Jeanette Winterson, Hotel de las Letras de Madrid, 22 de septiembre de 2017 Foto de CARLOS ROSILLO |
Jeanette Winterson
“No sé si creo en Dios, pero no me preocupa, no tengo miedo a morir”
Jeanette Winterson recuerda su infancia en una familia evangelista radical que le sometió a un exorcismo por ser lesbiana
CARMEN MORÁN BREÑA
Madrid 29 SEP 2017 - 16:31 COT
Son tiempos tristes para hablar de terremotos o de ciclones, pero Jeanette Winterson es eso, una fuerza desatada de la naturaleza. Ella sola es el cambio climático entero. Recibe a la periodista que le tiende la mano con un abrazo inesperado de puro familiar y en mitad de la entrevista se levanta de un brinco ¡y se posa en el brazo de mi sillón, de donde se despide, para volver al suyo, con una palmetada en la espalda! Y eso que la inglesa es ella. Es difícil contar esto sin recurrir al uso de la primera persona, tan impropio del periodismo. No volverá a suceder en lo que queda de texto.
Jeanette Winterson es un poco, como dice su apellido, hija del invierno. Adoptada a los pocos meses de nacer, se crió en una familia evangelista cuya bandera cotidiana era el integrismo religioso. Llegaron a hacerle un exorcismo público en su iglesia cuando, de adolescente, descubrieron que era lesbiana. La expulsaron de su casa, durmió en un coche, se buscó la vida y nunca dejó de leer. ¿Cuál fue el resultado de todo eso? Un mujer de Manchester con 58 años que vive en el campo y se levanta y acuesta cada día saludando al espejo: “Buenos días, Jeanette', me digo; o 'no ha ido del todo mal hoy ¿no es cierto?”. Y luego deja que sigan durmiendo todo los aparatos que la reclaman y hacen ruido hasta después de comer, cuando ya ha finalizado su jornada, porque ella amanece antes de que claree. “No lo sé, siempre he tenido esta energía, como bien, duermo nueve horas, dormir es la clave, y vivo en el campo, donde siempre hay algo que hacer”.
En efecto, traducida al agro español, Winterson sería una buena serrana, que lo mismo posa dulcemente sus manos sobre el requesón que sorprende a la leña con un buen hachazo. Si quieren conocerla, lean sus libros, son ella misma. Lumen publica ahora dos de sus obras tempranas, Fruta prohibida, que escribió con 23 años y se hizo una serie para la televisión, y Escrito en el cuerpo (1992), ambos con ilustraciones de Ana Juan. Y el último título El hueco del tiempo, revisitando a Shakespeare. No se pierdan tampoco o la inolvidable biografía cuyo título lo inspiró una frase de su madre adoptiva: '¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?' (2012). En todos ellos está Jeanette en cuerpo y alma y en primera persona.
”El dolor no se puede evitar y el idioma tiene que ser su recipiente. El lenguaje hace visible el interior”
“Al principio de mi carrera quería utilizarme a mí misma como personaje de ficción y que los lectores comprendieran que era yo y que no era yo al mismo tiempo. Y eso lo he mantenido. Pero hay mucho de mí. Y uso la primera persona porque quiero esa voz directa. Yo soy mis libros y mis libros son yo, no hay forma de escapar”.
Siempre hay formas, sin embargo. Ella escapó de una infancia solitaria en la que hablaba con “gente inexistente”, de una madre severa y oscura como una tormenta, de una casa con pocos recursos y de escuelas discriminadoras, de una Iglesia feroz a la que ahora, al cabo del tiempo, reconoce como “otra forma de familia”. Y el destilado de todo aquello es una mujer empática que parece haberse criado con siete hermanos, por lo menos.
"Las mujeres ya hemos hecho todo lo que nos han dicho que no podíamos o no debíamos hacer"
¿Qué es la familia, entonces? ¿Los amigos? “Sí”. ¿Los gatos? “Sí”. ¿El pasado? “Sí”. ¿La biología? “También, pero si pudiéramos apartarnos un poco de la sangre y la biología conviviríamos mejor, la familia es importante pero todos tenemos un vínculo primario con alguien que no es de nuestra sangre antes de formar una familia. Y luego la abandonamos para formar otros lazos”. El amor es lo importante, dice. “Es lo único que altera las cosas, es el motor del mundo”. Y el sexo, como se infiere de la lectura de sus libros.
"Pasamos toda la vida aprendiendo, siendo más sabios y más buenos y justo entonces, nos morimos. Qué sentido tiene esto?"
También está la religión, presente en su obra con una fuerza dolorosa. ¿Creerá en Dios esta mujer que le dio una patada a tantas cosas para caminar libre de ataduras morales? “No lo sé, no sé si creo en esa fuerza organizadora superior, no lo sé, pero no me preocupa en absoluto, no tengo miedo a morir. Si no hay otra vida, yo ya me he reído en esta; y si la hay, pues una nueva aventura”. ¿Querría que la hubiera? “¡Por supuesto!” A punto ha estado de saltar otra vez del sillón. Pero no, serenamente ofrece esta reflexión sobre el más allá: “Lo que no termino de entender es por qué pasamos toda la vida aprendiendo, siendo más sabios y creo que también más buenos a medida que envejecemos y justo entonces, vamos y nos morimos. ¿Qué sentido tiene esto?… Bueno Donald Trump no ha aprendido mucho", dice sin que nadie le pregunte por él.
No desperdicia una para defender sus causas. El feminismo, por ejemplo, que también invade sus líneas. “Las mujeres ya hemos hecho todo lo que nos han dicho que no podíamos o no debíamos hacer. Hemos leído toda nuestra vida libros escritos por hombres pero ellos no leen los que escribimos nosotras. No les interesa lo que escribimos. Quizá a los más jóvenes.. Cada vez que alcanzamos una meta nos ponen otra; nos dicen, por ejemplo, que no podemos conciliar la vida laboral y la maternal. Y no es cierto”.
Pero seguro que cada mañana le dice al espejo lo mucho que han avanzado las mujeres, ¿verdad? “Sí”, se ríe. “Les digo: 'mirad cuánto hemos conseguido, hasta dónde hemos llegado, es maravilloso; y veo tantas jóvenes que toman la causa del feminismo...”.
Esta mujer enérgica de piel blanca, pelo rizado, botines y ausencia de maquillaje, la que regala al mundo una sonrisa por las mañanas y al despedir el día, ha sufrido mucho. El dolor cala en la lectura, sorprende un golpe de crudeza al pasar la página, está escondido en muchos párrafos. Y el humor es su mejor pareja. Sorprende la capacidad para zanjar una situación terrible con un buen chiste, esa flema inglesa de la que hablan. "El humor es importante en los momentos dolorosos. Quiero conectar con las emociones de los lectores, que es lo que trata de hacer todo arte, acercarse a los sentimientos, que la gente sienta algo en una situación determinada, porque cuando lloran no lloran por mí, lloran por ellos mismos. Pero el dolor no se puede evitar y el idioma tiene que ser contundente para contenerlo, como un recipiente. Las palabras son contenedores, el lenguaje hace visible el interior”.
La religión, la familia, el amor, el dolor. “Virginia Woolf decía que las mujeres tenemos que escribir de lo que encaje con nosotros”. Estos son los temas de Jeanette Winterson. Si quieren hablar con ella, lean sus libros.
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