domingo, 8 de septiembre de 2024

Almodóvar convence en el Festival de Venecia con La habitación de al lsdo




Almodóvar convence en el Festival de Venecia con su película en inglés ‘La habitación de al lado’

El primer largo en otro idioma del director más famoso del cine español ofrece una reflexión fascinante y comedida sobre la muerte, con dos grandes actuaciones de Tilda Swinton y Julianne Moore, aunque padece algún problema menor


TOMMASO KOCH
Venecia - 02 SEPT 2024 - 12:15

La vida está llena de guerras. Las más letales hoy se combaten en Ucrania, o en Gaza. Igual que antaño en Bosnia. Pero hay conflictos también a la vuelta de cualquier esquina. Hasta en los salones de los mejores hogares a veces silban balas. La lucha de sacar adelante cada día y no herirse demasiado en el intento. Pedro Almodóvar, durante años, se peleó con su deseo de filmar una película en inglés. Se acercó, se alejó, se rindió, lo volvió a intentar. La batalla de todos. Se atrevió a dar dos pequeños pasos, en formato de mediometraje. Y, finalmente, hoy lunes, su sueño se ha cumplido en el festival de Venecia. Con dos protagonistas tan destacadas como Julianne Moore y Tilda Swinton. Con la intención de hablar de las múltiples contiendas de la vida. Incluida la que nunca debería llamarse “lucha”: la que enfrenta a los pacientes con la enfermedad, y la muerte. Y de la importancia, en los peores baches, de tener a quien te apoye, reconforte o tan solo escuche callado. Alguien, en definitiva, en La habitación de al lado.

Una sensación rara rodea el arranque del filme. La música de Alberto Iglesias. Los títulos de crédito. El plano inicial. Claramente, ha vuelto Almodóvar. El cambio de idioma no ha afectado al toque del cineasta. Simplemente, ahora lo que se ve no está “dirigido y escrito por”, sino “filmed and written by”. Pero, de alguna manera, la extrañeza se contagia a las primeras secuencias. Igual que sucedía en Madres paralelas, su anterior estreno en la Mostra, las piezas no encajan, situaciones y diálogos resultan forzados. Un pequeño flashback dedicado a un soldado supone, probablemente, el momento más bajo del largo. Justo entonces, sin embargo, la película empieza a levantarse. Las interpretaciones, la contención, la sensibilidad, la siempre impecable puesta en escena y visión cromática. La habitación de al lado pide tiempo para despegar. Pero termina volando muy alto.

La película narra el reencuentro entre dos amigas. Ingrid (Moore) se ha vuelto exitosa autora de no ficción y acaba de sacar su último libro, De muertes repentinas. Mientras lo presenta, vuelve a oír por primera vez en mucho tiempo de Martha (Swinton). Tanto se habían perdido de vista que ni sabe que está en el hospital. Y el pronóstico, como le cuenta ella misma cuando acude a visitarla, no deja margen para la esperanza: la excorresponsal de guerra para The New York Times afronta el epílogo de su existencia. Sabe que debe irse. Dice que está lista. Ingrid está bastante menos preparada, pero se queda con ella. Al menos, se tienen la una a la otra. Y los espectadores se asoman a una clase magistral de actuación, guion y dirección.

Cambia el idioma, pero queda la esencia reciente de Almodóvar. Nada lacrimógeno, ninguna emoción subrayada en exceso. En el corazón del filme palpitan humanidad y dignidad. Los últimos días también han de vivirse. Tienen, por supuesto, lágrimas y desesperación. Pero también momentos cotidianos. Comer, fregar, leer, ver una película. Y hablar, mucho. Al igual que en otros momentos, en cambio, lo mejor es no decir nada. A partir del libro Cuál es tu tormento, de Sigrid Nunez, el director español es capaz de filmar una historia tan bella como profunda, mucho más conmovedora justamente por su contención. La muerte resulta terrorífica. Pero eso no impide mostrarla de manera sencilla, delicada, hasta colorada. El propio director ha confesado que piensa en ella “todos los días”. Dijo que la película le resultó “balsámica” y le ayudó a “entender”.

La dura competencia de esta 81ª edición de la Mostra invita a la prudencia para pronosticar el León de Oro. La habitación de al lado parece haber gustado, pero tampoco entusiasmado. Las críticas de algunos de los principales medios internacionales del sector van desde la frialdad de Cineuropa—”difícil decir si ha merecido la pena la espera”—, hasta las cuatro estrellas sobre cinco de The Guardian —”cuando florece, parece un pequeño milagro. Su fragilidad es lo que lo hace tan precioso”—, pasando por los aprobados, con dudas de The Hollywood Reportery con cierta convicción por parte de Variety y Deadline.

The Brutalist, de Brady Corbet, sin embargo, es el filme más impactante y que más consenso ha generado. Eso sí, pese al desfile de estrellas como Angelina Jolie o Nicole Kidman, metidas además en papeles complejos y perfectos para los premios, no se había visto aún en el certamen una interpretación femenina como la de Swinton. Y más en un metraje con tantos primeros planos. Hace dos años, sorprendió al festival con dos personajes en el mismo filme, La hija eterna, de Joanna Hogg. Esta vez, se supera. Su Martha se convierte en una mujer de carne y hueso que se encamina hacia el fin. Con todo lo que eso significa, en términos de dificultad y matices que exige. Moore también impresiona, y resulta admirable sobre todo la humildad de tal estrella para aceptar que la actuación principal del largo es la otra, y sostenerla. Como su Ingrid hace con Martha.

Hasta duele alejarse de ellas. Porque tarde o temprano deberá suceder, por la emoción que transmiten. Pero también porque los elementos secundarios de la película se quedan lejos de tamaña altura. Cada vez que la trama acoge flashbacks —donde el reparto español, con Victoria Luengo, Raúl Arévalo y Juan Diego Botto, tiene pequeños papeles— vuelve la sensación de desconexión y artificio. Aunque La habitación de al lado sufre algún problema más. Se antoja loable el deseo del director de plantear todos los temas que considera relevantes o preocupantes. Pero acumular en menos de dos horas referencias a cambio climático, dark web, estrés postraumático y salud mental o fundamentalismo religioso —al margen de eutanasia, amistad o maternidad, centrales en la obra— impide tratar cada asunto como merece. Genera más confusión y superficialidad que interés. Finalmente, la película permite apuntar unas cuantas recomendaciones literarias. Aunque citar a Faulkner, Hemingway, Marie Colvin, una biografía sobre Elizabeth Taylor y Richard Burton, entre otros muchos, y hacer que un personaje se pregunte qué pensaría Virginia Woolf de la muerte de [Dora] Carrington se mueve entre lo enriquecedor y lo pretencioso. Al director se sabe que le gusta. A buena parte del público se puede sospechar que menos.

Hoy mismo, en todo caso, ha surgido otra candidata firme al palmarés. Una sorpresa, que no aparecía en la lista de las más esperadas, y quizás por eso aún más grata. Vermiglio, de Maura Delpero, ofreció otra muestra de sutileza, intención y capacidad de contar todo en su justo tono y equilibrio. Esbozar, sugerir, nunca subrayar. Como La habitación de al lado, el filme italiano también tiene relación con la guerra: transcurre cerca del pueblito homónimo de las Dolomitas, en 1944, aunque la aldea vive casi de espaldas a la contienda. Salvo por los hijos que fueron al frente. Y por un soldado que regresa y es acogido en una de las casas. Hasta ahí llegan, en palabras de la directora, “las astillas” del conflicto.

Con un talento asombroso y mesurado, con imágenes de gran hermosura, con pocos movimientos de cámara y una sensibilidad enorme para comprender y contar, sin juzgar, a todos sus personajes, Delpero narra la historia de una familia donde el padre pretende controlar vidas, mentes y destino de su prole, pero los jóvenes van cogiendo su propio camino. En Vermiglio, los hombres suelen criar con la dureza de las montañas que rodean al pueblo por todos los lados. Sin embargo, la identidad y las ganas de cada hija intentan abrirse paso incluso a través de tan rocosas convicciones. Y es la madre la que en realidad lleva todas las riendas a la vez: el hogar, los críos, las adolescentes, el marido, vacas y gallinas, los chismorreos de la aldea. Dijo la directora que la idea surgió tras el fallecimiento de su padre, también criado en una minúscula localidad montañera: “Me apareció en sueño como un niño de seis años feliz, en la casa de su infancia, como no lo había conocido nunca”.

A partir de ahí, supo trasladar al proyecto tanto dolor junto con esa alegría. Y conectarlo con un discurso crítico sobre el patriarcado y en defensa de la liberación femenina. Los actores presentes también dijeron haberse inspirado en sus propios abuelos. De ahí que la película se convierta en una celebración de la memoria. De quien ya no está. De quien se acaba de ir. Pero también del placer que ofrece el buen cine. Está claro que nadie escapa de la muerte. Y la vida está llena de guerras. Pero, con filmes así, resulta más fácil creer que se puede ganar. Aunque sea por un día.

EL PAÍS




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