martes, 18 de mayo de 2021

Luis Scafati / Este soy yo



Este soy yo: Luis Scafati

Dibujante e ilustrador, 68 años, Mendoza, Argentina

María Teresa Hernández

Esquire No. 81

Dibujante e ilustrador, 68 años, Mendoza, Argentina

Expreso mis ideas siempre que hago una ilustración, sin importar si es una invención mía o si está inspirada en alguna obra literaria. Pero cuando trabajo sobre un texto ajeno, entro en ese mundo y lo acompaño. Cuando expreso una idea mía en respuesta a un hecho político, por ejemplo, de alguna manera trato que esa imagen sea una metáfora y lleve la carga de lo que quiero expresar.





La palabra “trabajo” me da un poco de vergüenza. En todo lo que hago siento una especie de placer. Siento que soy privilegiado por poder desarrollar este don que me fue otorgado.

Me estoy poniendo viejo y siento mucho más placer que antes en hacer lo que me gusta. Ahora hay cosas que me cuestan más trabajo, en el sentido de que he desarrollado una percepción que antes no tenía. Es decir, antes dejaba pasar cosas que ahora me pueden molestar. Antes escapaban un montón de cosas a borbotones, pero hoy pasan por un filtro.

El dibujo y la escritura son canales similares. Hay muchos escritores que dibujan. Ahí está, por ejemplo, el caso de Günter Grass, que murió hace poco y tiene grabados hermosísimos.





He ilustrado la obra de [Franz] Kafka en varias ocasiones. La primera fue para La metamorfosis, y ahora para El castillo. Siento que el mundo de ese autor es muy cercano a mi trabajo, pues siempre habla de una situación laberíntica y burocrática. Eso es lo que he tratado de plasmar en mis dibujos.

Recuerdo la primera vez que leí a Kafka. Yo era muy chico, tendría unos 18 años, y a mis manos llegó un libro con una selección de sus cuentos. Me llamó mucho la atención que algunos de sus personajes no tenían nombres, sino letras: A, B, C. Además me intrigaba la situación escueta por la que se movían y las cosas que les sucedían, que por momentos eran muy irracionales pero a la vez representaban algo. Fue una literatura que me impactó, porque entonces yo había leído novelas como Rayuela, de Cortázar, y El llano en llamas, de Rulfo, pero el de Kafka era un mundo más hermético.

Cuando leí La metamorfosis sentí que el protagonista era Kafka, que él era Gregorio Samsa y que se sentía un bicho raro, como le pasaría a cualquier artista en su entorno familiar. Es decir, “ser artista” muchas veces no se acepta en la familia, porque iniciarse en el arte genera un gran temor. A todo chico que quiere dedicarse a ello se le pregunta: “¿De qué vas a vivir?”. A mí todavía me lo preguntan [ríe]. Aún no se entiende muy bien que uno pueda vivir del dibujo y todo eso. Sería más fácil decir: “Vendo refrigeradores y de eso vivo”.

Siempre me interesó la literatura. En algún momento, cuando era muy joven, pensé en convertirme en escritor. Pero luego leí a autores como Kafka y empecé a contemplar la posibilidad de crear imágenes que tuvieran que ver con esos mundos que leía.




Mi trabajo como ilustrador nació en el periodismo. Eso me dio cierto poder de síntesis para lograr que una imagen expresara algo concreto en un contexto donde hay mucho ruido visual.

Mis ilustraciones debían destacarse a la mitad de noticias y anuncios publicitarios, así que buscaba ideas que fueran impactantes. En aquel entonces también trabajé en una revista de ciencia ficción de Buenos Aires llamada El Péndulo, donde ilustré cuentos y poemas. Eso me dio un buen entrenamiento.

Mientras trabajaba en prensa estudié Artes Plásticas. Mis primeras colaboraciones fueron para una revista llama Hortensia. Mi trabajo era hacer chistes, pero siempre con un ambición por el dibujo.

El arte me permitió descubrir un mundo que prácticamente desconocía: el contexto de los pintores, con esas vidas tan románticas y llenas de historias interesantes. Además así conocí a Goya y a Klimt. Todo eso fue amasándose dentro de mí y pienso que fue el comienzo de lo que soy ahora.

Creo que el cine y el video son las artes de hoy, pero un ilustrador contemporáneo le debe todo a la tradición del siglo XIX. Pienso en Doré y tantos otros ilustradores. Ellos heredaron eso a los directores de cine como Fellini y su Satyricon (1969), que de alguna manera ilustró un libro de otra época.

Sé que mucha gente puede no estar de acuerdo con las imágenes que yo creo para un texto. Por eso trato de que estas sean complementos que expanden un discurso. Por ejemplo, en el caso de Kafka, cuando inicia El castillo, el texto dice que alguien viene caminando y se detiene en un puente, que todo está nevado y no percibe nada. Pero como yo ya leí la novela, sé qué es lo que mira, que hay una ciudad que él no puede ver. Hay una especie de “gran ojo” y ese es el extra que yo le pongo: es mi mirada sobre el tema.

Cuando era más joven le preguntaba a mis hijos si entendían mis dibujos. Siempre he necesitado que mi trabajo se entienda. Es una obsesión para mí. Algunas de mis imágenes pueden tener momentos complejos y ser difíciles de interpretar, pero así son los sueños: uno se esmera en encontrar claves para entrar en ellos.

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