domingo, 16 de noviembre de 2025

Juan Jacinto Muñoz-Rengel / “De repente tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí”

 


La anomalía, lo absolutamente imprevisto, la transformación, la intemperie, el caos, el temido colapso… Con todos estos elementos construye Juan Jacinto Muñoz-Rengel La transmigración, perturbadora y conmovedora novela en la que imagina el fin de nuestro mundo debido a un fenómeno extraordinario, inexplicable, que hace que de un día para otro las personas se encuentren en cuerpos que no son los suyos, debiendo adaptarse a hechos y circunstancias extremas. 

Con esta historia coral, una magnífica coreografía de voces múltiples, de cruces de identidades, de cambios de registro, el autor se sitúa en la estela de la literatura que se anticipa, que explora posibles finales. Con un pie en un hipotético futuro de devastación, refleja con gran lucidez el ahora, este presente tan confuso en el que vivimos, incapaces de adaptarnos a la velocidad tecnológica, al reinado de las mentiras, a la carencia cada vez mayor de principios humanistas que nos guíen, de coherencia, de ética.

“Habíamos recibido un don. Un punto de luz y de gracia que nos hacía diferentes a las otras especies. Nos había sido concedida la capacidad de cuidar de las demás criaturas. Pero en su lugar inventamos unos dioses crueles, y seguimos su mandato de señorear en los peces de los océanos, las aves de los cielos y todas las bestias sobre la faz de la tierra. Creamos unos dioses que nos invitaron a someter al mundo con violencia…”, leemos en un momento dado, y más adelante se introduce una lista que incluye el sistema financiero, las fronteras, el capital, la digitalización… 

Muñoz-Rengel (Málaga, 1974) abre la ventana de la ficción para que miremos más allá de las pantallas que nos absorben con sus estímulos constantes, que tanto nos enredan y nos impiden no solo ver con atención a los demás, sino a nosotros mismos. Nos ofrece un espejo en el que observarnos, a partir del cual comenzar a preguntarnos hasta qué punto estamos dispuestos a enfrentar los miedos, las vulnerabilidades, los prejuicios… ¿Realmente nos satisface el tipo de vida que llevamos; somos capaces de explorar qué se esconde detrás de las ideas dominantes? ¿Qué hemos perdido con tanto afán individualista, con tantas falsas ideas sobre el éxito, el estatus, el dinero, la engañosa felicidad de lo material?

Podemos llegar hasta aquí, explorar sus profundidades, dar rienda suelta a los cauces de la reflexión, o quedarnos simplemente en las vicisitudes de la historia, movidos por su corriente, su ritmo, sus sobresaltos, pues esta es una de esas novelas de trama apasionante que no podemos dejar de leer. Pero es difícil no plantearse preguntas, no sentirse concernido por lo que sucede. Queremos saber qué les pasa a sus personajes, hacia dónde se dirigirán… Nos perturba la situación límite que están viviendo sus personajes porque, irremediablemente, pensamos que ellos podríamos ser nosotros, teniendo en cuenta todas las amenazas que se ciernen a nuestro alrededor en este tramo del siglo XXI: todas las locas acciones humanas contra el planeta; la atrocidad de un genocidio, la imposición del discurso belicista en Occidente; la vuelta del fascismo; el camino de retroceso en materia de derechos humanos que estamos experimentando; tantas y tantas cosas…

«LA TRANSMIGRACIÓN» ES UNA NOVELA DE TRAMA APASIONANTE QUE NO PODEMOS DEJAR DE LEER. NOS PERTURBA LA SITUACIÓN LÍMITE QUE VIVEN SUS PERSONAJES PORQUE PENSAMOS QUE ELLOS PODRÍAMOS SER NOSOTROS.

La transmigración, insisto, es una de esas novelas que no podemos dejar de leer, pero que, además, nos hace pensar, no solo en lo oscuro, también en los cauces de luz que aún son posibles. La empatía, la capacidad para comprender a los otros, para combatir el odio, la violencia en todos sus niveles, es algo con lo que nos quedamos cuando cerramos sus páginas. Son las historias humanas que se cuentan, el sentir más íntimo de personajes que en la más absoluta deriva acaban descubriendo su capacidad para dar, para cuidar, lo que nos sobrecoge en esta obra que retrata un destino atroz, pero también se asoma a nuevas oportunidades, a surgimientos, a refugios improvisadospara resistir a la crueldad, para hallar, tal vez, un nuevo equilibrio.

La empatía recorre todo el libro. Es necesaria entre lector y personaje, es lo que mueve para bien o para mal todas las relaciones en el nuevo estado de caos, y también se plantea a lo largo de la trama como el pequeño rayo de esperanza entre tanto pesimismo. Pero la empatía hay que trabajarla desde la raíz si no queremos perpetuar una sociedad de las apariencias, donde todo parece funcionar en la superficie mientras que está podrido por dentro”, señala el autor en el intercambio de preguntas y respuestas que mantuvimos vía correo electrónico. 

_ ¿Cuándo empezaste a imaginar esta historia, a partir de qué circunstancias, pensamientos, observaciones, emociones?

– Es una idea que me viene rondando desde hace años, porque de alguna manera conecta con la esencia de todo lo que más me interesa: la identidad, la conciencia, el dualismo mente-cuerpo, el otro, el doble, nuestra propia fugacidad… Concretando más, se hizo presente después de terminar El sueño del otro, que es un libro germen de este. Pero dejé pasar los años y creo que ese tiempo ha jugado muy a favor de La transmigración. Con la edad, empiezas a ver las cosas de otra forma. Y cuando la noche te sorprende en la cama, en ese momento de lucidez y miedos que precede al sueño, comprendes con una nueva profundidad lo poco que te ata a la vida, lo frágil que es el cuerpo que te une a los tuyos y a todo lo que tienes y te importa. En esa negrura empecé a armar de verdad esta historia que pretende hablar de la inestabilidad en la que vivimos instalados en estos tiempos, de lo azaroso que es todo y de la poca resistencia que pueden ofrecer las familias y los vínculos frente a los grandes cambios que están por venir o los que ya han arrasado países. Por suerte, además, la novela me subyugó y su escritura ha sido como un largo arrebato.

J.J. Muñoz Rengel. Fotografías © Jeoms Media

– El intercambio de cuerpos es el punto de partida, el sostén de la novela, una excusa para abordar los miedos que nos atenazan en este primer cuarto de siglo XXI. Vivimos con la sensación de que nada es seguro, firme, de que todo puede irse al traste de un momento a otro… “Tan solo dos días. Y ya nada será igual…”, leemos muy al comienzo.¿Hasta qué punto esa impresión fue el detonante de la historia?

– Sin duda es uno de sus motores. Vivimos en un mundo donde todo cambia y todo es volátil, tenemos más medios que nunca, pero gracias a la sobreinformación nos mantienen desinformados. Nadie entiende lo que ocurre. Nos encontramos divididos entre dos realidades, la física y la virtual, y nuestras identidades están cada vez más fragmentadas. Hemos perdido el control de nuestra imagen pública y digital, no somos dueños de nuestros datos, adolescentes y adultos naufragamos en las redes sociales y en el manejo de nuestros distintos perfiles. No sabemos quiénes somos ni en un lado ni en el otro; si ya era difícil desenvolverse aquí, allí aún es más complicado distinguir lo ilusorio entre tantos avatares, perfiles falsos e imagen manipulada. Por eso me resultaba tan sugerente este fenómeno fantástico: todo lo que damos por seguro podría esfumarse en un instante, también nuestra identidad, nuestras casas, nuestras familias, el mundo conocido. Mis personajes viven esta situación. Están atrapados en otros cuerpos, lugares y circunstancias, han dejado de saber quiénes son, y se sienten dominados por la sensación de irrealidad. En la novela todo esto se podría interpretar como un castigo por nuestros excesos. En lo que respecta a la realidad, hablo sin decirlo de dualismo digital, de posverdad, de guerra cognitiva, tratando de reflejar el estrés de nuestra realidad movediza y nuestras identidades líquidas, pero a través de una historia en la que la tecnología ha dejado de estar presente.

MUÑOZ-RENGEL: «TODO LO QUE DAMOS POR SEGURO PODRÍA ESFUMARSE EN UN INSTANTE, TAMBIÉN NUESTRA IDENTIDAD, NUESTRAS CASAS, NUESTRAS FAMILIAS, EL MUNDO CONOCIDO. MIS PERSONAJES VIVEN ESTA SITUACIÓN. ESTÁN ATRAPADOS EN OTROS CUERPOS, LUGARES Y CIRCUNSTANCIAS…»

– La epidemia de Covid, los cada vez más frecuentes desastres naturales, la respuesta de la guerra para sostener hegemonías, para seguir alimentando el capitalismo; la ejecución de un genocidio permitido por Occidente, ante la vista de todos, por encima de las leyes del derecho internacional… El caos ya está aquí. Tengo la sensación de que por mucho que se esfuerce la ficción, la realidad siempre la supera. Es un dicho viejo, pero ahora adquiere pleno sentido. ¿Qué opinas?

– Es cierto que todo va cada vez más rápido. Por eso los escritores especulativos o de anticipación ahora estamos casi en el mismo sitio que los realistas, sin habernos movido un solo paso. En solo una década, ahora acumulamos más cambios globales drásticos que antes a lo largo de miles de años. Por eso, ahora, de repente, tenemos la impresión de que la distopía ya está aquí. De que estamos viviendo a los pies del futuro. Los avances tecnológicos van a tal velocidad que la sensación es la de estar dentro de las típicas historias anticipativas de la ciencia ficción. Mi novela, en cambio, no explora la vía de los progresos científicos, sino que se adentra en otro de los miedos característicos de nuestro tiempo, la posibilidad del colapso. La literatura nos prepara para el amor, para la violencia, para la pérdida. Y hoy, en estos momentos, sentimos una urgente necesidad de prepararnos para los escenarios apocalípticos. Esto es debido a que las opciones para llevarnos a nosotros mismos a la extinción han aumentado mucho en los últimos años. Ahora ya no solo puede hacerlo una pandemia o un meteorito, ahora creamos armas biológicas en laboratorios, disponemos de un vasto arsenal nuclear, cambiamos el clima, los alimentos, nos autoenvenenamos, tenemos una economía global compleja y conectada, inventamos herramientas tecnológicas con capacidad para destruirnos sin tener ningún plan para contener su impacto. Y estas amenazas reales explican el auge del género apocalíptico. 

– En este sentido debemos reconocer también la capacidad que solo tiene la literatura, el cine, el arte en general, para hacernos ver, para llevarnos a reflexionar sobre nuestras vidas en un mundo acelerado, cambiante; para ayudarnos a encontrar algo de sentido, de luz. 

– Efectivamente, el arte, la ficción narrativa, la reflexión filosófica, son los pocos medios que nos quedan para imprimir lentitud a nuestro mundo, para tratar de recuperar el ritmo correcto en nuestras vidas. Todo lo demás no solo es una fuente de estrés, de insatisfacción y de error, que nos aleja de todo lo que era propio de nuestra naturaleza, sino que además nos convierte en un ganado dócil, en los estúpidos engranajes de la gran maquinaria que nos maneja. Es paradójico, porque cuanto más nos apresuramos, más lejos estamos de acompasarnos a la velocidad de los cambios de nuestro tiempo. Cuanto más corremos, menos pensamos y menos preparados estamos para dirigir, predecir o paliar los grandes cambios tecnológicos y económicos que están por venir. Si pensáramos despacio, al menos tendríamos alguna posibilidad frente a la vertiginosa transformación que caracterizará el siglo XXI.

«LA LITERATURA NOS PREPARA PARA EL AMOR, PARA LA VIOLENCIA, PARA LA PÉRDIDA. Y HOY SENTIMOS UNA URGENTE NECESIDAD DE PREPARARNOS PARA LOS ESCENARIOS APOCALÍPTICOS. LAS OPCIONES PARA LLEVARNOS A NOSOTROS MISMOS A LA EXTINCIÓN HAN AUMENTADO».

– El tema del traspaso de cuerpos no es nuevo ni tampoco el del colapso, el del fin de la civilización tal cual la conocemos. ¿Qué libros, películas, series, te han inspirado a la hora de trazar esta historia tan llena de registros, capaz de abrir múltiples ventanas al pensamiento? 

– Hay algo en la prosa desnuda y en el tratamiento realista de Cormac McCarthy en La carretera que me interesaba mucho para esta novela, creo que su condición descarnada le permite describir las situaciones más crudas de una manera mucho más efectiva. Y, si queremos combinarlo con el elemento fantástico como excusa para llevar a los personajes al límite, para indagar en la naturaleza humana, los capítulos de la serie The Walking Dead llevaban años haciéndolo, allí lo que importaba nunca fue el zombi. Este es el planteamiento que me interesa. También hay mucho, sin haberlo buscado, del Ensayo sobre la ceguera de Saramago, en la forma de interrogar lo que somos a partir de una anomalía inexplicable. Y, quizá a un nivel más estético, esa forma seria pero intencionadamente desenfocada que tenían las temporadas de The Leftoversde prestar atención a los conflictos humanos, como si el fenómeno extraordinario fuese algo aceptado y superado con resignación, también fue una de las fuentes que me inspiraron. 

– ¿Cuáles crees que han sido las grandes aportaciones de la ciencia ficción a la hora de adelantarse al futuro, que ya es presente? ¿Cuál es tu relación con el género?

– No soy muy lector de género ni un apasionado de la ciencia ficción dura. Pero siempre me han fascinado las posibilidades de la literatura especulativa. Hace poco publicábamos una antología de relatos de anticipación en la “Escuela de Imaginadores”, titulada Han venido a incendiar la edad del sueño. Y en el prólogo contaba que si bien Wellsinaugura con sus novelas la corriente de la ciencia ficción más imaginativa y alejada de la realidad, el otro padre del género,Julio Verne, representa una literatura más preocupada por el futuro cercano. Verne estudiaba prototipos y maquetas, leía toda clase de artículos científicos y por eso consiguió anticipar tantos inventos. No creo que haya ningún otro escritor con una lista tan larga de aciertos, pero él partía de investigaciones y proyectos concretos y se esforzaba en afinar sus predicciones. En esta línea de los autores apegados a la realidad, están también todos aquellos que han escrito libros distópicos con la intención de prevenirnos ante posibles amenazas. Y en muchas ocasiones algunas obras han tenido la suficiente repercusión como para alejarnos de modelos sociales indeseables. No sé en qué realidad viviríamos hoy si no hubiéramos temido tanto los vaticinios de las muy leídas 1984 o Un mundo feliz. Por otra parte, lo que en tiempos de Verne y Wells se consideraba una datación próxima o lejana, ahora es algo completamente distinto. Ahora el futuro se acerca a toda velocidad. Por eso lo hicieron tan bien los responsables de la serie Black Mirror al centrarse en cambios del futuro inmediato, casi como una continuación de nuestro presente. Es la mejor manera de hacer ficción especulativa si se aspira a prevenir algo con cierta precisión.

– ¿Qué crees que aporta tu novela a la temática del fin, del colapso?

– Intento explorar el colapso desde dentro, no a nivel teórico ni como espectáculo, sino como un derrumbe íntimo. Me interesaba mostrar la crisis en primera persona, en el cuerpo y en la mente de los personajes. Por eso me preocupaba tanto aportarles carne, concederles toda la humanidad de la que fuera capaz. Quería llevar a mis personajes al límite, hacerles perder todo. Junto con sus cuerpos pierden también su hogar, su seguridad, sus privilegios, sus prejuicios y sus máscaras sociales. Quería hablar de qué somos cuando nos arrancan todo, de nuestra bondad y de nuestro egoísmo esenciales. Esto es lo que creo que hace que la novela sea distinta de otras que ponen el foco en el derrumbe del sistema y las instituciones.

– Ante los peores augurios se suele responder que nunca en la historia de la humanidad ha habido certezas, que el horror siempre ha acompañado a los seres humanos; que nunca como hasta ahora habíamos disfrutado en el mundo desarrollado de tantos adelantos y privilegios. Y sin embargo, parece que estamos en retroceso, que se ha llegado a un límite… ¿Qué crees que es lo que hace diferente al momento histórico que vivimos?

– Es cierto que en términos globales siempre hemos estado peor. Casi parece frívolo quejarse, cuando tienes algo más que pan duro para comer, no van a ejecutarte como a ganado, nadie tiene derecho de pernada sobre los miembros de tu familia… Sin embargo, estamos adentrándonos en un momento de cambio estructural sin retorno. Ahora el poderoso no es un señor feudal con unas cuantas hectáreas, un puñado de soldados y una idea brutal de la justicia; ahora posee todo el planeta, es dueño de superestructuras y métodos de vigilancia y control que antes ni siquiera imaginábamos. Cuando estábamos tan cerca de alcanzar un estado de bienestar real y duradero, cuando parecía que era cuestión de tiempo que la civilización acabara extendiendo sus conquistas también a los países más desfavorecidos, con los medios para hacerlo a nuestro alcance, todos los avances alcanzados se han utilizado precisamente en el sentido contrario. Estamos asistiendo al desmantelamiento del estado de bienestar y de la cultura, a la supresión de la clase media. Vivimos una época de ultracapitalismo ciego que acabará arrasando con todo. Y no parece haber nadie preocupándose por qué pasará. Solo interesan las inversiones y los objetivos económicos, solo manda el capital. Y cuando el dinero programable, los dispositivos y los algoritmos controlen nuestras vidas, cuando la manipulación de la información y de las democracias sea irreversible, estaremos atrapados del todo.

J.J. Muñoz Rengel. Fotografías © Jeoms Media

– En La transmigración los personajes se enfrentan al caos. No se conoce la causa concreta, el germen, de lo que les sucede, pero, sin duda, los modos de vida, el crecimiento sin límites, el avance sin aparente control de la tecnología, la pérdida de la intimidad, del sentido de comunidad, están en el fondo de los acontecimientos que se desatan. Si algo plantea la novela es la necesidad de parar. Resulta desolador lo que pasa, pero hay esperanza en la manera en la que algunos personajes se enfrentan a lo peor y siguen confiando en un nuevo comienzo.

– En un libro como este no podía mostrarme optimista porque esto es un desastre, quiero decir: la humanidad es un desastre. Y sin las garantías de la civilización, sin leyes, sin recursos, sin todo el legado cultural que nos protege, acumulado durante siglos, habría demasiada maldad campando libremente por el mundo. Además de los problemas de hambruna y de la imposibilidad de atender las necesidades médicas de todos esos cuerpos cuyos diagnósticos sus nuevos dueños desconocen. Sin embargo, me parecía que había lugar para la esperanza. Aun dentro de este panorama desolador, considero que todavía se puede creer en las personas, en la bondad intrínseca de una parte considerable de la gente. Pese a todos los reveses a los que nos enfrentaríamos, habría personas concretas capaces aún de una conducta heroica, capaces de ponerse en riesgo, de sacar lo mejor de sí mismas para ayudar a los otros. Quiero pensar que en un mundo arrasado, todavía sobreviviría la capacidad de empatía, el instinto de colaboración y de ayudar al prójimo. Ese punto de luz era la esperanza que aún podía dar al lector.

– Hay un momento que me parece iluminador al respecto, en el comienzo de la parte II, en el que te refieres a los dioses crueles y arrogantes que han provocado la devastación de la Tierra. ¿Me puedes hablar de los dioses que tenías en mente?

– Quizá al principio esos dioses fueron tan solo los ídolos y deidades de las religiones, pero enseguida los convertimos en entes más complejos. Y aunque sean dioses de aire, existen y tienen un poder ilimitado sobre las vidas humanas. Las leyes de propiedad o el sistema financiero tienen más peso sobre nosotros que cualquier otra persona concreta. La invención de las naciones y las fronteras, el mercado y el capital, esas son las entelequias que dominan nuestro mundo. Nosotros no somos más que piezas prescindibles al servicio de estos dioses ciegos, ninguno de nosotros tiene poder para enfrentarse a ellos. Tan solo somos el código donde están programadas sus leyes.

«CONSIDERO QUE TODAVÍA SE PUEDE CREER EN LAS PERSONAS, EN LA BONDAD INTRÍNSECA DE UNA PARTE CONSIDERABLE DE LA GENTE. QUIERO PENSAR QUE EN UN MUNDO ARRASADO, TODAVÍA SOBREVIVIRÍA LA CAPACIDAD DE EMPATÍA, EL INSTINTO DE COLABORACIÓN Y DE AYUDAR AL PRÓJIMO».

– Vuelvo al tema del tiempo, de la construcción de las narrativas sobre el futuro. Hace unas décadas al leer tu novela la habríamos situado en un lejano mañana, pero ahora podemos llegar a sentir la historia como muy cercana (sucede lo mismo con otras novelas que plantean situaciones límite, extremas, a la que han de enfrentarse los seres humanos). La impresión de catástrofe está demasiado presente en nuestro día a día. Y los poderes, los medios, gran parte de los líderes políticos se afanan en que así sea. ¿A quién beneficia el miedo?

– A quienes están arriba. A quienes quieren aún más poder y quedarse con todo. Si se pretende invertir en un ejército europeo, será mucho más fácil justificarlo ante una población asustada, y para eso el primero de los pasos es plantearle la necesidad de un kit de supervivencia. Qué hubo mejor para gozar de impunidad en Guantánamo que hacer sentir a los ciudadanos que sus familias estaban siendo atacadas. Lo mismo si se quiere legitimar un genocidio. El miedo lo justifica todo. Si la ciudadanía tiene suficiente miedo, incluso se podrían recortar sus derechos, desmantelar sus bienes y servicios, diezmar su poder adquisitivo, echarla de sus propias casas sin que se defienda. Solo hay que distraerla con el ruido, el odio y las teorías conspiratorias apropiadas.

– Juegas con elementos de ahora mismo, con hechos de actualidad. Incluso nombras el genocidio sionista; el bombardeo a niños palestinos. En la novela asoman muchas de las cuestiones que nos definen ahora mismo: por ejemplo, todo lo que atañe a la identidad, a cómo estamos perdiendo la intimidad, aceptando con gusto el juego de las redes sociales, de las apariencias, de la transformación física a través de las herramientas de la IA para mostrarnos como personas que no somos, que querríamos ser. 

– Es que la fragmentación de nuestras identidades es algo que todos estamos experimentando cada día. No nos comportamos igual en casa que en el trabajo, tenemos una identidad para las reuniones familiares distinta a aquella que usamos con los amigos, y con las redes sociales esta sensación se agrava. Hay demasiadas redes y no acabamos de saber cómo usarlas para mostrar nuestra imagen, ni siquiera sabemos cuándo estamos navegando bajo uno u otro perfil en nuestro ordenador. La división entre el mundo físico y el digital cada vez es más problemática, una confusión a la que se añade el exceso de ruido y la desinformación. Vivimos en un mundo de apariencias, donde los filtros y las deepfakes generadas por IA cada vez son más indistinguibles de la realidad. Podríamos dejar de aceptar todas las condiciones y de vender nuestra privacidad y nuestros datos, pero somos dependientes de la tecnología. Dóciles y dependientes.

– En un momento dado se hace alusión a la lucha por “vencer cada falsa apariencia”. En la novela se intensifica porque los protagonistas están totalmente perdidos sin sus cuerpos, sin sus identidades, alejados de sus entornos, de sus familias, en un mundo salvaje, feroz. Pero es una lucha a la que ya nos estamos enfrentando y que requiere ir desenmascarando las mentiras constantes, la desinformación, las imposturas, algo que requiere un tiempo y unas habilidades que no todas las personas tienen. ¿Puedes reflexionar un poco sobre esto?

– Dentro de esa metáfora se mueve toda mi historia. Vivimos en una simulación, entre noticias manipuladas, falsos perfiles, algoritmos que distorsionan la realidady las más avanzadas deepfakes que retarán toda nuestra capacidad de incredulidad. Mis personajes luchan por distinguir la verdad en un mundo donde incluso sus cuerpos les son ajenos, esos rostros que ocultan a alguien inesperado representan los avatares digitales con los que nos relacionamos cada día. Esa es nuestra batalla actual, una batalla que exige tiempo, espíritu crítico y determinación para cuestionar el relato que nos imponen. Pero no todo el mundo dispone de esas herramientas. La única forma de combatir la desinformación sería con una sociedad formada, que recupere la educación en humanidades, que trabaje la filosofía desde edades tempranas y no abandone a sus jóvenes, con interés real en formar en el análisis, con aparato crítico. 

«LA ÚNICA FORMA DE COMBATIR LA DESINFORMACIÓN SERÍA CON UNA SOCIEDAD QUE RECUPERE LA EDUCACIÓN EN HUMANIDADES, QUE TRABAJE LA FILOSOFÍA DESDE EDADES TEMPRANAS Y NO ABANDONE A SUS JÓVENES, CON INTERÉS REAL EN FORMAR EN EL ANÁLISIS, CON APARATO CRÍTICO».

– Otro aspecto que me parece muy estimulante en La transmigración es la manera en la que nos lleva a situarnos en la piel de los otros. A partir de ahí se desarrolla el deseo de entenderlos, de cuidarlos. Se establecen vínculos profundos. Aparece la idea de unión, de avanzar juntos… 

– Este era uno de los aspectos que más me atraía de la premisa de la novela, la posibilidad de poner al lector en la piel de otros. A poco que pensemos, eso lo hace siempre toda la literatura. Pero en esta novela los personajes cambian de piel literalmente, se ven desplazados a un cuerpo que no es el suyo, lo que supone ir un poco más allá. Si he conseguido hacerlo bien, el lector se pondrá en la piel de un protagonista que a su vez se verá forzado a ponerse en la piel de otro, con todo lo que esto implica. Me interesaba mucho lograr que este proceso de sugestión se produjera, porque me parecía una estupenda oportunidad para tratar de reflejar, de enfrentar, nuestros prejuicios. Y la empatía recorre todo el libro. Es necesaria entre lector y personaje, es lo que mueve para bien o para mal todas las relaciones en el nuevo estado de caos, y también se plantea a lo largo de la trama como el pequeño rayo de esperanza entre tanto pesimismo. Pero la empatía hay que trabajarla desde la raíz si no queremos perpetuar una sociedad de las apariencias, donde todo parece funcionar en la superficie mientras que está podrido por dentro.

– La manera en que se aborda el tema del género en el libro también resulta muy interesante. De qué forma nos cambia estar en el cuerpo de un hombre o de una mujer; de vivir las relaciones, el sexo… 

– ¿Cómo cambia nuestra visión del mundo si despertamos en un cuerpo de otro género? La novela explora eso: hombres que sufren acoso callejero en cuerpos de mujer; mujeres que descubren la violencia de la masculinidad desde el otro lado; personas que intentan establecer relaciones sentimentales en cuerpos que no se corresponden. Incluso se aborda lo «trans», porque ¿cómo se resignificarían las identidades de género en un mundo donde ya ninguna mente y cuerpo coincidieran? En general, como digo, quería trabajar con los prejuicios.Es muy difícil luchar contra un prejuicio. Lo bueno de esta premisa fantástica es que me daba ocasión para cambiarlo todo sin tener que justificarlo. Y cuando alguien está dentro de un cuerpo con otra fisionomía, con otro origen, de otra raza, otra edad, otro sexo, y tiene que defenderlo porque ahora su instinto de supervivencia le dice que su vida depende de él, hay muchas convicciones que cambian de golpe. Todas las identidades de género binarias y no binarias pueden revisitarse de una manera completamente distinta bajo esta perspectiva. Algo que quizá no cambiará lo que nadie piensa, pero sí que sí podría llevar a cuestionar muchas certezas.

J.J. Muñoz Rengel. Fotografías © Jeoms Media

– El caos actúa en la novela como un elemento de igualación. El desorden de los cuerpos lleva a que los personajes (al menos los que han reaccionado desde el lado de la luz, por decirlo de algún modo) empiecen a reconocerse de verdad.

– En efecto. Al perder lo que se creía imposible —el cuerpo, la identidad, el estatus, la jerarquía—, el caos allana las diferencias de poder. Este nuevo orden basado en el desorden obliga a los personajes a mirarse sin máscaras, a dejar atrás sus roles sociales, a hacerse las preguntas correctas y descubrirse en su auténtica esencia. Algunos usarán la fuerza bruta y el desconcierto para imponerse; pero otros se inclinarán por la solidaridad, la valentía o la compasión. El caos, paradójicamente, los humaniza.

– Y es muy hermosa la aceptación de la vulnerabilidad. “La complejidad nos hace vulnerables”, leemos

– Cuanto más intrincado es un sistema, un organismo pluricelular, un cuerpo humano, una sociedad, más frágil se vuelve. Hemos creado un mundo hipercomplejo, global, con una economía interconectada, con una tecnología acelerada que nos supera, movido por poderes e intereses ocultos, pero olvidamos reforzar sus cimientos. No hay nada debajo que lo sostenga, una tradición sólida, un sistema de derechos inviolables, una reflexión ética, pausada y profunda sobre los cambios. La transmigración trata de ser un recordatorio sobre nuestra vulnerabilidad. Todo lo que somos, nuestros vínculos, nuestras redes, nuestra tecnología, genera interdependencias. Y el más mínimo fallo puede propagarse y hacerlo caer todo. Reconocer nuestra fragilidad es el primer paso para empezar a hacer las cosas mejor y construir modelos más estables.

«HEMOS CREADO UN MUNDO HIPERCOMPLEJO, GLOBAL, CON UNA ECONOMÍA INTERCONECTADA, CON UNA TECNOLOGÍA ACELERADA QUE NOS SUPERA, MOVIDO POR PODERES E INTERESES OCULTOS, PERO OLVIDAMOS REFORZAR SUS CIMIENTOS. NO HAY NADA DEBAJO QUE LO SOSTENGA».

– ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a cambiar de vidas, de prioridades, a renunciar a los excesos, a vivir con menos, si eso implica salvar el futuro de las nuevas generaciones? Es una de las preguntas que se plantean al leer tu novela. En distintas ocasiones los personajes, ante la situación límite que están viviendo, piensan en la poca importancia que tenía lo que les preocupaba antes del cambio; las “frivolidades ridículas” que llenaban sus vidas… 

– Lo hemos vivido hace poco con el apagón, y antes con el confinamiento, cuando unos incidentes externos nos sacaron de nuestras rutinas. En esos momentos es cuando reparamos en quiénes somos, en qué nos hemos convertido, vemos de repente qué estamos haciendo con nuestra vida, lo que quizá no se parece nada a lo que pretendíamos. Pero la lucidez dura poco, enseguida se desvanece. Los verdaderos cambios no surgen de forma tan superficial y una mera declaración de buenas intenciones se la lleva el viento. Con esta novela quise que el evento externo que recolocara a los personajes fuese tan drástico que los sacara del todo fuera de sus vidas. Me pareció que era la única manera de que también el lector sintiese esta descolocación en su propia piel. Aunque si no consigue cambiarnos una pandemia, no sé si será un exceso de fe pensar que puedan hacerlo los libros.

– Además de la historia que se cuenta, me ha atraído mucho el estilo, el cambio de registros, de voces, la capacidad para introducir distintos ámbitos en el recorrido, todo alrededor del cuerpo, de la identidad. ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Cómo se fueron juntando las historias, las temáticas?

– Fue todo un desafío, por las dificultades técnicas que entrañaba la propia idea. Necesitaba una estructura coral, perspectivas en contrapunto, y modular los tonos de forma que fuese posible reconocer y distinguir a los protagonistas, sin apenas nombrarlos y a pesar de que cambian de cuerpo. Quería que mi narrador común en tercera persona fuese sobrio, casi frío, y que evitara sobreexplicaciones y artificios, pero debía ser capaz de acercarse a las distintas voces y miradas, y hacer que sonaran auténticas incluso en otros cuerpos y circunstancias. Opté por un tono narrativo y las historias se entrelazaron orgánicamente. Cada personaje aporta una faceta diferente al tema central, cada uno de ellos representa una combinación distinta en el reparto de cuerpos y mentes. Todas las situaciones están ahí por algo.

– Sin duda se trata de una novela muy ambiciosa. ¿Puede considerarse la más ambiciosa de las que has escrito hasta ahora? ¿Las anteriores te han ido llevando hasta aquí?

– A lo largo de mi carrera he tratado de abordar libros muy distintos, algunos de ellos tenían un propósito lúdico, y me fueron más fáciles de escribir, a otros los movía una voluntad transgresora o de experimentación, y alguno, por su ambición, necesitó más de una década para adquirir su forma final. Sin embargo, mi intención con este último era la de escribir el libro más completo a mi alcance. No sé si se deberá a alguna crisis de madurez, probablemente. Pero decidí que era el momento de apostarlo todo y poner al servicio de la historia todo lo que había aprendido en estas décadas de escritura, y también de enseñanza del oficio. He tratado de volcarme del todo y escribir la mejor novela que estuviera en mis manos. Y no solo a nivel formal, calibrando el ritmo, la arquitectura, la construcción de los personajes, sopesando la manera de dar forma a los diálogos, sino también en el propio plano emocional. He vivido en el interior de esta novela durante más de dos años, muy dentro de ella, dejando permear mis dudas y mis miedos, mi experiencia de paternidad, aprendizajes y obsesiones, logrando más que nunca antes fundir vida y ficción.

La transmigración de Juan Jacinto Muñoz-Rengel ha sido publicada por AdN Editorial


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