jueves, 15 de diciembre de 2016

Pilar y José Donoso / La vida real y la ficción / Fragmentos


Pilar y José Donoso (1980 / EFE)
Pilar y José Donoso



Pilar y José Donoso: la vida real y la ficción




Juan Martini
27/11/2011


La noticia de la muerte de Pilar Donoso (15/11/2011), la hija del escritor chileno José Donoso, me sacudió. La conocí apenas en un viaje a Santiago en 1995. La editorial Alfaguara presentaba la que sería la última novela de Pepe Donoso publicada en vida, Donde van a morir los elefantes, un libro menor si se quiere en el marco de una obra presidida por la abismal El obsceno pájaro de la noche y secundada por excelentes novelas breves como El lugar sin límites, todas recorridas por el estremecimiento de lo prohibido.

Correr el tupido veloEn esa ocasión vi a Pilar Donoso dos veces: una nochecita en el caserón burgués de sus padres mientras tomábamos una copa antes de salir a comer y la tarde del día siguiente en la presentación de la novela. Era una mujer 28 años, delgada, elegante y protegida, entonces, por el silencio. Nacida en Madrid en 1967 y adoptada en seguida por Pepe Donoso y María del Pilar Serrano, Pilar Donoso creció en Calaceite, un pueblito de Aragón, y a los 14 años acompañó a sus padres en el viaje de regreso a Chile.

A pesar de la moderación que esgrimió siempre en público Pilar sostuvo durante mucho tiempo una relación beligerante con Donoso y su mujer. Ella conocía mejor que nadie las ruinas que poblaban la casa familiar, el alcoholismo de María del Pilar, las peleas estrepitosas, la constante precariedad económica, las obsesiones y la homosexualidad de José Donoso.

Todo esto, y más, se hizo público después de la muerte del escritor a finales de 1996. Y de todo esto, y más, se hizo cargo su hija adoptiva, Pilar, cuando decidió atreverse con las cajas llenas de diarios personales, notas y cartas que junto con originales de sus obras, otros documentos y una novela inconclusa yacían en las universidades de Princeton y Iowa. Durante ocho años trabajó Pilar con todos esos materiales y publicó después una inquietante biografía de José Donoso: Correr el tupido velo.

Así que hoy ya no quedan secretos ocultos en las tramas más oscuras de una familia. Si faltaba algo, entonces se supo que entre los papeles de Donoso estaba el proyecto de una novela en la que la hija de un escritor, muerto su padre, descubre sus diarios y, después de leerlos, se suicida. Pilar Donoso publicó la biografía de Donoso a finales de 2009.

Este libro le costó el divorcio de su primo Cristóbal Donoso y la pérdida de sus tres hijos en 2010. Si su matrimonio estuvo a salvo del fantasma del incesto por el hecho de haber sido adoptada nada la rescató del exorcismo al que se entregó. Un año después, en la tarde del martes 15 de noviembre, Pilar Donoso se suicidó con una ingesta masiva de barbitúricos.

El cumplimiento de la profecía es una tragedia, la forma más antigua y más actual del drama porque el destino es reemplazado por la fatalidad. Pilar Donoso encarnó hasta el último suspiro esta tragedia. Y la consumó. Detrás de su figura, desarticulada por el dolor público y es probable que también por un íntimo pesar que le complicó la vida desde sus primeros pasos, se agita la figura traumática de José Donoso, un hombre que fue presa de la envidia hasta límites a veces extravagantes del éxito de los otros y del trato que recibían. Y que manejó mal casi todas sus cuentas, desde las económicas hasta las sentimentales, haciendo de su homosexualidad una marca distintiva y vergonzante.

Junto con Fuentes, García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa, Donoso formó parte del llamado “boom de la literatura latinoamericana”. Pero nunca estuvo tranquilo con eso y luchó tanto por su inclusión en ese quinteto como por diferenciarse de sus compañeros y sobresalir por sobre ellos. Competitivo, cruel, generoso y desmedido, José Donoso construyó una leyenda de la que sólo queda hoy su obra. Y en ella, impresa con la temible lucidez de los transgresores, la intuición de la muerte de su hija, un eslabón con el que él y su mujer intentaron vanamente poner a distancia la locura doméstica que los arrinconaba. La vida real y la ficción terminarían por fundirse en una sola historia implacable.

Pilar Donoso, entonces, hizo suya todas las tragedias familiares y dio por terminada su vida con la misma distancia y coraje con que se mantuvo leal y combativa a un amor filial que no le correspondió.

Pilar Donoso habla sobre su libro:


Dijo Vargas Llosa de Pilar y de Correr el tupido velo:
Cuando la conocí, en el pueblecito aragonés de Calaceite, Pilar Donoso era una niña que protagonizaba con mis hijos las aventuras que inspiraron a su padre, José Donoso, una de sus mejores novelas: Casa de campo (1978). Y aunque la volví a ver después (…), la imagen que de ella prevalece en mi memoria es la de aquella criatura vivaracha y traviesa…
La Pilarcita ha publicado un libro tan extraño y hermoso como su título. Correr el tupido velo es un libro escrito con lucidez, economía, discreción donde hace falta y, por momentos, con una franqueza que corta el aliento…

Dijo Jorge Edwards sobre la obra:
El libro de Pilar Donoso sobre su padre adoptivo, el novelista José Donoso, Correr el tupido velo, es duro, severo, por momentos patético, muchas veces apasionante, revelador en casi todas sus páginas. Su lectura es fascinante para novelistas, hombres de letras, artistas de cualquier parte: para todos los que quieren asomarse a los misterios –gozosos y dolorosos– de la creación literaria.
Ha dicho la crítica:
Podríamos describir Correr el tupido velo como la historia del desarraigo y de desarraigados que en calidad de tales pueden trazar los rasgos de sus máscaras/rostros, abandonando identidades fijas y estables. Sebastián Schoennenbeck en Literatura
Pilar Donoso nos cuenta en detalle en su libro los interminables meses en los que su padre se encerraba tratando de sacar del fondo mismo del subconsciente los patios llenos de monstruos de sus novelas. En un mundo de novelas híbridas, de jugueteos vanguardistas o simples relatos mínimos, la aventura que emprendió Donoso nos parece una audacia que ya no nos permitimos. Rafael Gumucio en El Mercurio
Pilar tenía miedo al comienzo de que Correr el tupido velo (Alfaguara) fuera interpretado como una vendetta de ella hacia su padre, pero ella asegura que finalmente José Donoso queda bastante bien parado. Marilú Ortiz de Rozas en El Mercurio
Pilar Donoso
CORRER DEL TUPIDO VELO
Fragmentos

La historia que quiero contar no es «la historia de José Donoso», sino la de una hija en la búsqueda interminable por saber quiénes fueron sus padres, sean biológicos o adoptivos. Es la búsqueda de la identificación, del entendimiento de quién es uno y del inevitable conflicto que esto implica.
Me he visto enfrentada con la palabra escrita que mi padre plasmó en sus diarios (a la que luego de unos años todos tendrán libre acceso) y en cada página, sin darme cuenta, me encontré también conmigo; tuve que reestructurarme una y mil veces frente a lo allí escrito, ante el desconcierto, el dolor, el amor, el miedo, el odio…
De modo que este será el desafío: lograr descorrer ese tupido velo al que el mismo José Donoso, mi padre, recurría. Descubrir, finalmente, el rostro que se escondía tras sus numerosas máscaras y que ocultaban su gran temor de no ser aceptado por los demás.

Mi realidad ha sido crecer bajo la sombra de un gigante.
Siempre se mantuvo como padre cariñoso, comprensivo, aunque lapidario frente a mis decisiones, pero siempre presente, al fin y al cabo. Detrás, sin embargo, se escondían miedos, rencores, odios, frustraciones.
Como he dicho, lo extraño de todo esto es que mi padre nunca me hizo sentir nada de lo que veo reflejado en sus diarios. Menos, que llegaran a tal punto tanto sus persecuciones conmigo como la importancia que yo tenía para él en los períodos positivos, reflejo de un amor incondicional.
Es así como mi padre intelectualizó mi adopción. Desde siempre me hizo creer que «ser distinta» era una virtud que debía explotar y no un karma doloroso. Quiso hacerme creer que el no tener los fantasmas de una historia anterior me daba la posibilidad de reinventarme y me educó siempre para ello, lo que finalmente se volvió en mi contra. Me aislé, y aquello dejó una huella eterna, la de sentir que no pertenecía a ningún lugar, a ninguna historia. Mi adopción se convirtió en un aspecto literario más de su propia imagen del clochard que tanto lo obsesionaba; se identificó conmigo en este aspecto y eso nos unió mucho. Aunque, por otro lado, me dejó como una isla fuera de un mundo al que yo realmente quería o anhelaba pertenecer.
La educación para mi padre era un tema primordial. Nunca dejó de preocuparle mi instrucción, era intransigente al respecto; severo a veces; irónico otras y, por lo mismo, me rebelé y nunca terminé ninguna carrera.
En este aspecto, sin embargo, aparecía otra contradicción de su personalidad. Era generoso, sí, pero bastaba que uno le pidiera algo para que se molestara y se negara; le gustaba dar sólo cuando le nacía.

Como marido, mi padre le exige a mi madre dos cláusulas matrimoniales indispensables. La primera, que supiera manejar un auto, ya que él no sabía y no iba a aprender nunca y, la segunda, que debía leer a Proust, porque si no, no tendrían de qué hablar.
La relación entre mis padres muestra ya la dinámica que tendrá siempre. Mi madre se siente a menudo sola, postergada por «el espacio creativo» de mi padre, que se encierra a escribir y también en sí mismo.
Hasta hoy me pregunto qué los llevó a casarse. En ese momento él era un hombre maduro, soltero, de treinta y siete años, perseguido por los fantasmas de su juventud; ella, una mujer soltera, virgen (a su decir), de treinta y seis años. ¿Qué misteriosos lazos los unían? Desde luego había muchos: lograron estar casados treinta y seis años, con crisis, grandes heridas y dolores profundos, pero a su vez con grandes momentos de amor mutuo. Incluso la muerte los quiso unir: se fueron con sólo dos meses de diferencia.
Hoy, como hija, al conocer el revés de la historia, admiro su valor de postergarse de tal modo ante un amor que ella consideraba vital, dejando a un lado su propia femineidad, sin olvidar la frustración que eso le produjo, y la búsqueda de una vía de escape en sus depresiones y su alcoholismo. En este sentido, mi padre siempre fue egoísta; él tenía un mundo propio tan grande que pudo sublimar toda su frustración con respecto al placer.

Esa mente atormentada por la paranoia y el miedo a ser descubierto. Es aquella dualidad que demuestra al esconderse y al dejar estos manuscritos para finalmente ser descubierto, o bien manipulando al escribirlos para crear la imagen premeditada que quería que conservaran de él, amparado por la inmutabilidad de la muerte, fuera de todo juicio e incomprensión; inalcanzable para su mayor temor: el rechazo.
Mi padre plasmó en sus sesenta y cuatro diarios (su última anotación es de 1994) su lado más oscuro. En ellos muestra ciertas aristas de su personalidad que yo y creo que casi todos ignorábamos, aunque de algún modo intuíamos: un mundo interno de complejidad sin límites.
Pero siempre me quedará la duda —y supongo que al lector también— de si lo que plasmó en estas miles de páginas de sus diarios es «él» o su propia ficción sobre sí mismo.
La vida trashumante que ha tenido hace que los lazos parezcan terriblemente frágiles; vive en un mundo en el que casi no encuentra a qué ni a quién aferrarse y, si lo encuentra, dura poco. Hace años que se casó y en ese tiempo ha vivido en trece lugares distintos, ha tenido diecinueve casas, seis refrigeradores propios —fuera de los arrendados, prestados y robados— y vive con lo que le pertenece dentro de una maleta. Los amigos, los lazos, van quedándose atrás, en los distintos sitios… Mallorca, Portugal, Iowa, Nueva York, Guanajuato.
El humor es algo que a mi padre nunca le faltó, y quien tiene la virtud de la palabra asociada a la profundidad de la ironía, se vuelve aún más sátiro. A veces esa ironía era incluso lapidaria. Podía hacer daño con comentarios al pasar, casuales, dejando la duda de si había sido realmente su intención herir tan profundamente o si ni siquiera se había dado cuenta de la magnitud de sus palabras.
Un aspecto desconocido de mi padre es que estaba lleno de manías, que en realidad no eran manías, sino más bien supersticiones. Por ejemplo, terminar en la página número doce del diario que está escribiendo, porque le da miedo permanecer en la trece, número que infaliblemente trae mala suerte.

Acostumbrada a una vida glamorosa, a fiestas con príncipes y duques, no era extraño que (mi madre) vistiera trajes de los mejores diseñadores del mundo. Era alta, morena, de labios gruesos y una nariz importante; era una mujer a la que nadie podía dejar de mirar.
Pero sus intereses no eran únicamente esta vida social que hoy parece sacada de un cuento de hadas.
Ella tenía grandes pasiones, como la pintura, los idiomas y el periodismo. De hecho, fue la primera mujer boliviana en trabajar en forma estable en un periódico.
La vida en Barcelona es uno de los momentos más felices en la vida de mi madre. Está siempre alegre, dispuesta a todo. La recuperación del «entorno social» es clave. Ella es por naturaleza sociable, acogedora con quien llegue a su casa. Sigue a mi padre a todos lados; es una suerte de secretaria que trata de resolver la parte práctica de la vida, sin mucho resultado, pero, desde luego, bastante mejor que mi padre. Se siente acompañada al estar rodeada de amigos, invitaciones y largas conversaciones. Es admirada por su elegancia y su estatura.
Cada vez más desolada, siente que ha pasado la vida de rodillas, agradeciendo primero a sus padres por haberle dado la vida, a mi padre por haberla convertido de una solterona neurótica en una mujer, y a mí por haber sido la hija que su esterilidad le negó. Necesita sentirse un ser valioso, objeto de amor y se vuelca cada vez más hacia los animales y el alcohol.
Ella siempre buscaba su espacio dentro de estos períodos de vida universitaria que debía compartir o asumir junto a mi padre, y tenía una gran capacidad para relacionarse muy bien con la gente joven, de una manera espontánea y afectuosa, por lo que naturalmente dejó muchas huellas afectivas por donde pasó.
Mi madre quiere escribir un libro sobre la génesis de las novelas de mi padre. Empieza a grabar conversaciones con él sobre las primeras obras, entre ellas Coronación, y se siente feliz con este proyecto, que junto a su trabajo en el diario La Época le han devuelto la confianza en sí misma.




21 de noviembre de 2011




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