, apagones y acuciante desabastecimiento de alimentos básicos.
12 Abr 2013 - 8:04 am
Elecciones en Venezuela
Maduro "podría lamentar" su victoria,
según Washington Post
Según el diario, el panorama de Venezuela no es el mejor
después de que Chávez dejara un “desastre” en áreas económicas y sociales en el país.
Por: EFE
Foto: Nicolás Maduro / AFP
El presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, "podría lamentar su victoria" en las elecciones del domingo próximo porque tendrá que lidiar con el legado de Hugo Chávez, indicó este viernes en un editorial el diario The Washington Post.
El editorial destaca que las elecciones venezolanas no contarán con la presencia de observadores electorales de la Unión Europea ni de la Organización de Estados Americanos (OEA) y añade que "no es una sorpresa que las encuestas muestren que Maduro ganará esta contienda".
"Y si por azar no gana, es poco probable que el régimen acepte el resultado", agrega el editorial. "El mismo Maduro declaró recientemente que la respuesta sería 'un levantamiento popular'".
"Pero Maduro podría llegar a lamentar su triunfo", advierte el Post.
"Chávez dejó un desastre extraordinario que incluye la inflación galopante, la escasez grave de energía y bienes de consumo y una de las tasas de homicidios más altas del mundo", indica el editorial.
"Las exportaciones de petróleo, que han mantenido el país a flote, están disminuyendo", apunta. "Probablemente ni el mismo Chávez podría haber asegurado la tolerancia de los pobres del país por el duro remezón económico que se avecina. Y Maduro, seguramente, no la tendrá".
El editorial señala que Maduro, un exconductor de autobuses, de 50 años de edad, "obviamente falto de carisma, va a los extremos para vincularse con su mentor, y eso no es una sorpresa".
"Tampoco es una sorpresa, desafortunadamente, la forma en que el gobierno maneja la elección", afirma. "En violación de la constitución venezolana a Maduro se le declaró presidente después de la muerte de Chávez, dándole vastos poderes sobre el gasto y los medios del Estado", añade.
Maduro "ordena regularmente cadenas nacionales de televisión en las cuales él promete que resolverá los enormes problemas del país y lanza vituperios al dirigente opositor Henrique Capriles".
"Las fuerzas armadas y la empresa estatal petrolera, las dos instituciones mayores de Venezuela, se han movilizado descaradamente en apoyo de Maduro", según el editorial.
En contraste "a la campaña de Capriles se le han asignado cuatro minutos de difusión diaria en los múltiples canales de la televisión estatal, y a sus representantes se les ha negado el acceso al centro de escrutinio de votos en la noche de la elección", apunta el Post.
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