Valeria Luiselli |
Valeria Luiselli: “Sólo un exiliado puede contar realmente su historia”
La escritora mexicana, reciente finalista del Premio Booker, recupera en su novela Desierto sonoro (Sexto Piso) el tema de los niños migrantes y explora cómo se construyen la identidad y la memoria.
Andrés Seoane
19 de septiembre de 2019
En el verano de 2014, la entonces prometedora Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), que tras el enorme éxito de Los ingrávidos (2011) acababa de publicar La historia de mis dientes, se embarcó en un proyecto relacionado con “lo que todavía hoy en día se llama la crisis migratoria, esta crisis de refugiados, entre ellos niños no acompañados”. Pero lo que en principio iba a ser una novela se convirtió en otra cosa cuando la escritora se implicó de manera más activa. “Empecé a trabajar como intérprete voluntaria y entrevistadora en la corte de inmigración recopilando testimonios para ayudar a los niños a encontrar abogados que los defendiesen de la deportación, y en un momento dado me di cuenta de que estaba usando la novela como una especie de receptáculo, depósito, de los testimonios que escuchaba, de mi propia rabia política, mi frustración, mi tristeza… La estaba convirtiendo en un medio para un fin, o sea, en una novela francamente ilegible”, reconoce.
Así que Luiselli aparcó la novela y volcó toda su documentación y su sentido político en el ensayo Los niños perdidos
(Sexto Piso, 2016), testimonio descarnado y cercano de los primeros años de esta crisis y ganador del American Book Award. Y después sí, una vez liberada de la presión de la actualidad, de la realidad, la escritora pudo retomar una novela, Desierto sonoro (Sexto Piso), que aborda la misma problemática de la migración infantil aderezada con el relato de una familia que se descompone y con agudas reflexiones sobre cómo documentar nuestra vida y cómo romper las barreras de la comunicación intergeneracional.
(Sexto Piso, 2016), testimonio descarnado y cercano de los primeros años de esta crisis y ganador del American Book Award. Y después sí, una vez liberada de la presión de la actualidad, de la realidad, la escritora pudo retomar una novela, Desierto sonoro (Sexto Piso), que aborda la misma problemática de la migración infantil aderezada con el relato de una familia que se descompone y con agudas reflexiones sobre cómo documentar nuestra vida y cómo romper las barreras de la comunicación intergeneracional.
Pregunta. De nuevo retoma la temática de los niños migrantes ¿qué le quedaba por contar?
Respuesta. Sentía que todavía era un tema que, más allá del ensayo podía dar más de sí. Quería explorar no sólo la migración, sino la manera en que articulamos el mundo los adultos y cómo la siguiente generación rearticula la historia y nos devuelve otra narrativa. Es decir, cómo se sucede la urdimbre de narrativas intergeneracionalmente, sobre todo cuando se trata de pensar en procesos de violencias política, de marginación de ciertos pueblos, de exterminio de otros.
P. ¿Cómo se retroalimentaron ambos textos, ambos géneros, qué papel cumple la novela?
R. Es obvio que ambos fueron conviviendo en mi cabeza, pero para poder escribir la novela tuve que centrarme totalmente en el ensayo, pues su carga política era algo contaminante. Cuando lo terminé pude regresar a la novela y pensarla con más libertad, pues una novela tiene que respirar, ser porosa, ambivalente, no puede ser un instrumento político. Puede, por supuesto, ser y venir de la rabia política, pero una novela no se cita para convencer a nadie de nada, es más bien una rebanada de vida. Entonces, tras el ensayo pude regresar con libertad y seguir explorando el tema de maneras más oblicuas, encontrando capas y capas más complejas del asunto.
«Una novela puede nacer de la rabia política, pero no puede ser un instrumento político. No se cita para convencer a nadie»
De hecho, todas estas capas que cita Luiselli conviven en la novela, en cuya construcción se van superponiendo elementos como si fuera el archivo de un documentalista. Tenemos a dos narradores en primera persona, una narración de carácter documental, otra fotográfica y hasta otra novela dentro de la propia novela… “Quería hacer una novela en la que estuviera presente el archivo de su propia construcción”, explica la escritora, cuyos protagonistas adultos, dos documentalistas sonoros, afirman que “documentar significa simplemente coleccionar el presente para la posteridad”.
P. ¿Pero por qué no para el propio presente, es decir, para que sirve narrar estas historias, darles un tejido narrativo?
R. Contar todo esto sirve porque es lo único que podemos hacer por el momento. No creo que nadie salvo la propia generación que vive la experiencia de una diáspora puede contar realmente su historia. Por ejemplo, la historia del exilio español la contaron los propios exiliados cuando ya pudieron hacerlo. Ocurrió lo mismo con los exilios de las dictaduras del Cono Sur o con los supervivientes de Auschwitz… Y esta generación de niños presentes en esta diáspora todavía no tiene la palabra, pero la tiene que tener, la va a tener en un futuro. Y mientras eso no ocurra, quienes estamos observando tenemos la responsabilidad de dejar un testimonio, una versión, una capa más que forme parte del tejido narrativo de nuestro imaginario colectivo y que podrá ser en un futuro refutada, aceptada o las dos cosas. Pero por lo menos habrá algo con lo que seguir dialogando, algo que permitirá un diálogo intergeneracional.
Una voluntad esta de Luiselli muy presente en el libro, pues en un momento dado, la narradora adulta cede la voz al niño, igual que esta novela pretende dar voz a esos niños que lejos de buscar un ya oxidado sueño americano, sólo quieren escapar de la pesadilla cotidiana que son sus vidas, algo cada vez más difícil según pasan los años. “Siempre me hago la misma pregunta. ¿Dónde están manifestándose para impedir que sigan encarcelando a cientos de miles de niños indocumentados? Este país está atravesando uno de sus momentos más oscuros y no hay una respuesta civil poderosa”, se lamenta la escritora, que recuerda que “un cambio drástico, profundo y preocupante, entre esta administración y la de Obama, que tuvo sus enormes dosis de horror e inhumanidad, sobre todo en materia migratoria, tiene que ver con el encarcelamiento masivo de refugiados que piden asilo. Por ejemplo, con Obama había 2.000 niños encarcelados, pero hoy en día son 14.000 y el número crece a diario”, explica.
«Mientras los niños exiliados de hoy no tengan la palabra, que la tendrán, nuestra responsabilidad es dejar testimonio para el futuro»
Según ella esto ocurre fundamentalmente “porque el sistema carcelario estadounidense es privado, son empresas privadas que se lucran con los cuerpos encarcelados, así que es los presos son rentables- Cientos de miles de personas encarceladas por haber hecho algo tan “ilegal” como pedir asilo”, ironiza. Sin embargo, reconoce que una cosa positiva que ha traído esta cruzada de Trump es la visibilidad. “Con Obama también pasaba y se sabía mucho menos, así que sin duda ha sido bueno que haya más atención del público porque quienes combaten esto son organizaciones sin ánimo de lucro que necesitan el apoyo de la gente, de la sociedad civil y es y ha sido fundamental la mayor presencia en la vida cotidiana”.
P. La novela repasa muchas situaciones análogas en la historia, por ejemplo, la medieval Cruzada de los Niños o el Tren de los Huérfanos, que es algo similar al tren llamado la Bestia actualmente, pero en territorio estadounidense. ¿Los niños siempre han sido el elemento clave de vulnerabilidad social?
R. Exactamente. La novela no sólo trata sobre el presente inmediato, sino que aborda también los ciclos de violencia histórica, y en particular contra los niños y contra pueblos que han sido en Estados Unidos sistemáticamente borrados de la historia, sean los indígenas nativos o los migrantes, la mayoría, por cierto, también indígenas, que llegaron posteriormente a Estados Unidos. Antes los metían en reservas, hoy en día son cárceles.
«Las migraciones de hoy son consecuencia de un colonialismo que no podemos ignorar. No podemos tener tan corta memoria histórica»
P. Centra el problema en Estados Unidos, pero Europa también tiene, en otro contexto, su propio problema de refugiados, ¿la migración es un problema global?
R. Yo diría que es una realidad global. La migración se debe pensar como una consecuencia que nace de los problemas profundos en las estructuras de los gobiernos, tanto de los países que mandan como de los que reciben. Y es que la historia de la migración siempre está relacionada con países con mayor poder que en un momento u otro han intervenido política, económica o militarmente en aquellos países que ahora son los que envían emigrantes. El caso de Estados Unidos e Hispanoamérica es muy evidente, con las políticas intervencionistas del siglo XX, pero es el caso también de Italia y Libia, Francia y su sinfín de colonias africanas… Hay una historia de colonialismo que no podemos ignorar. No podemos tener tan corta memoria histórica cuando pensamos en los motivos más profundos de los movimientos personas a través del globo.
P. En la novela laten ciertos visos de optimismo, ¿debemos mantener la esperanza de erradicar estas desgracias?
R. Uno no se puede dar el lujo de tirar la toalla, y en mi naturaleza está ser optimista. Siento una responsabilidad con la comunidad hispana de Estados Unidos de aprovechar bien y de manera fértil y creativa los espacios que tengo, los lugares donde mi voz se escucha, para darle espacio a miembros de una comunidad que ha sido sistemáticamente silenciada. Creo que hay esperanza siempre y cuando las personas encontremos una manera de dedicarle una parte de nuestra vida a nuestras comunidades, a fortalecerlas y a devolverles lo que los gobiernos o las circunstancias les han quitado.
P. Su novela fue finalista del Premio Booker, ¿por qué cree que su obra es del agrado de públicos tan diferentes como el hispano y el anglosajón, o es que en realidad no somos tan diferentes?
R. Creo que lo has dicho. No somos tan diferentes, sobre todo en el sentido de que el porcentaje mínimo del planeta que lee novelas literarias y ensayos políticos, podemos tener ciertas diferencias de opinión, pero estamos más o menos del mismo lado en temas como estos.
P. Antes de embarcarse en toda esta historia sobre los niños, estaba preparando una novela sobre sus años en la Sudáfrica de Mandela, ¿sigue rumiando ese material o tiene algo más en mente?
R. Eso está en un cajón hasta nuevo aviso. De hecho, no tengo la llave. Ahora estoy trabajando en otra cosa, estoy empezando a conceptualizar e investigar para una pieza sonora sobre feminicidios en la frontera de México y Estados Unidos, sobre todo del lado estadounidense, pues allí apenas se habla de ello. Tenemos el caso de Ciudad Juárez en México, que puso la palabra feminicidio en boca de muchos. Hay una cartografía por la magnitud y el horror, pero no se ha hecho nada del lado gringo de la frontera. Será una pieza sonora con las voces de mujeres que han perdido la vida allí a partir del siglo XIX, de 1853, que fue el año en que se definió la frontera de la forma que todavía tiene hoy.
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