“¿Quién se cree que es?”: por qué en 2024 el público se ha vuelto contra Jennifer Lopez
La carrera de la actriz y cantante pareció tocar techo con su actuación en la Super Bowl en 2020, pero el fracaso de su último disco, un documental demasiado ególatra y una serie de testimonios sobre su verdadero papel en sus canciones han hecho que su popularidad esté en entredicho
Juan Sanguino
18 de abril de 2024
Este año Jennifer Lopez celebra su 25 aniversario como estrella mundial. Y está siendo uno de los más difíciles. Los resultados comerciales de su último álbum han sido decepcionantes, ha cancelado siete conciertos de su gira estadounidense ante la escasa venta de entradas y se ha abierto una veda para que desde columnas y redes sociales se cuestione su imagen, su carrera y su historia personal. El detonante ha sido el testimonio de una cantante que asegura que Lopez apenas canta en sus canciones más conocidas.
La primera vez que Jennifer Lopez protagonizó titulares, su nombre aparecía al lado de su precio: un millón de dólares. Es lo que cobró por Selena en 1997 y lo que la convirtió en la primera actriz latina en alcanzar ese sueldo. A los periodistas les chocaba la naturalidad con la que Lopez hablaba sobre dinero, un tema tabú para las estrellas de Hollywood. “Se pensaban que les iba a salir barata por Un romance muy peligroso (1998), pero yo le insistía a mi agente: ‘No, no, no. Pide más”, declaró a Movieline. “La gente no se lo cree, pero me están pagando menos de lo que debería”. La gente, efectivamente, no se lo creía: una desconocida pidiendo un sueldo de estrella. Así surgió una frase que ha perseguido a Lopez durante años: “¿quién se cree que es?”.
En 1999, cuando estaba a punto de convertirse en estrella de cine, Lopez debutó como cantante con On The Six. El título del disco hacía referencia a la línea de metro que cogía para ir a las pruebas de casting desde el Bronx hasta Manhattan. Ella se ha asegurado de que sus orígenes de barrio, que convertían su triunfo en una épica historia de superación, siempre formen parte de su narrativa, desde la película Sucedió en Manhattan (2002) hasta la canción Jenny From The Block.
En 2003 Jennifer Lopez ya era un complejo industrial. Ella misma se bautizó como una marca (Jlo) y sacó un perfume, Glow, cuando ninguna estrella de primer nivel hacía esas cosas. Fue la primera persona en tener a la vez una película y un disco en el número 1. Pero cuando empezó a salir con Ben Affleck, se publicaron titulares como “Ben Affleck se acuesta con el servicio” (no le estaban acusando de infidelidad, sino que estaban llamando sirvienta a la actriz y cantante). La serie South Park ridiculizó que se autoerigiese abanderada de la población latina sin hablar castellano, en un episodio que la denominaba “una zorra cruel”. Y Conan O’Brien recreó una cita entre Affleck y Lopez: “para hacer de él hemos cogido a nuestro becario, para hacer de ella, a nuestra señora de la limpieza”.
El exhibicionismo de la pareja, sus salidas a cenar en chándal con pedrería incrustada, la celebración de su compromiso con cubos de pollo frito y el rumor de que Affleck le había comprado a su prometida un retrete con zafiros, rubíes, perlas y un diamante (diseñado por él mismo y valorado en 150.000 euros) generaron todo tipo de críticas clasistas que afirmaban que por mucho dinero que tuviera, Lopez nunca dejaría de ser una ordinaria. Una mujer sin clase y obsesionada con la ostentación de su nueva riqueza. Cuando se propagó el rumor de que había asegurado su trasero en un millón de dólares (que ella ha negado en varias ocasiones), la gente se lo creyó no porque fuera verdad, sino porque se correspondía con la imagen que se habían formado de ella en su cabeza.
En 2003, un editorial de The Guardiantitulado Por qué nos encanta odiar a Jlo la denominó “la mujer más vilipendiada de la cultura popular moderna”. “Es un símbolo del consumismo exacerbado, de romper barreras en cuanto a la sexualidad pública y de los artistas que se comportan como marcas de marketing”, señalaba Lawrence Donegan.
En los 2000 había tres cosas que todo ser humano sabía sobre Jennifer Lopez: lo del trasero del millón de dólares, su delirante acuerdo prenupcial con Affleck (que exigía cuatro coitos semanales) y sus caprichos de diva. Se decía que exigía que nadie se dirigiese a ella ni la mirase, que le diesen vueltas a su café en el sentido contrario a las agujas del reloj, que no se relacionaba directamente con los trabajadores sino que se comunicaba a través de un asistente, que era tacaña con las propinas, que se negaba a trabajar con personas cuyo signo zodiacal fuese virgo o que exigía que sus camerinos fueran enteramente blancos. Estos dos últimos son los únicos rumores confirmados: el primero lo ratificó Heather Morris (Glee) y el segundo lo contó Alberto Caballero, que en 1999 trabajaba en Noche de fiesta. El público consideraba a Jennifer Lopez, además de una superestrella, una parodia de las superestrellas.
Pero a mediados de la década pasada, la cuarta ola feminista abrazó a Jennifer Lopez. En 2020 su papel de stripper en Estafadoras de Wall Street le granjeó las mejores críticas de su carrera y su actuación junto a Shakira en la Super Bowl la colocó en la cima del mundo. En 2021 cantó America The Beautiful en la inauguración presidencial de Joe Biden y, durante las últimas notas de la canción, se permitió el capricho de cantar Let’s Get Loud. Fue un homenaje a la población latina de Estados Unidos, tan vilipendiada por Donald Trump, y también un homenaje a sí misma: nadie podía esperar, cuando meneaba las caderas con aquel éxito de salsa dance en el verano de 2000, que la chica del Bronx llegaría tan lejos. ¿Cómo ha acabado atrapada en esta crisis de imagen entonces?
Todo empezó durante la pandemia. Lopez compartió vídeos de su confinamiento en los que sus hijos jugaban en un jardín del tamaño de un estadio de fútbol. Para conmemorar el aniversario de su éxito Love Don’t Cost A Thing (del año 2000) animó a sus seguidores a grabarse tirando objetos de lujo en la playa al ritmo de la canción cuando la mayoría de la gente, todavía confinada, no tenía ni objetos de lujo ni una playa en la que grabarse arrojándolos. Para una mujer empeñada en que la autenticidad forme parte de su marca (tiene dos canciones tituladas I’m Real), Lopez se mostraba extravagantemente desconectada de la realidad.
Este año, su mastodóntico proyecto audiovisual This Is Me... Now (un disco, una película musical y un documental) recibió críticas socarronas que la acusaban de narcisista, ególatra y cero autoconsciente. Ella misma financió la película y en el documental se la ve agradeciendo a su equipo “porque os pedí la luna cuando teníamos presupuesto para un paquete de chichles”. La película ha costado 20 millones de euros. Hasta Jane Fonda aparece en el documental para decirle que quizá no sea buena idea volver a sobreexponer así su relación con Ben Affleck, con quien terminó casándose en 2021.
El disco pasó una sola semana entre los 200 discos más exitosos de Estados Unidos (entró el puesto 38 y luego desapareció) y tuvo que rediseñar su gira: ante la escasa venta de entradas inicial, decidió reconvertirlo en una gira de grandes éxitos, siempre más atractiva para las masas. La paradoja es que Lopez tiene 253 millones de seguidores en Instagram, lo cual no se traduce en personas dispuestas a pagar por verla en directo. Y aquí la palabra clave es, precisamente, directo.
La primera en insinuar que Lopez no cantaba realmente en sus canciones fue otra estrella: Mariah Carey. Las dos mujeres fueron rivales a principios de los 2000 a causa de Tommy Mottola, exmarido y exjefe de Carey, que saboteó su carrera robándole ideas y dándoselas a Lopez. Aquella enemistad generó uno de los memes favoritos de internet (I don’t know her) y una ristra de pullas a lo largo de los años: cuando Carey dijo que dormía tres horas diarias, la entrevistadora Vanessa Grigoriadis apuntó que Lopez dormía ocho para descansar bien la piel. “Si yo no tuviera que cantar en mis propias canciones también dormiría ocho horas diarias”, replicó Carey. Nadie entendió a qué se refería.
“when told jlo claims to get 8, mariah said if i had the luxury of not having to actually sing my own songs, i’d do that too.” https://t.co/0E3CtpkUpmhttps://t.co/E2gcNfghOh
— Azula’s Therapist (@ohgodjohnwhy) August 15, 2022
Hoy mucha gente entiende esa burla. Quizá porque los contratos de confidencialidad están empezando a caducar (han pasado 20 años), la cantante Natasha Ramos se animó a esclarecer en TikTok un rumor que llevaba mucho tiempo recorriendo los márgenes de internet sin conseguir entrar en la conversación mainstream: que Jennifer Lopez no canta en la mayoría de sus estribillos.
Esta vez la noticia sí tuvo repercusión. Varios medios desenterraron este secreto a voces: en I’m Real y Ain’t It Funny es Ashanti quien canta el estribillo, en Play es Christina Milian y en la más reciente Ain’t Your Mama, Meghan Trainor. Varios analistas han apuntado que en otros grandes éxitos de Lopez como If You Had My Love, Love Don’t Cost a Thing y All I Have, la voz de Lopez tampoco suena en los estribillos y han especulado con que en realidad los grabaron coristas como Shawnyette Harrell, Makeva Riddick, Canela Cox o Shalene Thomas. La teoría presupone que recurrían a esas voces, con más rango que la de Lopez, para disimular las carencias vocales de la estrella, capaz de defender las notas de una estrofa, pero no las de un estribillo.
En enero se viralizó un clip en el que la actriz de moda Ayo Edebiri (The Bear) cuestionaba el talento de Lopez durante su intervención en un podcast en 2020. “La carrera de Jennifer Lopez es una estafa a largo plazo”, opinó Edebiri. “El tema es que ella cree que es la que canta en las canciones. Pero no es ella. Y la gente cuando lo cuenta dice: ‘Jlo no tuvo tiempo de ir al estudio’. En plan que ‘estaba ocupada’. ¿Haciendo qué? Porque cantando desde luego que no”.
En marzo se viralizó un vídeo de Lopez escupiendo un chicle en la mano de su asistente durante el rodaje de Jefa por accidente en Nueva York. La película es de hace seis años. Que se viralice ahora significa que la opinión pública se le ha vuelto definitivamente en contra a Lopez y que es temporada abierta de caza contra ella. Ella siempre ha sido un blanco fácil. “Performar autenticidad es un arma de doble filo para las celibridades”, escribió Álex Zaragoza en una columna publicada en Los Angeles Times. “El público se te volverá en contra en cuanto le resultes demasiado irritante, demasiado protagonista, demasiado adorable, demasiado cualquier cosa, especialmente si eres mujer”.
En su análisis para The Ringer, Justin Charity destaca que Lopez “siempre ha sido una figura antipática, una trepa cuyos tropiezos despertaban satisfacción, una villana del pop. Y ese cinismo proviene de la desproporción entre su fama y su talento. Jlo es una estrella con talento, ¿pero talento para qué, exactamente?”.
En abril, las redes sociales se ponían las botas cuestionando su repetidísima historia de orígenes. En un momento dado del documental The Greatest Story Never Told, la cantante se despeina el cabello mientras recuerda que cuando tenía 16 años “llevaba el pelo así, correteaba en el Bronx, barrio arriba, barrio abajo; era una niña alocada y salvaje; sin límites y llena de sueños”. El clip de 13 segundos propició comentarios en las redes sociales como: “Esa historia de ‘Soy humilde, soy del barrio’ ya no te funciona. Para ya” o “Llegados a este punto el barrio merece derechos de autor” o “Ben tiene que escuchar la historia del Bronx todos los días”.
Pero la opinión más comentada fue la de una vecina de Lopez: “Íbamos al mismo colegio de niñas privado en un barrio de irlandeses e italianos, así que no ibas ‘correteando barrio arriba y barrio abajo”. Algunos incluso desempolvaron fotos de escuela de Lopez, en las que aparecía con el pelo corto y perfectamente peinado, y le recordaron que su padre era informático y su madre profesora. En la era del fact-checking inmediato, es más difícil inventarse a una misma.
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