Yayoi Kusama, la artista que se enfrentó a su horror al sexo con topos, colores y calabazas
La artista japonesa es a sus 94 años un referente con sus 'Infinity rooms', cuadros y esculturas. Releemos su autobiografía cuando su gran antológica llega a Bilbao
Isabel Gómez Melenchón
17 de junio de 2023
La niña Yayoi Kusama presenció un acto sexual cuando aún era muy pequeña; la escena la dejó completamente turbada y volvería una y otra vez a su mente, pero no habló con nadie. No era sólo que su entorno considerara el sexo como algo sucio, vergonzoso, algo que había que ocultar. Estaba también la cuestión de sus padres, de su padre, quien después de contraer matrimonio siguió manteniendo relaciones fuera de este, frecuentaba casas de geishas y desaparecía con una, o varias, prostitutas durante semanas.
Las discusiones familiares eran constantes, además, el negocio que les daba de comer pertenecía a los abuelos maternos, como le reprochaba continuamente la madre al padre antes de emprenderla con la pequeña Yayoi, a quien reñía constantemente; no, no era momento ni lugar para tratar lo que se convirtió en una herida que supuraría durante el resto de su vida. Supuraría dolor, extrañamiento, rechazo, también arte.
Yayoi Kusama |
La herida
La niña Yayoi contempló un acto sexual y no pudo asumirlo; la adulta Kusama comenzó a crear objetos, instalaciones y figuras blandas hechas de saquitos con forma de pene para superarlo
“Cuando un americano piensa en una joven japonesa, ve una flor de invernadero; por eso sorprende Kusama. Hablamos de una mujer fuerte y dura”, escribió un crítico norteamericano a raíz de una de sus primeras muestras, según recoge la artista en su autobiografía, de donde se han extraído todas las citas.
Fuerte y dura. Tardó ocho años en convencer a su madre de que le permitiera viajar a Estados Unidos para dedicarse al arte, una actividad que en su familia burguesa de provincias, y en todo el país, era considerada “poco más que un pasatiempo entretenido, cuando no una extravagancia”. Y para extravagancias ya tenían al padre. Además, estaban las alucinaciones que empezó a sufrir a los once años, veía auras alrededor de algunos objetos, oía hablar a las plantas y a los animales.
Un día, las montañas que rodean Matsumoto empezaron a emitir fogonazos y a centellear; Kusama corrió a su casa, donde, claro, tampoco podía hablar con nadie de aquello. En su libreta dibujó lo que había visto. “ Tenía varios cuadernos repletos de aquellas alucinaciones y registrarlas me ayudaba a suavizar la impresión y el temor de aquellos episodios. Este es el origen de mis cuadros”.
(Tras su vuelta a Japón en 1973, la artista se internó en un hospital para enfermos mentales. Allí sigue viviendo, voluntariamente, a sus 94 años).
La repetición
La artista calma su ansiedad mediante la repetición, especialmente de topos; a los once años empezó a sufrir las alucinaciones que nunca la han abandonado
“ Los artistas no suelen expresar sus complejos psicológicos de manera di recta, pero yo sí utilizo mis temores y mis complejos como temáticas para mis obras”. En Nueva York, sus primeras telas se llenaron de redes infinitas y repetitivas en blanco y negro que desconcertaban al observador y mantenían el estómago de la artista vacío.
Eran años aún de action painting : en una ocasión Kusama cargó cuarenta manzanas con un lienzo mucho mayor que ella, para ofrecérselo al Whitney Museum. Tuvo que cargarlo las cuarenta manzanas de vuelta después de que lo rechazaran. A veces no tenía más que un mendrugo de pan para cenar, pero la reconfortaba el apoyo de la gran Georgia O’Keeffe, quien le presentó a su propio marchante.
Eran tiempos de action painting, sí, pero sin saberlo aún todos, crítica y público, estaban esperando ya algo nuevo. La primera exposición de Kusama en Nueva York fue un éxito absoluto con sólo cinco obras, capas de pintura blanca seca, “un ritmo repetitivo sin fin y una superficie monocroma” que actuaban de lenitivos. Era el momento de suprimir algunos de esos temores.
Kusamanía
De sus comienzos difíciles en Nueva York, donde llegó a pasar hambre, a ver sus estampados en bolsos y prendas de alta costura
Arte psicosomático, como se ha referido a sus creaciones en más de una ocasión. Tras las esculturas blandas de forma fálica llegaron sus happenings a la busca de una liberación sexual que en los sesenta fue una posibilidad, o así se quiso creer: hombres y mujeres, heterosexuales y gays, desnudos y con el cuerpo pintado de topos, a veces por la propia artista, en espacios públicos, tocándose, besándose. Luego, los tiempos cambiaron.
Ya habían aparecido sus topos tan característicos, repetidos en la infinidad de su obsesión y de su intranquilidad. Porque aunque su fama ya era mundial, aunque se han convertido en motivo fetiche de grandes compañías de moda, aunque existe una kusamanía, el sufrimiento ahí sigue.
"¡Que venga Picasso, que venga Matisse, que venga quien sea! Yo les haría frente con un solo lunar", había escrito la artista en sus años neoyorquinos. Quienes vinieron fueron los bolsos, los vestidos, el merchandising. Si antes las ciudades querían todas un edificio de determinados arquitectos estrellas, ahora todas quieren una de las calabazas de vivos colores que hacen inmediatamente reconocible a la creadora.
Las Infinity rooms , habitaciones donde los espejos y los balones de plástico proyectan sus topos en todas direcciones, tan instagrameables que se han convertido en una atracción en sí mismas, dejando a la creadora en un segundo plano. Quizás sea la obliteración que ha querido siempre. Mientras tanto, seguirá buscando “ nuevos modos de convertir mis obsesiones en formas concretas”.
Yayoi Kusama: de 1945 hasta hoy. Museo Guggenheim. Bilbao. www.guggenheim-bilbao.eus. Del 27 de junio al 8 de octubre.
Yayoi Kusama. La red infinita. Trad.: Julio Hermoso. Ediciones B. 283 páginas, 18,90 E.
LA VANGUARDIA
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