jueves, 21 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / El cuento de la criada / Prólogo

Ilustración de Anna y Elena Balbusso
para la edición de El cuento de la criada de The Folio Society.

Margaret Atwood 

El cuento de la criada

Prólogo

El libro, publicado en 1985, es la base de la serie televisiva que es éxito en todo el mundo
DOMINGO 30 DE JULIO DE 2017
Esta semana se relanza El cuento de la criada (Salamandra), publicado originalmente en 1985, una de las grandes obras de Margaret Atwood y fuente de inspiración de la serie televisiva que, por su alusión al fantasma totalitario y la opresión de género, conmociona a todo el planeta. En el futuro cercano que propone esta distopía, una dictadura teocrática se instala en Estados Unidos y, en el marco de una epidemia de esterilidad, impone a las mujeres la obligación de convertirse en meros aparatos reproductores, sin nombre ni derechos (el personaje central, Defred, se llama así por ser "del" comandante Fred). A principios de este año el sitio norteamericano Hulu lanzó, con participación de la misma Atwood, una serie basada en la novela. Bajo el influjo de la "era Trump", la realización se convirtió en un suceso global: la novela trepó a los primeros puestos de Amazon, se reeditó en varios países, y el imaginario visual de la serie fue incorporado por el activismo feminista en protestas contra retrocesos en el campo de la salud reproductiva y los derechos civiles. Aquí, un fragmento del prólogo que Atwood escribió para esta nueva edición.

En la primavera de 1984 empecé a escribir una novela que inicialmente no se iba a llamar El cuento de la criada. La escribía a mano, casi siempre en unos cuadernos de papel pautado amarillo, y luego transcribía mis casi ilegibles garabatos con una gigantesca máquina de escribir alquilada, con teclado alemán.
El teclado era alemán porque yo vivía en Berlín Occidental, ciudad rodeada todavía, en esa época, por el Muro: el imperio soviético se mantenía firme y aún iba a tardar otros cuatro años en desmoronarse. Todos los domingos, las fuerzas aéreas de Alemania Oriental provocaban una serie de estallidos que rompían la barrera del sonido y nos recordaban su cercanía. Durante mis visitas a diversos países del otro lado del Telón de Acero -Checoslovaquia, Alemania Oriental- experimenté la cautela, la sensación de ser objeto de espionaje, los silencios, los cambios de tema, las formas que encontraba la gente para transmitir información de manera indirecta, y todo eso influyó en lo que estaba escribiendo. Otro tanto ocurrió con los edificios reutilizados: "Antes, esto era de los..., pero luego desaparecieron". Escuché historias como ésa en múltiples ocasiones.
Como nací en 1939 y mi conciencia se formó durante la Segunda Guerra Mundial, sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: "Esto aquí no puede pasar". En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar.
En 1984 ya llevaba uno o dos años evitando enfrentarme a esa novela. Me parecía un empeño arriesgado. Había leído a fondo mucha ciencia ficción, ficción especulativa, utopías y distopías, desde la época del instituto, allá por los años cincuenta, pero nunca había escrito un libro de esa clase. ¿Sería capaz? Era una forma sembrada de obstáculos, entre los que destaca la tendencia a sermonear, las digresiones alegóricas y la falta de verosimilitud. Si iba a crear un jardín imaginario, quería que los sapos que vivieran en él fuesen reales. Una de mis normas consistía en no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la "pesadilla" de la historia, así como ningún aparato tecnológico que no estuviera disponible. Nada de cachivaches imaginarios, ni leyes imaginarias, ni atrocidades imaginarias. Dios está en los detalles, dicen. El diablo también. [...]
¿El cuento de la criada es una novela feminista? Si eso quiere decir un tratado ideológico en el que todas las mujeres son ángeles y/o están victimizadas en tal medida que han perdido la capacidad de elegir moralmente, no. Si quiere decir una novela en la que las mujeres son seres humanos -con toda la variedad de personalidades y comportamientos que eso implica- y además son interesantes e importantes y lo que les ocurre es crucial para el asunto, la estructura y la trama del libro... Entonces sí. En ese sentido, muchos libros son "feministas".
¿Por qué son interesantes e importantes? Porque en la vida real las mujeres son interesantes e importantes. No son un subproducto de la naturaleza, no representan un papel secundario en el destino de la humanidad, y eso lo han sabido todas las sociedades. Sin mujeres capaces de dar a luz, la población humana se extinguiría. Por eso las violaciones masivas y el asesinato de mujeres, chicas y niñas ha sido una característica común de las guerras genocidas, o de cualquier acción destinada a someter y explotar a una población. Mata a sus hijos y pon en su lugar a los tuyos, como hacen los gatos; obliga a las mujeres a tener hijos que luego no pueden permitirse criar, o hijos que luego les robarás para tus intereses personales; niños robados, un motivo cuyo uso generalizado se remonta a tiempos lejanos. El control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque de todo régimen represivo de este planeta. Napoleón y su "carne de cañón", la esclavitud y la mercancía humana, una práctica eternamente renovada: ambas encajan aquí. A quienes promueven la maternidad forzosa habría que preguntarles: Cui bono? ¿A quién beneficia? A veces a un sector, a veces a otro. Nunca a nadie.
La segunda pregunta que me plantean con frecuencia: ¿El cuento de la criada es una novela en contra de la religión? De nuevo, depende de lo que se quiera decir. Ciertamente, un grupo de hombres autoritarios se hacen con el control y tratan de instaurar de nuevo una versión extrema del patriarcado, en la que a las mujeres -como a los esclavos americanos del siglo XIX- se les prohíbe leer. Aun más, no pueden tener ningún control sobre el dinero, ni trabajar fuera de casa, no como algunas mujeres de la Biblia.
El régimen usa símbolos bíblicos, como haría sin la menor duda cualquier régimen autoritario que se instaurase en Estados Unidos: no serían comunistas, ni musulmanes. Las vestiduras recatadas que llevan las mujeres en Gilead proceden de la iconografía religiosa occidental: las Esposas llevan el azul de la pureza, de la Virgen María; las Criadas van de rojo por la sangre del alumbramiento, pero también por María Magdalena. Además, el rojo es más fácil de ver si te da por huir. Las esposas de los hombres que ocupan lugares inferiores en la escala social se llaman Econoesposas y llevan trajes de rayas. He de confesar que las tocas que esconden los rostros de las Criadas proceden no sólo de los trajes de la época media victoriana y de los hábitos de las monjas, sino también del diseño de los detergentes de la marca Old Dutch Cleanser de los cuarenta, en los que aparecía una mujer con el rostro oculto y que de niña me aterrorizaba. Muchos regímenes totalitarios han recurrido a la ropa -tanto prohibiendo unas prendas como obligando a usar otras- para identificar y controlar a las personas -pensemos en las estrellas amarillas, y en el morado de los romanos-, y en muchos casos se han escudado en la religión para gobernar. Así resulta mucho más fácil señalar a los herejes.
En el libro, la "religión" dominante se ocupa de alcanzar el control doctrinal y consigue aniquilar las denominaciones religiosas que nos resultan familiares. Igual que los bolcheviques destruyeron a los mencheviques para eliminar la competencia política, y las distintas facciones de la Guardia Roja luchaban a muerte entre ellas, los católicos y los baptistas se convierten en objeto de identificación y aniquilación. Los cuáqueros han pasado a la clandestinidad y han montado una ruta de huida a Canadá, como -según sospecho- les correspondería hacer en la realidad. La propia Defred tiene una versión personal del padrenuestro y se resiste a creer que este régimen responda al mandato de un dios justo y misericordioso. En el mundo real de nuestros días, algunos grupos religiosos lideran movimientos que procuran la protección de grupos vulnerables, entre los que se encuentran las mujeres.
De modo que el libro no está en contra de la religión. Está en contra del uso de la religión como fachada para la tiranía: son cosas bien distintas.
¿El cuento de la criada es una predicción? Es la tercera pregunta que suelen hacerme, cada vez más a menudo, a medida que ciertas fuerzas de la sociedad norteamericana se hacen con el poder y aprueban decretos que incorporan lo que siempre habían dicho que querían hacer, incluso en 1984, cuando yo empezaba a escribir la novela. No, no es una predicción porque predecir el futuro, en realidad, no es posible: hay demasiadas variables y posibilidades imprevisibles. Digamos que es una antipredicción: si este futuro se puede describir de manera detallada, tal vez no llegue a ocurrir. Pero tampoco podemos confiar demasiado en esa idea bien intencionada.




Margaret Atwood. Foto: Archivo
Margaret Atwood. Foto: Archivo.

El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de las SS y el robo de niños en la Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos... La lista es larga.
Pero queda una forma literaria de la que no he hecho mención todavía: la literatura testimonial. Defred registra su historia como buenamente puede; luego la esconde, con la confianza de que, con el paso de los años, la descubra algún ser libre, capaz de entenderla y compartirla. Es un acto de esperanza: toda historia registrada presupone un futuro lector. Robinson Crusoe llevaba un diario. Lo mismo hacía Samuel Pepys y registró en él el Gran Incendio de Londres. también muchos de los que vivieron en la época de la Peste Negra, aunque a menudo sus relatos tienen un final abrupto. También Roméo Dallaire, que dejó testimonio del genocidio en Ruanda y, al mismo tiempo, de la indiferencia que le deparó el mundo. También Ana Frank, escondida en su desván.
El relato de Defred tiene dos grupos de lectores: el que aparece al final del libro, en una convención académica del futuro, que goza de libertad para leer, pero no siempre resulta tan empático como uno quisiera; y el formado por los lectores individuales de la novela en cualquier época. Ése es el lector "real", ese "querido lector" al que se dirigen todos los escritores. Y muchos queridos lectores se convertirán, a su vez, en escritores. Así empezamos todos los que escribimos: leyendo. Oíamos la voz de un libro que nos hablaba.





Tras las recientes elecciones en Estados Unidos, proliferan los miedos y las ansiedades. Se da la percepción de que las libertades civiles básicas están en peligro, junto con muchos de los derechos conquistados por las mujeres a lo largo de las últimas décadas, así como en los siglos pasados. En este clima de división, en el que parece estar al alza la proyección del odio contra muchos grupos, al tiempo que los extremistas de toda denominación manifiestan su desprecio a las instituciones democráticas, contamos con la certeza de que en, algún lugar, alguien -mucha gente, me atrevería a decir- está tomando nota de todo lo que ocurre a partir de su propia experiencia. O quizá lo recuerden y lo anoten más adelante, si pueden.
¿Quedarán ocultos y reprimidos sus mensajes? ¿Aparecerán, siglos después, en una casa vieja, al otro lado de un muro?
Mantengamos la esperanza de que no lleguemos a eso. Yo confío en que no ocurra.


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