La rabia de Stieg Larsson
La primera novela de la saga 'Millennium' descubre la fuerza del escritor sueco
Lorenzo Silva
9 de junio de 2008
"Ninguna cadena es más fuerte que su eslabón más débil", razona Sherlock Holmes en uno de sus casos. Siglo y pico después, Lisbeth Salander, la insólita investigadora que protagoniza junto al reportero Mikael Blomkvist la saga policiaca Millennium, lo parafrasea con una fórmula acorde a los tiempos: "Ningún sistema de seguridad es más fuerte que su usuario más débil". Salander acaba de violar la protección de los ficheros de la policía, colándose en el ordenador personal de un descuidado fiscal que guarda allí todos los informes sobre ella.
Quizá sea este original y perturbador personaje la principal baza de las novelas del sueco Stieg Larsson, el autor de la serie Millennium, cuya primera entrega, Los hombres que no amaban a las mujeres, acaba de aparecer en España, editada por Destino. Salander (veintitantos años, metro y medio de estatura y 42 kilos de peso) es una hacker de pavorosa inteligencia, capaz de meterse en el disco duro de cualquiera y vaciarle sin ningún remordimiento la intimidad si cree que resulta necesario para alcanzar sus objetivos. Los psiquiatras que la han tratado desde pequeña la califican como una sociópata con rasgos psicopáticos; lo cierto es que es huraña, salvaje y vengativa. No tiene la más mínima confianza en la ley ni en las autoridades, y en su biografía hay motivos sobrados para ello. Por tanto, aplica sus propios métodos, sobre la base de un particular e inmisericorde sentido de la justicia: "Nadie es inocente. Sólo hay diversos grados de responsabilidad".
El azar la lleva a indagar un oscuro asunto (la desaparición de una joven de rica familia, ocurrida 30 años atrás) junto a Mikael Blomkvist, un periodista en horas bajas tras haber sido condenado por difamación a raíz de un reportaje para el que le han suministrado información falsa. Blomkvist es cuarentón, idealista, padre divorciado y desastroso (así lo reconoce él mismo) y un incorregible mujeriego al que las mujeres utilizan de forma reiterada. También Lisbeth.
Este extraño y desparejo dúo ha arrasado ya en Suecia, Noruega, Dinamarca, Francia y Alemania, y amenaza con extender los estragos de su irresistible encanto al Reino Unido y Estados Unidos. En Suecia ha vendido tres millones de ejemplares (para una población de nueve millones de habitantes). En Francia ha superado el millón. Y lleva decenas de semanas copando los primeros puestos de las listas.
Sin duda, la fuerza simbólica de estos personajes, y su capacidad para conectar con muy diversos lectores, incluidos los jóvenes, explica una buena parte del boomLarsson. Pero además tiene alguna culpa el indudable oficio de un narrador riguroso y eficaz, que sabe mantener con solvencia varias líneas de acción sin que el lector pierda nunca el interés ni el hilo en ninguna de ellas. Y tampoco es ajeno al fenómeno el territorio en que se mueven las pesquisas de Salander y Blomkvist, el lado oscuro de la modélica sociedad sueca, donde tienen lugar todas las abyecciones imaginables: violencia sexual, prostitución de menores, corrupción pública y privada, etcétera. Al enfrentarse a todos estos asuntos, Larsson, a través del quijotesco Blomkvist y la implacable Salander, ofrece un discurso moral explícito, que constituye, sin duda, una intención principal de su obra. Pero a la vez exhibe ante el lector un material bronco y escabroso, a cuyo morboso atractivo para muchos no debieron ser del todo ajenos sus cálculos como novelista. Dicen que siempre estuvo convencido de que Millennium sería un éxito.
Por desgracia, no llegó a verlo. Stieg Larsson murió víctima de un infarto masivo el 9 de noviembre de 2004, con tan sólo 50 años, cuando ya había terminado las tres primeras novelas de la saga y acababa de cerrar con la editorial Norstedts el acuerdo para publicarlas. Todas ellas vieron la luz póstumamente, entre 2005 y 2007, generando una riada de coronas en derechos de autor que al morir Larsson sin hacer testamento ha ido a parar a sus herederos legales: su padre y su hermano, Erland y Joakim. Y aquí está la historia detrás de la historia, casi tan impactante como las propias novelas: Larsson, que percibía unos modestos ingresos como redactor jefe de la revista Expo, dedicada a investigar movimientos de intolerancia organizada, llevaba 32 años unido afectivamente a una mujer, Eva Gabrielsson, con quien no había llegado a casarse, entre otras razones, para preservarla de las amenazas que recibía a causa de su trabajo. Eva, que compartió la vida y las penurias del autor, manteniéndose a su lado hasta el día de su muerte, se vio de repente sola y sin derecho, por carecer de vínculo conyugal, a percibir un solo céntimo de los jugosos beneficios generados por los libros a cuya gestación había asistido desde el principio. La situación no sólo produce asombro, sino que resulta paradójica, habida cuenta de la declarada militancia de Larsson a favor de los derechos de las mujeres. Gabrielsson dice que ha sido vilmente marginada por unos familiares con los que el difunto apenas mantenía relación y que sólo están interesados en cobrar el dinero, para lo que no han dudado en consentir incontables manipulaciones y alteraciones en los textos y una abusiva explotación comercial de la obra más allá de la voluntad del autor, incluida la cesión de derechos audiovisuales a una productora que ya está rodando la primera película basada en la saga.
A estas acusaciones se oponen tajantemente los editores, que sostienen que en todo momento han procedido en la edición y la explotación de la obra conforme a los deseos que el autor manifestó antes de morir, y que el asunto de la herencia es una cuestión familiar en la que no pueden inmiscuirse, debiendo limitarse a tratar, a efectos contractuales y económicos, con los herederos legales. En cuanto a éstos, Erland Larsson se defiende alegando que no han hecho sino ejercitar los derechos que la ley les concede, que es una falsedad que mantuviera con su hijo una relación distante, y que si no han llegado a un arreglo con Gabrielsson ha sido por el "carácter difícil" de ésta y porque no admitía otra solución que ser ella quien dirigiese todo, cuando no se encontraba en condiciones psíquicas para hacerlo.
Después de leer los libros, escuchar a unos y a otros y recorrer Södermalm, el apacible barrio residencial donde viven Blomkvist y Salander (no lejos de donde vivía el propio Larsson), se le queda a uno una amarga sensación. Más allá del fenómeno editorial, hubo una vez un hombre que, como evoca Eva Gabrielsson, escribía desde la rabia y no sólo para entretener. Al parecer tenía pensadas otras siete novelas, y parte de la cuarta ya escrita en el ordenador portátil que Gabrielsson se ha negado a entregar a la familia. Por estas tranquilas calles de Södermalm vaga su espíritu indómito, que también pervive en la divisa de su heroína Lisbeth Salander: "Antes morir que capitular".
Lorenzo Silva es escritor. La reina sin espejo es uno de sus últimos libros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de junio de 2008
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