Un personaje de Leonardo Sciascia se preguntaba cómo se puede ser siciliano. El escritor no daba respuesta. Andrea Camilleri, profundamente siciliano como Sciascia como Luigi Pirandello, de quien ha escrito una exclente biografía, sí la tiene: sólo se puede ser sicialiano con mucha ironía. Y esta ironía se refleja en su obra, sobre todo en la serie protagonizada por el comisario Salvo Montalbano.
Esa mirada desde el sur que se hace universal le une a colegas negros como Manuel Vázquez Montalban, con su Pepe Carvalho; al francés Jean-Claude Izzo, autor de la estupenda Trilogía de Marsella, con su honesto policía Fabio Montale; y al griego Petros Márkaris, con su inspector Kostas Jaritos. Todos ellos se mueven entre el escepticismo y la ironía a veces corrosiva; saben que las palabras policía y justicia no siempre concuerdan con verdad; y todos utilizan el género negro para explicar lo que pasa en su tierra.
Este hombre del sur tiene una vitalidad extraordinaria. El pasado julio, con sus 82 años largos, fue una de las 4.000 personas que se tomaron las huellas dactilares en Roma en solidaridad con los ciudadanos gitanos. Otro ejemplo. Inició la saga de Montalbano cuando tenía 69 años, en 1994. Publicó La forma del agua, El perro de terracota, El ladrón de meriendas y La voz del violin y no pasó nada. En 1998, con el libro de relatos Un mes con Montalbano, arrasó, primero en Italia y luego a nivel internacional. El éxito a los 73 años. No está mal. Montalbano tiró de todos sus otros libros, en especial las históricas, que también transcurren en su pueblo imaginaria Vigàta, como las del comisario.
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