Mar en calma y feliz viaje,
la mirada sobria y cargada de dolor de Bette Howland
Recuperados los relatos de la escritora estadounidense, a medio camino entre la crónica de costumbres, el relato autobiográfico y el ensayo personal
Es difícil clasificar muchos de los textos de Howland. Están a medio camino entre la crónica de costumbres, el relato autobiográfico y el ensayo personal. Hay ocasiones familiares: una boda y un puñado caótico de parientes, la convalecencia y la muerte de una abuela, una coreografía tragicómica de malentendidos y conflictos. Hay piezas sobre instituciones y la gente que pasa por allí: una biblioteca, un juzgado, una residencia de ancianos, un cine que frecuentan acosadores. Son retratos de comunidades urbanas, y el mundo del libro es un Chicago de clase baja y media-baja, predominantemente judío, en un momento de tensiones raciales, desconexión espacial y familiar, y preocupación por el crimen. Es un libro coral y transmite una impresión de soledad.
Howland lamentaba que los críticos se preocuparan sobre todo por lo que inventaba, cuando lo esencial para ella era la imaginación: una imaginación que tiene que ver también con la forma, con la habilidad de ir pasando de unas historias a otras, de configurar piezas que a veces son una sucesión de anécdotas (no siempre igual de bien, pero a veces de manera excelente). La cualidad más llamativa de su escritura es la capacidad de observación: el talento para registrar cómo son los seres humanos y las relaciones que establecen entre ellos, de jugar con el estereotipo y el detalle que lo modifica, de sugerir una sensación de desamparo en muchos de sus personajes, de mirar algo en lo que otros no se fijan. “Los ancianos son una subcultura en nuestra sociedad de subculturas. Es decir, no comparten tanto una vida como una situación”, escribe.
El estilo de la escritora estadounidense tiene algo jazzístico, con frases cortas, libertad, desaliño y golpe de humor amargo
El estilo tiene algo jazzístico, con frases cortas, libertad, desaliño y golpe de humor amargo: “Mi madre es una persona complicada para la convivencia: no viviría ni consigo misma”. La mirada es sobria pero está cargada de dolor. Los diálogos son cortantes, a veces hirientes: “Hay que darse cuenta, esta niña, siempre mirando. Se cree que va a ser algo”, dice la abuela. Lo que ahora llamaríamos atención a la dependencia es uno de los temas del libro; otro, la presencia de los muertos en nuestra vida.
Algunos personajes importan traumas y enfermedades del viejo mundo, pero sobre todo les agobia el presente. El Holocausto y el pasado no son muy prominentes en los relatos. Son más importantes en las dos novelas breves que cierran el volumen: la angustiosa ‘Lecciones de alemán’ y el admirable texto que da título al libro, una especie de carta dirigida a un muerto, que había sido el “Mejor Filósofo de su Generación”, y está basado en un profesor y mentor del hijo de Howland. Allí el tono es más efusivo y también más culturalista, con referencias a Stevens, Maimónides, Schulberg, la Biblia o Shakespeare. Es otro registro de una escritora tan peculiar como interesante.
Mar en calma y feliz viaje
Traducción de Esther Cruz Santaella
Tránsito, 2024
440 páginas. 23,95 euros
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