Sándor Márai
Escribir en busca de dignidad
MONIKA ZGUSTOVA
18 de febrero de 2006
Sándor Márai crea en el segundo tomo de sus memorias un mapa de emociones, historia y reflexiones sobre su lugar en el mundo y la época que le tocó vivir. El escritor asiste en Budapest al final de la Segunda Guerra Mundial y a la irrupción de un brutal poder comunista.
Budapest, marzo de 1944. Una frugal cena de los tiempos de guerra, aunque, eso sí, servida en una vajilla de porcelana de Meissen, con cubiertos de plata y candelabros franceses, en un comedor tapizado con seis mil libros. La luz íntima de las velas ilumina los rostros de los once comensales. Durante esta Última Cena, en la que ni siquiera falta Judas -un colaborador con los nazis-, el narrador presiente un brusco cambio de su vida y la de sus conciudadanos. Y efectivamente, poco después los rusos cercan Budapest y el vendaval de la historia se lleva el refinamiento de la cultura centroeuropea y la sofisticación de su burguesía.
¡Tierra, tierra!, la segunda obra biográfica de Sándor Márai, continuación de Confesiones de un burgués, es un libro en el que el autor de El último encuentro y La mujer justa comparte con el lector sus emociones más íntimas: sus temores y desengaños, sus dudas y presentimientos. Al mismo tiempo es un lúcido y penetrante análisis histórico.
¡TIERRA, TIERRA!
Sándor Márai
Traducción de Judit
Xantus Szarvas
Salamandra. Barcelona, 2005
446 páginas. 17 euros
Durante el cerco de Budapest, el autor se refugia en un pueblo donde entra en contacto con los soldados del Ejército Rojo y es testigo de toda clase de absurdas y gratuitas crueldades contra la población húngara, perpetradas, con el consentimiento de sus superiores, por esas tropas llegadas del Este. Márai observa que la manera de actuar de esos soldados en el pueblo es parecida a su modo de llevar los asuntos en lo estatal: en una sola maniobra nacionalizan la industria húngara, los bancos y el comercio, en una sola noche acaban no sólo con los terratenientes sino también con los baluartes de la educación y la cultura, siempre con una actitud desenfrenada y salvaje, con un afán que no conoce impedimentos de tipo ético o moral. El autor intuye que lo que está presenciando es una premonición del futuro.
A su regreso a Budapest, Márai encuentra su casa en ruinas y su preciada biblioteca desaparecida. Esas escenas dantescas descritas con pocas palabras bien medidas se leen como un presagio de la tragedia que más tarde se apropiaría de Budapest. En un viaje a Europa occidental, Márai encuentra una despectiva indiferencia hacia los sucesos en su país y una arrogante superioridad hacia lo que Occidente considera como la periferia del mundo civilizado. ¿Dónde está mi sitio?, se pregunta el escritor al comprobar que Europa, para él, se ha vuelto invivible, y la respuesta se dibuja claramente: en la lengua húngara. Al regresar a su país, Márai observa la fragilidad del ser humano obligado a vivir en medio del pánico y la humillación, y en decenas de páginas examina el totalitarismo soviético que los acuerdos de Yalta impusieron a su país, analizando asimismo las actitudes de los intelectuales marxistas, el odio implacable que la miseria suele despertar, la crueldad del lumpen cuando se viste de uniforme. Al mismo tiempo Márai dedica reflexiones nostálgicas a la cultura burguesa, a la que considera el mejor fenómeno que ha producido la cultura occidental, a la descomposición de esta cultura en Hungría y a la trágica pérdida de la identidad de los individuos en una época convulsa.
Márai llega a la conclusión de que el poder comunista, como una araña, succiona a la víctima todo lo que ésta tiene de amor propio, al igual que lo hicieron los nazis en los campos de exterminio donde mantenían a sus víctimas en condiciones infrahumanas. Sin embargo, según Márai los nazis se contentaron con "poco": con la aniquilación física de sus víctimas, mientras los comunistas buscan algo más: exigen que la víctima -la sociedad- se mantenga con vida y celebre el régimen que está aniquilando su conciencia ética y su dignidad. Por eso, al presentársele otra oportunidad para salir a Occidente, Márai no se lo piensa dos veces. Sabe que esta vez sale al exilio. Se siente libre; siente miedo.
En este punto termina ese clarividente testimonio de una era, ese brillante análisis de los totalitarismos y sus agentes, esa equilibrada descripción del comportamiento humano en situaciones límite. Los muchos lectores que Márai tiene en España están de enhorabuena: tienen ante sí uno de los mejores libros de su escritor. Un clásico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de febrero de 2006
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