lunes, 17 de mayo de 2021

Egon Schiele / El eterno provocador

Mujer arrodillada, 1917
Egon Schiele


Egon Schiele, el eterno provocador

Mientras la Viena del cambio de siglo enloquecía por que la retratara Klimt, no parecía verse tan favorecida por el crudo expresionismo de Schiele, que murió hace un siglo.


Rafael Bladé
31 de octubre de 2018

En la encrucijada entre las bellas artes y la pornografía habita lo más conocido de Egon Schiele: estampas de muchachas que, descuidadamente, dejan sus partes a la vista o, nada descuidadamente, pulsan los resortes del placer carnal.

El artista austríaco de cortísima carrera (falleció a los 28 años) vivió en la Viena de Sigmund Freud, pero las teorías sexuales del psicoanalista eran cosa de una minúscula minoría. La mayoría lucía una moral católica casi me­dieval. Allí un artista no se ganaba la vida con estampas clasificadas X, sino con las efigies de ricos contemporáneos.

Pintura de Schiele titulada Desnudo, de 1917.

 TERCEROS

Casi un tercio de la producción de Egon Schiele (Tulln, 1890-Viena, 1918) fueron retratos. A los 16 años era el alumno más joven de la Academia de Bellas Artes de Viena, pe­ro la relación del rebelde Egon y la apolillada institución no cuajó. Prefirió revo­lotear en torno al rey de la modernidad local, Gustav Klimt, cuya amistad le abrió las puertas de las exposiciones colectivas y los clientes.

Con 20 años, Schiele retra­taba a una serie de grandes barones de la cultura vienesa. Si hasta entonces había hecho gala de un decorativo estilo klimtiano, en aquella ocasión le salió una esté­tica que hoy conocemos como Expresio­nismo.

Siempre provocando

Los Schiele no nadaban en la abundan­cia. Su padre murió de sífilis y su ma­dre y los tres hijos, Egon y dos hermanas, malvivían de una magra pensión y la ayuda de un tío. A los 21 años, Egon se mudó con su musa y amante, Wally Neuzil, de 17, por varios pueblos de la periferia capitalina.

Wally Neuzil tenía 17 años cuando se marchó a vivir con Egon Schiele.

 TERCEROS

Allí por donde pasaban montaban un es­cándalo con su relación no bendecida en los altares. La cosa pasó a mayores cuando durante unos días acogieron a una joven de 13 años que se había escapado de casa. Pese a que no prosperaron los cargos de secuestro y corrupción de me­nores, el artista pasó 24 días en prisión por comportamiento indecente.

La cárcel y los gastos legales le dejaron exhausto económica y emocionalmente. Caído del cielo le llegó el encargo más importante de su carrera hasta entonces. Los Lederer, una familia de industriales, le invitaron a pasar las Navidades en su finca de Hungría para que retratara a Erich, el hijo de 15 años.


Retrato de Egon Schiele en 1914.

 TERCEROS

Pero el encargo de los Lederer solo fue una ti­rita. Instalado de nuevo en Viena con Wally, su problema de base subsistía: su esti­lo no era comercial. Las grandes damas de la sociedad vienesa preferían los retratos que les hacía Klimt. Ante Schiele, en cambio, huían despavoridas.

Aquí llega la calma

Schiele y Wally cometieron mil diablu­ras, en el lienzo y fuera de él. El artista nunca la vio como futura esposa. Aún es­taba con ella cuando empezó a flirtear con Edith, la burguesa y más respetable vecina de enfrente, con quien se casó en 1915.

Egon se casó con Edith tres días antes de ir a la Gran Guerra.

 TERCEROS

Tres días después era llamado a fi­las. Atronaba la Primera Guerra Mun­dial. Schiele no luchó en el frente y a me­nudo pudo tener a su esposa cerca. Edith y los prisioneros rusos a los que custodia­ba fueron sus modelos de esa época.

La gue­rra le cambió. En 1917 consiguió ser des­tinado a Viena, donde dispuso de tiempo para retomar su carrera. Afloró un artista más empático y menos cínico con sus su­jetos. En 1918 Schiele sucumbió a la gripe españo­la y se perdió los años de entreguerras en que el Expresionismo, del que fue pione­ro, iba a ser el último grito. Quizá no le habría importado. “El arte no puede ser moderno, el arte es eterno”, dijo.


LA VANGUARDIA



 

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