Liam Neeson |
Liam Neeson, el viudo que homenajea a su esposa en cada película desde hace 13 años
Tras la muerte de Natasha Richardson en 2009, Liam Neeson superó el golpe reciclándose en un héroe de acción que se enfrenta a la pérdida en todas sus películas. Volverá a hacerlo este mes en ‘The Ice Road’, por la que Netflix ha pagado un precio récord
15 JUN 2021 - 22:30 COT
A mediados de marzo de 2009, Liam Neeson recibió una llamada de su mujer, la actriz Natasha Richardson. Se había ido unos días a esquiar mientras él rodaba en Toronto y durante una clase se había caído. Según ella dijo, no había de qué preocuparse: había sido un pequeño accidente sin importancia. Neeson jamás volvió a escuchar su voz. Horas después de aquella conversación fue trasladada por una ambulancia a un hospital de Montreal tras sentirse desorientada. Cuando el actor llegó al hospital tras dejar a sus hijos de 12 y 13 años al cuidado de su abuela, la legendaria Vanessa Redgrave, se encontró al amor de su vida envuelta en un mar de tubos. Había sufrido un derrame y su situación era de muerte cerebral.
“Fui a su lado y le dije que la amaba”, recordó durante una entrevista en 2014 con Anderson Cooper. “Le dije: ‘Cariño, no vas a salir de esta. Te has golpeado la cabeza. No sé si puedes oírme. Te llevaremos de regreso a Nueva York y todos tus familiares y amigos irán a despedirte”. Neeson y Richardson se habían hecho una promesa: si alguno de los dos se encontraba en una situación vital irreversible, el otro no permitiría que le mantuviesen con vida artificialmente. Firmó la desconexión y sus órganos fueron donados. Neeson, con dos hijos adolescentes, se había convertido en su personaje de Love actually. En aquel viudo incapaz de lidiar con la muerte de su gran amor.
La pareja se había enamorado mientras interpretaban el drama Anna Christie en el teatro. Él era casi un recién llegado y ella, miembro de una dinastía de actores con más de un siglo de tradición a sus espaldas. En ese momento, Richardson estaba casada con el productor Robert Fox, pero su química fue tan profunda que un año después estaban casados y rodando su primer película juntos, Nell (1994), junto a Jodie Foster. Recién nominado al Oscar por La lista de Schindler, Neeson estaba en el mejor momento de su vida.
Pero en la primavera de 2009, al pie de una cama de un hospital neoyorquino y tras el fallecimiento de su esposa, el dolor se apoderó de él y su primera decisión fue apearse de un proyecto al que llevaba unido cuatro años: el Lincoln que iba a volver a reunirle con Steven Spielberg tras La lista de Schindler. El director lo comprendió. El hombre que llevaba casi un lustro preparándose para uno de sus papeles más ansiados ya no estaba allí.
Según confesó, tras el trauma se refugió en el alcohol y en el trabajo. “Creo que sobreviví escapándome al trabajo. Sé cuántos años tengo y que estoy a una lesión en el hombro de perder papeles como el de Venganza. Así que me quedo con el entrenamiento, me quedo con el trabajo. Eso es lo extraño del dolor: no puedes prepararte para ello. Crees que vas a llorar y terminar de una vez. Haces planes, pero nunca funcionan”, declaró a Esquire.
Venganza (2008) había sido la película que, un año antes, había cambiado su carrera. Neeson se había convertido en un héroe de acción gracias al impredecible éxito de aquella pequeña producción europea cargada de clichés en la que un hombre con “habilidades concretas” se enfrenaba a una mafia de trata de blancas para salvar a su hija. Su personaje, Bryan Mills, seguía los pasos del fundacional Paul Kersey de Charles Bronson en El justiciero de la ciudad y lo mismo repartía mandobles que frases lapidarias como: “Si suelta a mi hija ahora mismo todo quedará zanjado. No le buscaré, ni le perseguiré”.
La presencia de Neeson en aquel thriller era tan anómala por su trayectoria previa —y por su edad, había sobrepasado la cincuentena— que solo la puede explicar el hecho de que fue él quien reclamó protagonizarla. El irlandés se había enamorado del guión y cuando se cruzó con el productor Luc Besson durante un festival lo abordó directamente: “Mira, estoy seguro de no estar ni cerca de tu lista de actores para esto, pero fui boxeador, me encanta hacer las escenas de pelea y he hecho algunas películas de brujería con espadas y esas mierdas. Por favor, piensa en mí para esto”, contó el año pasado a Entertainment Weekly.
Obviamente, nadie se planteó decir que no a una estrella de su nivel y el papel fue suyo. “Me sentí como un niño en una juguetería haciéndola, entre especialistas y las escenas de acción y el entrenamiento con armas. Me encantó.” A pesar de la ilusión con la que se implicó en el proyecto, era consciente de que aquel thriller sin pretensiones acabaría languideciendo en las estanterías de los videoclubs —en 2008 todavía quedaban algunos—, el territorio natural de tantos subproductos de eso que se ha denominado cine de padres, hasta que se convirtió en un pequeño fenómeno de descargas que tras ser “rescatada” por Fox acabó de número uno en la taquilla estadounidense.
“Recuerdo que el primer fin de semana llegó al número 3, la siguiente al 2 y luego al 1. Luego bajó al 4 y volvió a subir al 3. Tuvo un ciclo extraordinario. Así es como empezó, y luego hubo planes para una segunda y, por supuesto, para una tercera. Fue suerte, y se necesita algo de suerte en este negocio.” Venganza recaudó 226 millones de dólares y sus secuelas —la tercera rodada parcialmente en Murcia—, que superaron los 300, le situaron como uno de los actores mejor pagados de Hollywood.
Bryan Mills se convirtió en un nuevo personaje icónico de un actor que tiene unos cuantos en su carrera. Neeson ha interpretado a toda suerte de héroes más o menos imperfectos, ha sido Qui-Gon Jinn en La amenaza fantasma; el Ra’s al Ghul en el Batman de Nolan; el líder irlandes Michael Collins; Oskar Schindler; Rob Roy; el Jean Valjean de Los miserables; el mismísimo Zeus; el Hannibal al que le encantaba que los planes saliesen bien en El equipo A, y hasta el majestuoso Aslan de Narnia. Hay una dignidad tan arquetípica en en esa figura larga a la que a veces parece que encorva el peso de la injusticia del mundo que Michael Bay pidió a los animadores de Transformers que se inspiraran en él para crear el lenguaje corporal de Optimus Prime.
De hecho, el actor dio sus primeros pasos en el cine bajo la armadura de un héroe. Fue el caballero Gawain en la fantasía medieval de John Boorman Excalibur. Neeson, que como si siguiese el manual del buen irlandés había sido monaguillo, boxeador, jugador de fútbol y repartidor de cerveza Guinness, fue descubierto por Boorman durante una producción teatral. Y aquella iconoclasta revisión del ciclo artúrico no le trajo solo la atención de la industria, también el amor. Durante el rodaje conoció a Helen Mirren que interpretaba a la bruja Morgana. No fue su única novia famosa. Antes de conocer a Richardson tenía cierta fama de mujeriego y se le conocen relaciones más o menos largas con estrellas como Julia Roberts, Brooke Shields, Cher, Barbra Streisand o Sinéad O’Connor.
Liam Neeson y su hijo Micheál Neeson, en Londres en 2015.DAVID M. BENETT
El éxito de Venganza propició un cambio radical en la carrera de Neeson, cuyas últimas producciones tienen el nexo común de un cañón humeante en el póster y la palabra “venganza” en algún lugar entre el título y la tercera línea de la sinopsis. Pero también hay otro elemento unificador: la pérdida. La manera de lidiar con ella o de evitarla a cualquier coste está presente incluso en Un monstruo viene a verme del español Juan Antonio Bayona —otro paisano, Jaume Collet Serra le ha dirigido ya en cuatro ocasiones—. En ella interpreta a un enorme árbol parlante que sirve de guía al niño protagonista para sobrellevar la enfermedad terminal de su madre. En Venganza bajo cero, otra de sus últimas producciones, la manera de lidiar con la pérdida es menos sutil y más marca de la casa: a tiros. Neeson es un conductor de quitanieves que persigue a los traficantes de drogas que asesinaron a su hijo, al que interpreta su propio vástago Micheál Richardson —eligió el apellido materno como homenaje tras su fallecimiento—. Un hijo que durante un breve periodo de su adolescencia se refugió en las drogas para tratar de superar la muerte de su madre y que, al igual que su hermano, tiene a su padre como referente vital.
Ambos se volvieron a reunir en Made in Italy para contar la historia de un padre y un hijo distanciados que viajan a la Toscana para restaurar y vender una villa en ruinas que había pertenecido a su esposa fallecida. Siempre la pérdida. Incluso en películas en las que —algo poco habitual— interpreta a un malvado, Viudas, por ejemplo, la muerte de un ser querido, en esta ocasión un hijo asesinado por la policía, anida en el corazón de su personaje.
Fuera de la pantalla, Neeson aborrece las armas. Pero a pesar de ello, el 25 de junio volverá a tener una en sus manos en The Ice Road, un estreno por el que Netflix ha pagado 18 millones, consciente de que la presencia del justiciero más adorado del siglo XXI, con permiso de John Wick, garantiza visionados. En ella Neeson interpreta a un conductor de camiones que debe enfrentarse a un océano de hielo para rescatar a un grupo de mineros atrapados. Y, según la sinopsis, “luchando contra el deshielo y una tormenta masiva, descubren que la verdadera amenaza está por llegar”. No sabemos a qué enemigos sobrenaturales o naturales se enfrentará Neeson, pero sí que no serán tan peligrosos como la soledad que le sigue atenazando desde hace más de una década y de la que jamás ha dejado de hablar, porque hablar de su gran amor es una manera de mantenerla viva. Y contra ese enemigo no hay ninguna defensa efectiva, por ahora.
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