La nostalgia del infierno
Liliana Cavani desmitifica su controvertida 'El portero de noche'
Barcelona 16 DIC 2006
La velada los volvió a juntar a los tres. En la pantalla, Charlotte Rampling con su vestidito salmón y Dirk Bogarde con su elegante y amenazador uniforme de las SS, eternizados ambos por la magia del celuloide. En la platea, Liliana Cavani, la directora de El portero de noche (1974). "En Italia la censura lo simplificó todo en una cuestión de sexo. '¿Por qué ha puesto a la mujer encima del hombre al hacer el amor?'. Sólo les preocupaba eso, la escena del bote de mermelada". Cavani movía la cabeza, aún incrédula, durante el coloquio sobre su célebre y controvertido filme -relación sadomaso entre una víctima del Holocausto y su captor nazi- la noche del jueves, tras la proyección en la Filmoteca de Cataluña. "Charlotte, Dirk y yo quedamos muy sorprendidos por el éxito del filme. Pensábamos que era una película para minorías".
Fue una velada teñida de nostalgia. Una nostalgia que no era sólo la irracional, terrible, morbosa que sienten en el filme los dos protagonistas por el infierno del campo nazi donde vivieron su historia de negro amor. Ni la que se le supone a Cavani, aunque en el coloquio se mostrara como una mujer dura, correosa y desmitificadora, ante su película. En el mismo cine que alberga la filmoteca, el antiguo Aquitania, se pasaba hace 30 años El portero de noche y ahí la vieron entonces algunos de los que asistían anteayer al pase. Entre ellos, quien firma estas líneas, quedando tan impactado -19 años, COU, escaso conocimiento aún del masoquismo; la Rampling la primera mujer completamente desnuda a toda pantalla-, que aún hoy la recuerda casi fotograma a fotograma, pegada absurdamente a la memoria como esos caramelos imposibles de desenganchar de la suela del zapato.
Empezó la proyección sin la Cavani, todavía en el Liceo donde ensaya Manon Lescaut. Sonó la música amarga y decadente de Daniele Paris, apareció el hotel Zur Oper, la Viena demacrada. La superviviente Lucia (Rampling, con 28 años), llegada por un malicioso capricho del destino al hotel donde se esconde haciendo de portero su antiguo verdugo, el ex obersturmführer Max (un hombre de Kaltenbrunner que jugaba al médico en el mismo campo que la chica), cruza la mirada con él. Flash-back de ella, andrógina, en la fila de selección, ante la cámara del nazi... Seguirá la impactante secuencia del oficial SS homosexual Bert danzando ballet en tanga en las frías dependencias del campo y, más tarde, la escena central (la primera que se filmó) en la que la Rampling baila lúbricamente con la gorra de la calavera y los senos al aire, icono de la película, mientras canta una canción de Marlene Dietrich. En el coloquio, Cavani negó que se refocilara en la aparatosa estética nazi -Susan Sontag se refirió con respecto a su película a la "erotización del fascismo"- . "No hay fascinación alguna. Los nazis eran así, no iba a disfrazarlos de orientales". El uso de La flauta mágica en la película fue sólo porque "daba la emoción justa" y no debe verse en ello ninguna fácil alusión sexual (aunque suene un aria mientras un SS sodomiza a un preso y Bogarde introduce -valga la palabra- a Rampling en los arcanos de la felación).
La directora recordó el origen del filme. "Hice un documental sobre la Resistencia y entrevisté a mujeres supervivientes de los campos, entre ellas una maestra del Piamonte que estuvo en Dachau. Vi en la relación entre víctimas y verdugos un tema poco investigado y que se podía explicar a través de una historia. La escribí yo misma en una tarde, aunque luego hubo muchas variaciones durante el rodaje".
"Cada uno debe sacar su impresión de la película", continuó. "Un filme es sólo un filme. Y éste un grano de arena en un tema enorme". Cavani acabó: "No sé si está llamado a perdurar".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de diciembre de 2006
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