jueves, 7 de octubre de 2010

Vargas Llosa / El Nobel


Mario Vargas Llosa
El Nobel a Vargas Llosa

La Academia Sueca ha acertado y el premio reconoce a un extraordinario narrador.

El Tiempo, 7 de octubre de 2010
Cuando un editorialista reflexiona sobre su oficio, lo primero que salta a la memoria es Zavalita, uno de los personajes más fascinantes de Mario Vargas Llosa. Zavalita escribía notas de fondo de un diario limeño en la novela 'Conversación en La Catedral', y es quien guía al lector por los vericuetos de la historia de medio siglo XX en el Perú y América Latina. Zavalita sabe que "el periodismo es noticia", como le dice uno de sus colegas. Pero seguramente habría dado cualquier cosa por escribir el editorial en el que se festeje la distinción de Mario Vargas Llosa como Premio Nobel de Literatura del año 2010.
Es esta la buena nueva que ayer corrió como pólvora por todos los medios de comunicación. Hay un regocijo general, que supera el mero ambiente literario. Y es en parte porque la gente reconoce a Vargas Llosa como latinoamericano famoso (son muchos años en el candelero como novelista, dramaturgo, columnista, ensayista, profesor y conferencista) y sobre todo porque sus libros, a veces convertidos en cine y hasta en telenovelas, han acompañado a varias generaciones de lectores.
El Premio Nobel de Literatura suele despertar polémicas. En la mayoría de los casos, cuando se adjudica a autores meritorios pero desconocidos. En otros -como ocurrió con Camilo José Cela-, cuando la calidad de la obra suscita escepticismo. No ocurre igual con Vargas Llosa, como no ocurrió en 1982, cuando lo obtuvo Gabriel García Márquez. Las suyas son obras a prueba de dudas. Macizas. Redondas. La sensación es que la Academia Sueca ha acertado y que el premio reconoce a un extraordinario narrador, pero también a una persona que ha hecho del oficio de escribir una pasión ética.
Los libros de Vargas Llosa marcan hitos en la novela contemporánea. 'La ciudad y los perros', que se publica en 1963, cuando Varga Llosa tenía 27 años, provocó una ruptura en la literatura en español, que ya habían empezado a asaltar Julio Cortázar y otros autores. Siguieron 'La casa verde' (1965), relato de la selva amazónica que dejó personajes inolvidables, y 'Conversación en La Catedral' (1969), la novela suya que él "salvaría del fuego". Tres años después, su obra dio un giro importante: tras haber abominado del humor como ingrediente narrativo, escribe dos memorables textos del género: 'Pantaleón y las visitadoras' (1973) y 'La tía Julia y el escribidor' (1977). Superados algunos baches posteriores, como 'Historia de Mayta', '¿Quién mató a Palomino Molero?' y 'Los cuadernos de don Rigoberto', el que parecía un escritor en decadencia vuelve a sorprender con otras dos obras maestras de carácter histórico sobre el poder y la corrupción: 'La guerra del fin del mundo' (1981) y 'La fiesta del chivo' (2000).
Justamente, la Academia sueca menciona su "cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual" entre las razones para concederle el Nobel. Muchos se preguntarán ahora cuánto tuvo que ver la cartografía política de Vargas Llosa en el hecho de que le hayan dado el premio o que quizás hubieran tardado en hacerlo. Su desplazamiento de la izquierda pro cubana al conservatismo neoliberal ha sido objeto de encendidas polémicas y su fracaso como candidato político alegró a muchos. En especial, a sus lectores más fieles. En todo caso, el arequipeño ha sido coherente y firme en su defensa de la libertad y la tolerancia.
El premio es, además, un reconocimiento al poder de la lengua española. Con el autor peruano son once los hispanohablantes que obtienen el Nobel, seis de ellos, latinoamericanos. El primero de todos, don José Echegaray, está misericordiosamente olvidado un siglo después. Resulta imposible pensar que pueda ocurrir lo mismo con Vargas Llosa, uno de los grandes narradores de todos los tiempos en nuestro idioma.


Publicación
eltiempo.com
Sección
Editorial - opinión
Fecha de publicación
7 de octubre de 2010
Autor
EL TIEMPO





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