![]() |
| Juan del Val |
El Premio Planeta no es mi playa
No hay que ensuciarse con esas cosas —parecen decir unos—; quién sabe si algún día la editorial Planeta nos agradezca nuestra anuencia —desean secretamente otros—; al fin y al cabo no se trata de un premio literario, sino comercial —se escuda y lava las manos el siguiente—; esa no es mi playa, esa no es mi playa —canturrea y silba el próximo—. Además, funciona el miedo: no vaya a ser que me castiguen los dioses por hablar más de la cuenta —temen algunos—; ¿y si por decir, por abrir la boca, se me cierra alguna puerta? —se espantan otros—; no me vaya a responder alguien que soy mezquino y estoy celoso, y me ataquen y cuestionen la validez de mis libros —se amedrenta el siguiente—; esa no es mi playa, esa no es mi playa —canturrea y silba el mismo de antes—.
Pero, últimamente, aquellos pruritos y estos temores se están disipando. Posiblemente porque, mientras el mercado del libro se felicita por vender cada vez más, la situación de los escritores en el mercado del libro se ha deteriorado. Y también (y sobre todo) porque es mucha, demasiada, la desfachatez del espectáculo exhibido por la editorial Planeta y por los premiados del Premio Planeta. Desfachatez normal, por otro lado, van ganando.
A los escritores nos tachan de elitistas si osamos comentar estos asuntos, pero, en realidad, los escritores no somos la élite, sino los Del Val y toda esa gente de la tele. Estoy muy de acuerdo con el artículo que Ricardo Dudda ha publicado en The Objective sobre este asunto: “El discurso de Juan del Val [ese de “hay que escribir para la gente”] está, en el fondo, en el Zeitgeist. Lo llaman rancio, pero está perfectamente integrado en su cultura y en su época. Es un antielitismo desde las élites”.
Una expresión de ese antielitismo es cómo los últimos premiados con el Planeta han salido —cuchillo entre los dientes— a atacar a “la intelectualidad”, así como a defender que no todo lo que se vende es malo. Tienen gracia las ínfulas de este premiado, porque, si Del Val sacara esta novela sin haber recibido el Planeta, vendería muy poco, y si la sacara sin ser un personaje de la tele, el mismo texto, aún vendería menos. Es decir, aunque se ha puesto a defender preventivamente la novela popular que vende mucho, en su caso no es su novela en sí la que va a provocar esas ventas, sino el acontecimiento Premio Planeta creado por la editorial. El ser humano es gregario y la gran mayoría de la gente no se cuestiona la pertinencia de hacer lo que están haciendo muchos. Van allí donde todos. No hay conocimiento ni sentido crítico para no caer en la estafa del Premio Planeta. Pero, a lo que voy: “la intelectualidad” referida por Del Val suele, más bien, al contrario de lo que dice y por lo que se queja, permanecer en silencio ante asuntos como el suyo del premio. La intelectualidad (sea lo que sea eso a lo que se refiere) no suele sentirse aludida por cuestiones que son del mercado y contra las que parece que no hay nada que hacer. Sin embargo, esto empieza a no ser así, básicamente porque es mucha la tontería, porque la falta de ética del grupo editorial y los premiados —la ausencia deontológica— es demasiado obscena, incluye el irrespeto hacia los centenares de personas que se presentan al premio creyendo que tienen alguna posibilidad, añade un paripé de bases que no parecen cumplirse y jurados que, obviamente, no están para lo que deberían, y, sobre todo, porque esta gente sin ética alguna —aceptan el premio en esas condiciones— pretende además que se le otorgue un prestigio intelectual, un prestigio literario. No se conforman con el millón de euros, además quieren pintar, y retan a eso que llaman “la intelectualidad”. La intelectualidad no quiere darse por aludida, pero la aluden. Y la intelectualidad prefiere no ensuciarse el intelecto con estas cuestiones, pero llega un punto en que la tontería es tanta y la falta de ética tan flagrante que empieza a ser un asunto que la concierne. Estas personas de la tele que pasan por lo que no son —no son escritores, no son novelistas—, además pretenden denostar a los que sí son. Miran a los que sí son desde arriba. Miran a la intelectualidad con desdén. La llaman así, “la intelectualidad”. Es alto el nivel de soberbia para tan poco con que sostenerla.
Dicen que el Premio Nobel de Literatura se encuentra desprestigiado. Recientemente lo han obtenido escritores como Jon Fosse y László Krasznahorkai. Mientras, los dos últimos Planeta son Sonsoles Ónega y Juan del Val. Para una persona que sepa, huelga explicar el desfase de la comparación. El Premio Planeta no es en absoluto un premio planetario. Es provinciano, de la provincia de los canales de televisión españoles. Siendo el premio que estructura el mercado del libro, el ejemplo que ofrece a los demás resulta deprimente. ¿Habrá que hacer avanzar culturalmente un país cargando con esta rémora en lo alto de la jerarquía? El español es una lengua extraordinaria con millones de hablantes y posibles lectores. La literatura en español es grandiosa y, sin embargo, qué poquito respeto le tiene y qué poco la honra este premio. En el mundo hacemos el ridículo.
Por supuesto que no se trata de señalarlo por corporativismo, ni por interés particular, ni por elitismo, ni por celos… Lo necesario es pensar en las consecuencias: qué está trayendo, por qué puede ser grave que esto sea así. La ficción no es un entretenimiento, la ficción es conocimiento. La literatura no sirve para pasar el rato, como ha querido hacernos creer el mercado del libro, sino para adquirir más y más capacidad cognitiva —y disfrutando, cómo no, que en la emoción es donde más conocimiento adquirimos—. Cuando nos retamos con un buen libro, además nos resulta apasionante. ¿Entretenido? “Entretenido” se queda corto y pobre, entretenido es prácticamente la nada en comparación con lo que un libro puede ser.
Juan del Val, que como personaje público me cae bien, no es escritor. Esto lo sabe cualquiera que lo sea, porque en Del Val no se vislumbra ni un ápice de la deontología, de la ética propia del escritor. Posiblemente va a conseguir que muchísimas personas malgasten su tiempo, además de unos euros. Y aunque tal vez eso no importe (allá cada cual con su tiempo y con su dinero), sí es posible que importe que vaciemos de conocimiento nuestras sociedades. Las vaciamos también de capacidad para el conocimiento.
Juan del Val no gana el premio porque su novela sea comercial, su novela va a ser comercial porque gana el premio, y eso implica una gran promoción con famoso de televisión al frente. Es verdad que, en literatura, lo comercial no está reñido con que además se pueda tratar de un libro de los que quedan, pero decir, como ha dicho, que el Quijote es “literatura de entretenimiento”, una novela que fundó el género y con la que el autor, Cervantes, se jugó la vida, a contracorriente de todo lo existente en su sociedad, ¿no resulta demasiado penoso? A ver quién, entre los que ganan el Premio Planeta, es tan estupendo que no escribe un libro de lo más convencional, sino uno que rompe con todo e inventa algo nuevo. En los tiempos del Quijote, ni siquiera existía el “entretenimiento”, concepto cinematográfico del siglo XX que luego, por intereses comerciales, adoptó la industria del libro. Imagínate tú, comparar una novela de “entretenimiento” de hoy, la cosa más conservadora e integrada en la industria y la sociedad que pudiéramos imaginar, hasta el punto que lo domina todo y es el poder (ahí está la economía, el negocio), con el Quijote,libro fundador que rompió con todo. Muy rompedor, lo del Planeta, no es. Más bien se trata de una renuncia, a la inteligencia. “¡Muera la inteligencia!”, dicen que gritó Millán-Astray. Ya no hace falta que muera. Ya murió. El fascismo somos nosotros.
Se suele esgrimir el argumento de que Planeta es una empresa privada y con su dinero hace lo que quiere. Cierto. Pero no me parece que el premio de novela que lidera el mercado del libro en España, y que en parte lo hace en el resto del ámbito de la lengua española, no deba asumir ningún tipo de responsabilidad desde ese liderazgo. El Premio Planeta es un modelo, y ese modelo se replica en otros premios del mismo grupo y del otro gran grupo editorial. El proceder poco ético se extiende por todo el mercado. Las librerías y bibliotecas se llenan de libros de la misma tipología. Finalmente, en novela, el Premio Planeta es lo que se ve de España desde otros lugares, desde todas las playas, desde la mía y desde la de todo el mundo. Y no es respetable. Tal vez debiera preocuparnos que lo sea.

No hay comentarios:
Publicar un comentario