Lita Cabellut "Una memoria artista tiene que romper con todo"
Nuevo referente mundial de la pintura, dueña de una historia irrepetible, Lita Cabellut ha traspasado sus límites creativos y físicos al redibujar el mundo lorquiano de ‘Bodas de sangre’. Encuentro con la influyente artista española, aún poco conocida en su país, en su casa-estudio de La Haya.
Los cristos, las flores, las manchas de pintura… todo lo muerto parece vivo en la casa-estudio de Lita Cabellut (Sariñena, 1961), una de las creadoras más influyentes del momento. Su pasado es tan dickensiano que sorprendería al mismísimo; su presente está marcado por un éxito al que mira sin fiarse. La energía se paladea en el viejo almacén de aires palaciegos escondido en una de las calles más céntricas de La Haya, Países Bajos, donde la pintora se estableció hace 39 años. “Esto era una carpintería oscura donde se arreglaban carrozas, ahora es un paraíso divertido”.
Lita Cabellut |
“Pasé de la calle a una casa con chófer. El contraste con mi vida anterior era horrible. A los 19 años me dieron el pasaporte y a los tres días me fui. Mi madre no me habló en 10 años”
Magazine ha pasado un día entero en la fábrica de sueños de la artista española más cotizada. Bosquejo rápido para un retrato: Chesterfield quemando entre los dedos, sonrisa eléctrica, ojos perdidos en el cielo enladrillado, pelos desmadejados y negros, vestido a conjunto, pulsera en forma de estrella de mar. Detrás, una cabeza de caballo, una de las muchas que cabalgan por toda la casa.
Prácticamente desconocida en España hasta hace cuatro años, la dimensión de Cabellut y su obra se han disparado y eso ha abierto la ventana de su pasado: el de una niña mendiga adoptada por una pareja bien establecida que la imaginó abogada de la empresa familiar. “Pasé de la calle a una casa con chófer, con cinco personas para cuidarme. El contraste con mi vida anterior era horrible. Por eso pensé ‘me largo’. A los 19 años me dieron el pasaporte y a los tres días me fui. Mi madre me retiró la palabra 10 años. Ellos habían invertido toda su ilusión en mí y yo me iba a Ámsterdam”, rememora. Cabellut se ha pasado la vida metiéndose en berenjenales, vitales y artísticos. Casi siempre para bien. No ha salido de uno que ya entra en otro. Hace un año, triunfó con Carlus Padrissa, de la Fura dels Baus, en el montaje de la ópera Karl V, estrenada en Munich. En paralelo ya estaba embarcada en recrear el drama Bodas de sangre de Federico García Lorca en un libro de artista que ahora publica la editoral Artika y que ha llevado a la creadora a conocer su finisterre físico y creativo. Una doble operación de rodilla la confinó varios meses en la silla de ruedas. ¿Una maldición? Más bien no...
Lita Cabellut |
“Si no eres sincero, a Lorca ni te acerques; en los primeros bocetos que hice para el proyecto de ‘Bodas de sangre’ sudaba, el pincel me temblaba”
Cuando finalmente aceptó el proyecto, Cabellut decidió que tenía que dar vida a los personajes del drama. Así que buscó modelos para que se convirtieran en esculturas de carne y hueso embadurnadas de pintura “Necesitaba sentir los personajes, tener contacto físico y psicológico”. Primero vino la performance, luego las fotos, los bocetos y los cuadros que tienen dos versiones, una figurativa y otra más abstracta conformada por rodillos de gomaespuma alineados y pintados. Una idea curiosa: el pincel como lienzo.
Un patio amplio divide la casa del estudio. Allí hay tres cuadros con figuras de mirada intensa y piel castigada por la vida.: grietas, cráteres, arrugas y roturas como esculturas griegas mutiladas. Tres matriarcas que darán la bienvenida en una próxima exposición en La Alhambra: “La madre que mandó matar, la que perdió su hija y la mujer del novio, de la que se habla poco; una chica con un bebé de 16 meses abandonada en una barraca. Me pareció importante hilar los destinos de las matriarcas, que tanto sufren por culpa de la tradición, que viven en sus cárceles sociales”.
El cuadro de esta última es sobrecogedor. La pintora le dijo a la modelo que cogiera el muñeco como si no lo quisiera perder. “Vi que le caían unas lágrimas y pensé que se había creído el papel. Me enteré que estaba embarazada y que en dos días el marido la obligaba a abortar. Joder, casi me muero, qué remordimiento”, recuerda.
Janusz y Álex trajinan en el almacén. Son la excepción en un mundo de mujeres. Por un lado están las que marcaron a la artista: su madre, que hacía la calle, y la abandonó a los pocos meses; su abuela, que la recogió; y su madre adoptiva desde los 13 años que le dio la oportunidad de alfabetizarse, formarse y soñar. Por otro, aparecen las mujeres que le han servido de modelo de vida, mujeres a las que admira: Frida Kahlo, Gabrielle Coco Chanel, Marilyn… Y por último, su guardia de corps profesional y afectiva: Marta, la hija; Christine, la mánager, su mejor amiga a la que conoce desde hace 30 años; Andrea, bailarina, mano derecha artística, experta en color; Selma, cocinera y jefa de la casa; y Virginia, encargada de traer, a ser posible, buenas noticias…
En la casa-estudio se respira energía positiva y humor loco: algo así como los Monty Python compartiendo piso con los hermanos Marx
La residencia Cabellut es una especie de hotel disparatado. Imaginen a los hermanos Marx compartiendo piso con los Monty Python: “Al principio Selma creía que estábamos todos locos. ‘Esto es una torre de Babel’, decía”. La pintora recuerda que, un día, Selma preguntó cuánto tiempo necesitaba para buscarle reemplazo, que estaba cansadísima. “Yo le repliqué que también me iba con ella: ‘Haz las maletas. Le digo a Marta que nos compre un billete y nos largamos’. ‘Pues nos vamos todas’, apostilló Christine”. A veces es la mánager la que intenta renunciar: “Sí –confirma Cabellut–, se pone las manos a la cabeza y dice: ‘Vengo a presentar mi indigna… digo mi dimisión’. Y yo le pregunto ¿te vas? Y ella ‘sí’ y yo ‘pues me voy contigo’”. Risas generales que se convierten en carcajadas cuando, al cabo de un rato, Christine, ajena a la conversación anterior, se queda petrificada cuando le preguntan si ese día ya ha presentado la indigna… perdón, la dimisión.
“La tortura y la lujuria que siento en el estudio no ha cambiado desde que nadie me compraba nada hasta que me quieren comprar todo”
Lita Cabellut tiene una gracia gitana que reivindica, una picardía que incubó en las calles del Raval de Barcelona. Una picaresca graciosa. El reloj da la una. Hora de comer. Una de las pocas normas fijas de la casa. A veces, algún hijo se pasa. Adoptada antes de los 13 años, la artista siguió el ejemplo. Tiene cinco hijos: Marta, David, Arjan, Luciano y Winston, dos de ellos acogidos. “Mamá, afuera tengo un pájaro con una ala rota”, recuerda la pintora que dijo Arjan al hablarle de Winston. “Le dije que aquí no entraba nadie más. Se acababa de ir una chica... Él insistía que estaba enfermo y no tenía a nadie. Yo estaba cansada, mi hijo mayor con las drogas, separada...”. Cuando la artista le vio le dijo: “Te vas a tomar una sopa, luego un baño y a la cama. El doctor dijo que estaba fatal, pero se recuperó”. Los hijos son visita habitual, llegan, trastean por el estudio, dejan algún dibujo... “Se van cargados de material y les tengo que requisar: ‘Abre la bolsa, esto no te lo llevas, esto tampoco y esto tampoco’”, ríe.
A Cabellut se la ve contenta con el libro de artista gigante que se guarda como oro en paño (lo del paño es literal) en una maleta metálica que parece blindada. “Caminar con Lorca te hace mejor persona”, confiesa. A cada página, los ojos de los personajes parecen querer salir del guion, emprender el vuelo. Todos menos uno, el que se ha quedado en el suelo del estudio y que proviene de una pintura que aún está siendo pisoteada y despellejada. “Ah, aquí esta, hay que cogerlo con cuidado, y que no se parta”. Lo deja encima de la tarima. Un foco le da de lleno. Y el ojo empieza a brillar y casi casi a parpadear.
Colores y trazos. Kiefer y Auerbach. Freud y Bacon. Goya y Rothko (pintores y caniches). Botes de pintura, tubos, espráis. Llueven las emociones. Corre el tabaco. Ensalada, quiches y bocadillos a medias. Retales de la vida que abrigan el día como un patchwork. Anécdotas de infancia. Ríanse de la novela picaresca. Cabellut es Lazarillo, Rinconete y Cortadillo en versión femenina, oscense, catalana y neerlandesa. “Nunca me ha dado miedo no tener nada, mi punto de partida era la nada y he sobrevivido. Cuando me adoptaron con 12 años no sabía leer ni escribir –recuerda–. Los domingos íbamos al Náutico a comer y mi madre siempre dejaba mil pesetas de propina. Cuando se levantaban yo era la última y, mientras el camarero miraba, yo pillaba el billete. Lo llevaba dentro: venía de la calle de mangar lo que podía. Me descubrieron: ‘Es verdad, lo hice un par de veces’. El camarero: ‘Lo haces siempre’. Mi madre me hizo devolver el dinero, me quedé sin ahorros”. Un día Lita cogió un avión. “El momento más feliz. Ahí empezó mi vida, ni la primera, ni la segunda”. Una beca caída del cielo y el resto es historia: la de una artista, gitana, seria, que sólo ahora, y muy poco a poco, empieza a ser profeta en su tierra.
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