“Leer a mi padre no es cómodo”
El hijo de Georges Simenon explica en Barcelona la empática ‘longevidad’ de su comisario Maigret
Carlos Geli
Barcelona, 2 de febrero de 2017
John Simenon (Tucson, 1949) va bien pertrechado: móvil, tableta y reloj inteligente. Y todo echa humo: no es fácil gestionar el legado de su padre, el mítico Georges Simenon (1903-1989), desde la Georges Simenon Ltd. y su filial, Maigret Productions Limited. “Soy el único empleado a tiempo completo, pero muevo indirectamente a unas cinco personas”, dice. Sólo puede concretar que su progenitor está traducido a 55 idiomas; el resto, por aproximación: unas sesenta adaptaciones audiovisuales y unas ventas “de unos mil millones de libros ya; cada año son unos varios cientos de miles de ejemplares en todo el mundo”.
La parte del león se la lleva el comisario Maigret (75 novelas y 28 cuentos de entre 350 obras literarias), de cuya vigencia ha venido a hablar el hijo en BCNegra, el festival de novela negrocriminal de Barcelona. De entrada, deshaciendo el mito de que la invención del comisario no fue porque se aburría mientras le arreglaban la barca en un puerto del norte de Holanda durante una travesía. “No fue casual, lo buscó: había acabado su etapa anónima en la literatura pulp y al saltar a la novela seria le pareció que para estructurarla le sería más sencillo con un detective: construir una novela es estar en la cuerda floja; con un detective es como estar en un balcón con barandilla”. Pero, a plena conciencia, no sería una barandilla cualquiera: “Decidió moldear un comisario contrario a todo los cánones de la época dorada del género, era todo lo que los demás no eran: Maigret no es inteligente, es grandote, habla poco, no es deductivo como Holmes sino intuitivo y, sobre todo, no investiga el delito a lo Poirot sino a las personas”. Sí, no dispara, no conduce…
Prácticamente nulo lector del género (“en su librería no había casi nada de policiaco, pero sí mucho Gogol y Dostoievski, y Conrad, Balzac y Maupassant”), cree que su padre jugó a hacer de Maigret “un explorador de almas, mientras que el resto de detectives son cazadores de almas; tiene un punto de confesor o de médico del espíritu, como se ve en muchas historias, donde el asesino tiene la necesidad de confesarle su crimen… Para nuestra desgracia familiar, él era un muy buen psicólogo y eso lo heredó Maigret”. Sostenía Simenon, recuerda el albacea, que “el criminal es la primera víctima del crimen” y que llegar al “hombre desnudo, el hombre que se queda solo frente a frente con su destino: qué es, qué piensa” era “el resorte supremo de la novela”. Esa búsqueda que marca sus novelas, cree John Simenon “es válido en cualquier lugar y en cualquier época y eso explica su vigencia”.
¿Esa comprensión por los pecados de los demás era una manera de comprender los suyos? “El jamás pensó que había cometido pecado alguno; sí creía que todos tenemos la capacidad de ser delincuentes y que la diferencia de convertirte en uno o no era si tenías la oportunidad o se daban las circunstancias”. Huele, como la teoría del hombre desnudo frente a su destino, a predestinación… “No, no era religioso, pero, educado en el seno de la iglesia católica, tenía bien clara la noción de culpa cristiana, aunque no la aceptaba; sí creía que no tenemos libre albedrío porque somos resultado de un proceso químico. ¿Ese proceso lo determina Dios? Él no lo creía y mantenía que el hombre es biológicamente irresponsable, aunque en todos sus libros los hombres son socialmente responsables; ningún personaje suyo rehuía la responsabilidad, pero en esa confrontación ética se mueven todos sus personajes y eso es lo negro en Simenon, explorándolo a partir de Maigret o haciéndolo el propio lector en las novelas que llamaba duras”.
Conocía bien Simenon la complejidad del ser humano: eso se vio en sus crudísimas Memorias íntimas, que su hijo John admite que son fruto directo del impacto del suicidio de su hermana Marie-Jo en 1978, colofón de un episodio donde se habló de un amor paterno-filial que podría haber rozado el incesto. John lo niega y admite la acidez de ese libro: “Al excavar tanto en los personajes te confronta como lector; y ahí el personaje era él… Mire, leer a mi padre no es cómodo y uno tiene dos reacciones: si uno tiene una visión idealista del ser humano, te sacude porque ves cosas que no querrías ver; si aceptas que somos así, la lectura es catártica, te ayuda a saber quién eres… pero también te hace sentir incómodo”.
Recuperadas las ventas en el mercado anglosajón, Simenon sigue siendo una lectura pendiente en España: “Es un misterio, como lo es que se venda tanto en Italia… pero no se puede imponer, leerlo es muy personal, como una revelación: de golpe, te contagia”. Recomienda para entrar en el mundo Simenon de los no-Maigret la durísima La nieve estaba sucia (“el héroe es depreciable y acabas teniendo empatía con él; terminas dividido: no lo soportas, pero tú podrías ser ese tipo”) y de los Maigret, La noche de la encrucijada, recién lanzado por Acantilado, el 14º que publica del escritor belga en España y del que acaba de rodarse una adaptación televisiva, con Rowan Atkinson como Maigret. “A los tres minutos te olvidas que es Mr. Bean: expresa como pocos Maigret la sensación de empatía, de intentar entender a los demás”. Curioso detective.
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