lunes, 16 de septiembre de 2013

Eugenio Fuentes / Guerrillas en el patio de colegio



Guerrillas en el patio de colegio

El acoso escolar se ve ahora amplificado por las redes de la tecnología



EUGENIO FUENTES
16 SEP 2013 - 17:00 COT


En todos los patios de colegio han existido siempre los matones. En ninguno ha faltado el truhán que, amparado en su corpulencia o en su falta de escrúpulos, acosaba al compañero más vulnerable, le inventaba un apodo o ingeniaba una broma pesada con que humillarlo. Su diversión favorita, más que los deportes o los juegos, era encontrar una víctima propiciatoria sobre quien lanzar sus burlas y ejercer su despotismo, a quien poner la zancadilla o arrinconar para quitarle el bocadillo o el dinero bajo amenazas y chantajes.
Por las noticias que siguen apareciendo a diario en la prensa —en España y fuera de España—, la situación no ha variado mucho. Cualquier excusa es buena para el acoso: que alguien use gafas o lleve aparato en los dientes, que sufra acné o calce un número muy grande de zapatos. Pero sobre todo se ejerce sobre quien tiene algún defecto físico o es diferente al grupo, sobre el chico o la chica gordito o flaco, sobre el torpe deportivamente, sobre el homosexual o sobre quien tiene otro acento al hablar u otro tono de piel.
El acoso es tan viejo, tan conocido, y es tan nítido su significado que no resulta necesario aplicarle el neologismo bullying. Y aunque se trate de un asunto de niños, no es un problema pequeño ni para tomar a broma: el miedo y la angustia también caminan en pantalón corto.
El matón es un tipo que pretende aumentar su valoración en el Dow-Jones escolar subiéndose sobre los hombros de aquellos a quienes quiere convertir en bonos basura. Pero, con todo, su principal arma no está en sus músculos ni en su crueldad, sino en su pertenencia a un grupo que en esas ocasiones se convierte en manada. En el patio del colegio o en las redes sociales, los componentes de la grey empujan todos a la vez al que está solo para defenderse contra todos ellos, dejándose arrastrar por ese instinto atávico de hostigar a quien no pertenece a la tribu.
Al verse amparado por un coro de cómplices que participan de sus guasas y aplauden sus agresiones, el matón, además, se siente impune, convencido de que la culpa se diluirá en el grupo si se exigen responsabilidades, algo que no siempre resulta fácil, puesto que en muchos episodios no hay un ataque físico ni una agresión que pueda calificarse de delito, sino que es la víctima la que, en el peor de los casos, se hace daño a sí misma.

Todo poder libre de control tiende a la tiranía y por eso hay que frenarlo en la primeras edades como garantía de convivencia

Frente a ellos tiembla la figura del acosado: el chico o la chica que, mientras todos sus compañeros están deseando que terminen las clases para salir al patio, teme que empiece el recreo, porque esos minutos que debían ser de descanso son un periodo de ansiedad y de pánico. Para él, el patio es un patíbulo. Mientras los otros juegan, gritan y saltan satisfechos, él aspira a esconderse en su camisa y pasar desapercibido, anónimo, a que nadie se fije en sus andares, porque cualquier cosa que haga es un detonante para las cargas de caballería: si saca buenas notas, porque despierta la envidia de los acosadores; si suspende, porque es tildado de torpe. Si viste de marca, porque es una pija; si viste de trapillo, porque es una choni. En una situación así, su fracaso escolar está servido, pues no sabe de qué sirve ir al colegio si solo es para recibir humillaciones.
El acoso escolar se ha agravado y ha adquirido una nueva dimensión con las nuevas tecnologías, tanto que la propia comunidad europea se ha alarmado ante su crecimiento. La tecnología tiene muchas, inmensas ventajas, pero también se convierte en una pesadilla tenebrosa cuando su eficacia y su inmenso poder son aplicados al mal. Un día la víctima es aquel chico tímido que no hablaba; otro, se arroja a un precipicio una muchacha, con una carta en el bolsillo donde da cuenta de su desesperación; guardamos por ella un minuto de silencio, pero la olvidamos pronto, sin pensar que mañana podría ser cualquier familiar o conocido que llevamos al costado.
Con las nuevas tecnologías, el ciberacoso ya no se limita al patio del instituto; también penetra en la intimidad de las habitaciones de los adolescentes, donde antes hallaban un refugio inexpugnable y se sentían protegidos. Tampoco se reduce al horario escolar, se prolonga todo el tiempo: al acostarse, el acosado apaga la pantalla del ordenador donde se lee la última burla y al despertarse comprueba angustiado que todavía sigue allí.
En el fondo, solo hay dos tipos de personas: las que sienten una indomable inclinación hacia el poder y el dominio, hacia el ordeno y mando, y las que solo aspiran a que las dejen en paz. Todo poder libre de control tiende hacia la tiranía y por eso son imprescindibles las leyes que lo frenen y lo regulen. Y esta tensión, como un anticipo de las que se producirán en la edad adulta, se contempla a diario en los patios de colegios e institutos, pero ahora gravemente amplificada por las redes de la tecnología. Que se aprenda a evitarlas en las primeras edades es una garantía de convivencia para el futuro.
Eugenio Fuentes es escritor. Su última novela es Si mañana muero (Tusquets Editores).


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