Dos cigarrillos Central Park, Nueva York, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Mario Vargas LlosaNew York, New York
BIOGRAFÍA
15 de junio de 2008
15 de junio de 2008
La riquísima vida cultural de la ciudad la ha convertido en lo que
fue París: la meca de jóvenes artistas y creadores. Todo eso está
en gran parte promovido y financiado por la sociedad civil
Delicias de la tarde Central Park, Nueva York, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Aunque con su alcalde actual, Bloomberg, está
bastante menos limpia de lo que estaba con el alcalde Giuliani, New York sigue
siendo una ciudad fascinante, la Babilonia del siglo XXI, una Torre de Babel
moderna, la capital del mundo actual. He estado muchas veces aquí, en
Manhattan, pero casi siempre por pocos días y para asistir a congresos o dar
conferencias, y ésta es la primera vez, después de cerca de 30 años, que
permanezco en la ciudad un par de meses, tiempo suficiente para tomarle el
pulso, vivirla y adivinarla.
Mujeres Greenwich Village_NY, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Es pequeña, en términos numéricos y estadísticos, y
sin embargo, como en el Aleph borgiano, todo cabe o pasa por ella, los países,
las razas, las religiones, las lenguas, y todo rápidamente se integra en ella,
perdiendo su condición forastera y adoptando una nueva, neoyorquina. Es la
ciudad de todos y de nadie, una ciudad sin identidad propia porque las tiene
todas. El mundo hispánico, o latino como también lo llaman aquí, es
multipresente y en sus calles, bares, almacenes, restaurantes, después del
inglés el español es el idioma que más se oye por doquier, en todas sus
variantes latinoamericanas y en la local, el spanglish, que comienza ya a
generar una literatura. A ello se debe, sin duda, que instituciones como el
Teatro Español y el Instituto Cervantes tengan una presencia tan viva en la
vida cultural neoyorquina. En aquél, me tocó ver una estupenda adaptación
teatral de Doña Flor y sus dos maridos de Jorge Amado, hecha por Jorge Alí
Triana, y el Cervantes colaboró muy de cerca con el Centro del PEN Internacional
en el congreso que reunió en New York en el mes de abril a varios centenares de
escritores procedentes del mundo entero.
Think big Nuva York, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Uno de los estereotipos más resabidos, que New York
es la ciudad de los negocios y la incultura, se desintegra simplemente hojeando
el Time Out o los suplementos culturales que saca cada semana The New York
Times. La verdad es que, en lo que se refiere a oferta cultural, no hay ninguna
otra ciudad en el planeta que ofrezca tantas posibilidades, en todos los
dominios y quehaceres artísticos, como la Gran Manzana. Pintura, escultura,
música clásica y moderna, danza, teatro, ópera, cine, ideas, literatura,
cursos, talleres, conferencias, museos, escuelas artísticas, academias,
constituyen una dimensión vertiginosa de la vida neoyorquina que nadie puede
abarcar en su totalidad, sino, a lo más, y dedicando a ello mucho tiempo,
apenas una ínfima muestra, la puntita del iceberg.
Samurai en desgracia The New York Public Library, NY , 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Para quien acostumbra trabajar en bibliotecas, como
yo, la Public Library de New York es un pequeño paraíso. Situada en la Quinta
Avenida, entre las calles 41 y 42, el inmenso edificio decimonónico de sólidas
columnatas, escaleras de mármol e inmensos, altísimos salones de lectura
magníficamente iluminados, se asienta sobre una verdadera ciudad subterránea de
varios pisos donde viven sus millones de libros, computarizados y preservados
en cámaras de aire acondicionado que los defienden del calor, los insectos y la
humedad. Es una de las mejor provistas de Estados Unidos, después de la
Biblioteca del Congreso y la de Harvard, y una de las más funcionales y
eficientes en que me ha tocado trabajar. Uno de sus tesoros es la Colección
Berg, donada por dos hermanos médicos, judíos de origen húngaro, gracias a los
cuales la institución cuenta, entre otras maravillas, con la primera edición
del Quijote, manuscritos de Dickens, de Henry James, de Whitman, prácticamente
de todos los diarios y novelas de Virginia Woolf y del texto mecanografiado de
Tierra Baldía de Eliot con las correcciones y comentarios hechos a mano por Ezra
Pound.
Es también la biblioteca más ruidosa y trajinada
del mundo, porque los turistas invaden las salas de lectura, tomando fotos y
hablando en voz alta con total desfachatez. Pero uno termina por acostumbrarse
a ese bullicio, como a una música de fondo. Aunque tiene el personal
especializado necesario, la Public Library, como todas las instituciones
culturales de Estados Unidos, funciona gracias a la ayuda de personas
voluntarias, generalmente jubilados y principalmente mujeres, que ofrecen
información y guía y ayudan a los usuarios a orientarse en el laberinto de sus
instalaciones. A mí me conmueven mucho esas señoras, algunas muy ancianas, que
están allí siempre a la hora y con la sonrisa en la cara, prestando ese
servicio público. El voluntariado cívico es una institución anglosajona y sin
ella ni Inglaterra ni Estados Unidos serían lo que son.
Magic Subway Station, Nueva York, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
La riquísima vida cultural de New York no existiría
sin la contribución de la sociedad civil que es la que en gran parte la
financia y promociona. El Estado también, sin duda, pero en proporción
relativamente limitada y, a veces, ínfima. Es verdad que tanto empresas como
individuos tienen importantes incentivos tributarios para hacer donaciones y
patrocinar actividades culturales, pero, antes que ello, la razón profunda de
esas astronómicas sumas de dinero que anualmente invierten las fundaciones y
las entidades comerciales, industriales y financieras, y las personas privadas,
en museos, espectáculos, exposiciones, bibliotecas, conferencias,
universidades, etcétera, es una cultura, una conciencia cívica de que si una
sociedad quiere tener una vida intelectual y artística rica, creativa y libre
es obligación de todos los ciudadanos sin excepción asumirla y sostenerla. A
ello se debe que, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, donde los
gobiernos filantrópicos convierten a la cultura en un producto oficial de auto
promoción y manipulación burocrática, en países como Inglaterra y Estados
Unidos la cultura tenga ese sesgo independiente y plural, que garantiza su
libertad, su renovación y estado continuo de experimentación.
En los dos meses que acabo de pasar aquí vi, por
ejemplo, cómo conseguía recursos para la renovación integral en que está
empeñado, el Museo del Barrio, situado en el Harlem Latino, y dedicado a
exponer arte procedente de América Latina. Ya ha reconstruido su bellísimo
auditorio, una joya belle époque que estaba en ruinas. En la cena de gala que
celebró para reunir fondos se recolectaron en pocas horas cerca de cuatro
millones de dólares.
El mundo de Cristina The Museum of Modern Art_NY, 2012 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Es verdad que una vida cultural poco subvencionada
por el Estado, que se apoya sobre todo en la sociedad civil para mantenerse, es
cara. La de New York lo es y ciertos espectáculos, como la ópera y los
conciertos, suelen alcanzar precios prohibitivos. Y sin embargo todo lo que
vale la pena de verse está siempre lleno de gente en New York, y los dos
grandes museos, el Metropolitan y el MOMA (el Museo de Arte Moderno) reciben al
año más visitantes que el Yankee Stadium y el Madison Square Garden.
En muchos sentidos, New York se ha convertido en
este tiempo en lo que fue París para muchas generaciones anteriores: el lugar
donde los jóvenes artistas y creadores quieren llegar porque intuyen que allí
encontrarán un ambiente estimulante para su trabajo y porque saben que si
triunfan allí habrán triunfado en el mundo entero. No sólo ocurre con músicos,
pintores, bailarines, actores y cineastas. También con escritores. Me ha
sorprendido la cantidad de jóvenes poetas, narradores, dramaturgos de distintos
países latinoamericanos avecindados ahora en New York, escribiendo y tratando
de abrirse camino en la ciudad de los rascacielos. Algunos están vinculados a
universidades y fundaciones y otros sobreviven como pueden, trabajando en
librerías, editoriales o tocando guitarras y bongós en los bares latinos y
hasta en las esquinas. Pero sacan revistas, dan recitales, y en las librerías
neoyorquinas hay ahora, en casi todas ellas, secciones dedicadas a los libros
en español.
He pasado dos meses intensos y exaltantes en esta
efervescente ciudad. Vivía en los alrededores de Union Square, un barrio muy
simpático y animado, donde incluso encontré cafés a la europea donde podía ir a
leer el periódico y a garabatear unas notas tomando un cortado. Y donde se
halla Strand, la librería de compraventa de libros antiguos más grande del
mundo. Vi exposiciones magníficas y algunas obras de teatro -una de Beckett,
con John Turturro, sobre todo- espléndidamente montadas. Y películas, muchas
películas, aprovechando el Festival de Tribeca, que trae a New York en el curso
de diez días largometrajes de todo el planeta. Y, sin embargo, siempre tuve la
sensación de que a esta maravillosa ciudad le faltaba algo para sentirme
totalmente en casa. ¿Qué cosa? Vejez, historia, tradición, antigüedad. Eso que
es el alma secreta de cualquier ciudad europea y hasta de la aldea más
desamparada e ínfima, esa invisible presencia que establece un vínculo entre
hoy y ayer, esos siglos de aventuras, guerras, proezas artísticas y conmociones
históricas, religiosas y culturales, de los que ha resultado la civilización en
que vivimos. En New York todo es tan reciente que da la sensación de que el
pasado nunca existió, que la vida sólo es futuro en trance de hacerse. Será que
ya no soy joven, pero esa sensación de que no hay casi vida detrás, que toda
ella está sólo por delante, me produce cierta angustia y una sensación de
soledad.
DE OTROS MUNDOS
Tom Junod / Richard Drew / El hombre que cae
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