François Mitterrand |
Mitterrand y el amor
Cuando se conocieron, él estaba casado, tenía dos hijos y había cumplido los 46 años. Ella era una estudiante de 19.
Pedro Cuartango
11 / 10 /2016
Acaban de salir a la luz las 1.200 cartas que François Mitterrand envió a su amante Anne Pingeot durante más de tres décadas de relación. Cuando se conocieron, él estaba casado, tenía dos hijos y había cumplido los 46 años. Ella era una estudiante de 19.
A pesar de que Mitterrand siempre vivió en su domicilio conyugal de la calle Bièvre, mantuvo una apasionadísima relación con Anne, de la que tuvo una hija. Ya en vísperas de su muerte, cuando un cáncer había invadido todo su organismo, escribe: "Fuera de ti todo se oscurece. Mi felicidad consiste en pensar en ti y amarte. Siempre me has dado más. Tú has sido mi oportunidad de vida. ¿Cómo no amarte más?".
La lectura de las cartas impresiona porque muestra la personalidad oculta de un hombre en apariencia soberbio, frío y distante, un monarca republicano que comía con cubiertos de plata y que sólo tuteaba a su mujer.
Mitterrand, que comenzó su carrera política como militante de la extrema derecha, fue nombrado ministro a los 30 años y, desde entonces, jamás se apeó del coche oficial. Durante 14 años, fue presidente de la República Francesa, coincidiendo con líderes como Kohl, Thatcher y González.
Jean-François Revel cuenta una cena con Ambroise Roux, el presidente de la patronal francesa, en la que éste le reprochó a Mitterrand diversas medidas de su programa electoral. El líder socialista le contestó altivamente que desconocía esas iniciativas porque él no leía jamás ese tipo de documentos que se hacían para no ser cumplidos.
El filósofo francés relata también cómo Mitterrand le expresó en una ocasión su admiración por su compañero y ex primer ministro, Guy Mollet, porque le había engañado en diversas ocasiones. Creía que la duplicidad era un arma muy valiosa en política y nunca dudó en recurrir a la mentira cuando hacía falta. Incluso en una ocasión simuló ser víctima de un atentado para atraerse la simpatía del electorado.
Este hombre profundamente cínico y ambicioso, que jamás expresaba una emoción en público y que aparentaba ser un padre y marido ejemplar, llevó una vida secreta en la que dejaba aflorar sus sentimientos y se mostraba como un ser atribulado, sensible y soñador. Un presidente que escribía cartas dolientes de amor mientras se hallaba sentado en la mesa de negociación con sus colegas europeos.
¿Quién era Mitterrand? Creo que fue tanto el poderoso político que gobernaba con puño de hierro como el amante que suspiraba por el momento en el que encontrarse con Anne. A los 65 años, escribía esas cartas que podrían haber salido de la pluma de un adolescente y se sentía consumido por la pasión.
Me admira su afán de agarrarse a la vida y su capacidad de mantener intacta la devoción por Anne Pingeot, que aparece en primer plano con su hija Mazarine muy cerca de la legítima esposa Danielle frente al ataúd en el funeral de Estado. Pero también me inquieta su increíble disposición para aparentar lo que no era y para llevar una doble existencia.
Como apuntaba Simenon, no hay que juzgar, basta con comprender. Tras leer esas cartas, le comprendo mucho mejor y siento compasión por aquel hombre altivo y glacial que podría haber cambiado su reino por un beso de Anne.
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