LA MUERTE
Cada hombre lleva dentro una muerte madura.
A veces pequeña y se la puede pintar
de verde.
En otros tiene el mismo
tamaño del cuerpo y cruje en cada paso como si andara
en muletas.
Pero hay alguien a quien le huele la muerte
a distancia, como la miel
de los trapiches en el tiempo de molienda:
le llena los actos, los sentidos, el amor, la gloria,
el odio o la impotencia.
La muerte es la casa donde vive
y se la ve de lejos, se divisa del camino,
se la escucha con rumor de manto en la sonrisa
o de mortaja en la palabra exultante.
Lo único que se tiene es el pasado.
A veces años, otras veces ratos, acaso minutos.
Un instante puede ser todo el pasado.
Y está delante del hombre. A él tiende los brazos,
hacia él se precipita. Lo que se busca,
en realidad, no es el futuro sino el encuentro.
Y el hallazgo no es más que devolverse
a lo soñado, igual que la palabra
se busca para hallarla en los objetos
o el recuerdo en las guardas de un libro
abierto como la vida.
A veces pequeña y se la puede pintar
de verde.
En otros tiene el mismo
tamaño del cuerpo y cruje en cada paso como si andara
en muletas.
Pero hay alguien a quien le huele la muerte
a distancia, como la miel
de los trapiches en el tiempo de molienda:
le llena los actos, los sentidos, el amor, la gloria,
el odio o la impotencia.
La muerte es la casa donde vive
y se la ve de lejos, se divisa del camino,
se la escucha con rumor de manto en la sonrisa
o de mortaja en la palabra exultante.
Lo único que se tiene es el pasado.
A veces años, otras veces ratos, acaso minutos.
Un instante puede ser todo el pasado.
Y está delante del hombre. A él tiende los brazos,
hacia él se precipita. Lo que se busca,
en realidad, no es el futuro sino el encuentro.
Y el hallazgo no es más que devolverse
a lo soñado, igual que la palabra
se busca para hallarla en los objetos
o el recuerdo en las guardas de un libro
abierto como la vida.
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