En Estrasburgo tuvimos la suerte de ver el último montaje de Ingmar Bergman, el cual mucho me temo que no lo vamos a ver aquí. Era el montaje de una obra de Olov Enquist, Bildmakarna, que los franceses del Théâtre National de Strasbourg tradujeron por Les faiseurs d"images, unos artesanos, unos fabricantes de imágenes que no son nuestros imagineros, sino otra clase de artesanos: los del cine mudo.Olov Enquist (Estocolmo, 1923) es conocido aquí principalmente por una obra suya en torno al personaje de August Strindberg, La nit de les tríbades, uno de los espléndidos montajes de Fabià Puigserver, en los primeros años del Lliure, concretamente a finales del mes de octubre de 1978. Al parecer, a Enquist le van los personajes literarios, porque después de La nit de les tríbades, que es de 1975, estrenó otra pieza sobre Andersen, el celebérrimo escritor danés Hans Christian Andersen, y hará cosa de tres años escribió y publicó un texto, Hamsun (otro celebérrimo escritor, el noruego Knut Hamsun), el cual sirvió de guión para un filme de Jan Troell sobre dicho escritor, interpretado por Max von Sydow (y que no he visto). Pues bien, entre la pieza sobre Andersen y el filme sobre Hamsun, Enquist escribió esos Faiseurs d"images, en donde hace su aparición otro monstruo de las letras nórdicas: la escritora sueca Selma Lagerlöf.
La acción se desarrolla en Estocolmo, en 1920. Victor Sjöström (interpretado por el actor del Dramaten Lennart Hjulström) acaba de realizar una adaptación cinematográfica de Körkarlen (El cochero de la muerte o El carro fantasma, entre otras traducciones que corren por ahí), de Selma Lagerlöf. En 1920, la escritora sueca (interpretada por Anita Björk, otra extraordinaria actriz del Damaten) es una mujer de 62 años que ya ha recibido el Premio Nobel, que es miembro de la Academia sueca, doctora honoris causa por la Universidad de Uppsala, etcétera, etcétera. Sjöström, el director de la película -muda, necesariamente-, y el director de fotografía Julius Jaenzon (Carl-Magnus Dellow, otro del Dramaten) aguardan a que la escritora llegue al estudio para asistir a una proyección privada del filme. Y, la verdad, están algo acojonados, sobre todo el joven Julius. Ambos temen que la gran dama de la literatura sueca se burle de esos "fabricantes de imágenes", artesanos de un medio bisoño, torpe, en comparación con la nobleza y la complejidad del medio literario.
Pero antes de que llegue la gran escritora, hace su aparición -nunca mejor dicho- una criatura impresionante, Tora Teje (interpretada por otra joya, en todos los sentidos, del Dramaten: Elin Klinga), una actriz joven que era hasta hace poco la amante de Sjöström, y que se siente dolida porque éste, desde que ha vuelto con su mujer, por mala conciencia, por miedo o por lo que sea, le ha negado un papel en Körkarlen, en la película de marras.
La Teje/Klinga -guapísima, metro ochenta, como mínimo; piernas interminables, cabellera trigueña hasta las caderas- es un felino de mucho cuidado que acosa al pobre Sjöström/Hjulström, quien deja al descubierto la dependencia que todavía siente por la moza y el pánico que se apodera de él de derrumbarse como un pelele cada vez que ésta lo azuza. Pobre Sjöström, pobre artesano, fabricante de imágenes cinematográficas, enfrentado con ese soberbio animal de carne y de sangre.
Y llega el Premio Nobel, llega la Lagerlöf, disfrazada de Lagerlöf, y Tora Teje, que podría ser su nieta, con toda la mala educación, con toda la falta de tacto, con todo el desparpajo y también con toda la limpieza y la desnudez, espiritual y corporal, se gana al tótem literario, se hace suya a la Lagerlöf. La joven le devuelve la juventud a la vieja, ante la mirada perpleja y más acojonada que nunca de los fabricantes de imágenes.
¿Se imaginan lo que da de sí una historia semejante -con madres castradoras, padres y amantes impresentables y akuavit a palo seco y unos litros de schnaps a morro-; una historia con esos personajes y esos actores como la copa de un pino, en las manos del solitario de Fårö, a sus 81 años cumplidos? ¿Se imaginan esa historia a lomos de la memoria teatral, cinematográfica, literaria, emocional, carnal de Bergman? ¿Se imaginan al fantasma del viejo Sjöström de Fresas salvajes azuzado por la última e imposible amante de Bergman, un Bergman que se funde con ella, como en un cuento de niños, cómplices, en la persona de Selma Lagerlöf? ¿Se imaginan un espacio prácticamente desnudo, con cuatro criaturas bañadas en las imágenes de la versión original, amputada, de Körkarlen; teatro y cine juntos en la mano de un maestro?
Me pregunto qué pecado (original, supongo) habremos cometido los catalanes para que, siendo un pueblo chico, con buenos escritores, como el sueco, no hayamos tenido nunca un buen artesano, como Enquist, ni un genio, como Bergman -los actores sí los tenemos, y buenos, incluso muy buenos-, para disfrutar de un Mossèn Cinto o de un Comte Arnau mínimamente decentes, y encima ahora nos castiguen con un Pla -Homenots, en TV-2- ligeramente brechtiano, por no decir descaradamente pastoreutizado. Òmnium cultural es, claro está, el Dimoni.
P. S. Il pleut sur Nantes/ Donne-moi la main/ Le ciel de Nantes/ Rend mon coeur chagrin. El jueves 25, en Luz de Gas, Ana Cristina Werring canta a Barbara.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de noviembre de 1999