martes, 24 de septiembre de 2024

Daniel Samper Ospina / Carta a La Mencha

 




Margarita Rosa de Francisco


Daniel Samper Ospina

CARTA A LA MENCHA

22 de septiembre de 2022


Admiro desde hace años a Margarita Rosa de Francisco no solo por las interpretaciones magníficas de aquellos personajes de ficción que ya son parte de nuestro patrimonio, sino por su talante intelectual: su forma de ser escéptica, de tomar distancia. De dar más importancia a las dudas que a las certezas.

Esta semana sostuve un cruce de opiniones con ella en Twitter por culpa de una pregunta alevosa de mi parte: quería comprender por qué una persona inteligente, como ella, parecía encandilada por el liderazgo cantinflesco del presidente Petro. 

Me respondió amablemente que apoyaba al Gobierno por sus propuestas: porque pretendía un país “potencia mundial de la vida” que, bajo la guía de un hombre que está desmontando el clasismo que nos habita, nos conduce a un futuro de paz, próspero gracias a una economía solidaria, en el cual la salud y la educación serán derechos fundamentales y no servicios privados. Un presidente cuya tozudez de loco para “plantarle cara a décadas de gobiernos oligárquicos, mafiosos y al poder bélico mundial” es “lo más sabio que le he visto proponer a un gobernante colombiano” y a quien, gracias a su “incontestable audacia”, le debemos el milagro de haber roto “la cadena de gobiernos que nunca pusieron sus ojos en La Guajira” y otros territorios olvidados. 

En determinado momento, me advirtió que las críticas al administrador de turno de un proyecto progresista son necesarias, pero no pueden convertirse en “pretexto para devolvernos a la prehistoria colombiana”.

Me impresionaba la diferencia de criterios: donde ella ve a un político sabio y valiente, yo reconozco apenas a un hombre borracho de sí mismo que ha cometido una y otra vez los errores que antes denunciaba en los demás. Un hombre que tiene serios cuestionamientos éticos en su entorno, cuyo hijo recibió plata del hombre Marlboro y el Turco Ilsaca, mientras su papá negaba que lo hubiera criado. Un presidente que subió al poder con la ayuda definitiva de Armandito Benedetti, de cuyo silencio es rehén, y a quien reabrió una innecesaria embajada para darle gusto; casado con una mujer que tiene dentro de su nómina de asistentes, pagada por todos, a un masajista personal; cuyo hermano negoció votos en las cárceles. Y que, preso de su ideología, quiere modernizar al país con fórmulas que fracasaron en el pasado, como el Seguro Social.

Por momentos envidio la forma platónica, casi espiritual, con que la Mencha juzga al gobierno desde la pureza de sus ideas y la bondad de su discurso, y no desde la percudida realidad de nombres concretos y escándalos verídicos que le han causado mella: ¿puede uno postrarse a los pies de un hombre que dice enfrentar a la politiquería y a la vez postula como procurador a Gregorio Eljach? ¿Que enarbola las banderas de cambio y accede al poder empujado por la maquinaria del clan de los Torres y los consejos de Roy Barreras? ¿Que se quejaba, con razón, de que Duque nombrara embajadores tan cuestionados como Sanclemente, pero no tiene ningún empacho en designar él mismo a León Freddy Muñoz como diplomático? 

Hablamos de un presidente contradictorio y extraño para el que todo vale; que, por un lado, reivindica los derechos de los trabajadores, y, por el otro, protege a la mujer que ordenaba practicar polígrafo a su empleada, sin garantías y presionada por agentes del Estado. Un presidente que pretende rescatar del olvido a La Guajira, pero a través de Olmedo López: cuota de unos oscuros políticos de Itagüí que apoyaron a Petro en su campaña y delator de sobornos ofrecidos por el Gobierno para hacer aprobar sus reformas. ¿Es esa la forma de plantar cara a gobiernos oligárquicos, mafiosos y al poder bélico mundial?

Le dije a Margarita que este no es el gobierno del cambio; a lo sumo, el de las paradojas: su política energética puede condenarnos al uso de energías fósiles, pero importadas; se autodenomina potencia de la vida, pero nunca antes habían asesinado a tantos líderes sociales y sucedido tantas masacres. Y enarbola la política del amor bajo el estilo pendenciero de un presidente mesiánico, caudillista, que se nutre de la provocación constante y ejerce un tipo de liderazgo polarizante y divisorio, semejante al de Uribe: ¿no puede haber acaso un líder que nos una?

Le dije también que cualquiera puede compartir las causas del gobierno: la paz total, mejorar el sistema de salud, transitar a energías limpias. Pero bajo la comprensión de que aquellas metas se consiguen con método y rigor y la capacidad de construir sobre lo construido. No con gritos y arengas.

Sí: Petro abrió el abanico de nombramientos oficiales a representantes de etnias marginadas e instaló en la conversación inquietudes importantes sobre el medio ambiente y la equidad social. Son reivindicaciones valiosas. Pero temas que se le despiporraron a su gobierno, como la seguridad, coparán una nueva agenda política, y, en un péndulo fatal, impulsado por su mala administración, conducirá al país a una derecha burda, y frustrará por años la alternativa de un gobierno progresista. Y ese será su legado.

Nunca he comido cuento a los líderes de nuestro platanal; mucho menos lo haré con Gustavo Petro. Defiendo causas, pero no defiendo políticos. Los políticos pasan y las causas quedan. Los políticos, además, se traicionan, y promueven peleas que después no asumen, y uno hereda el odio que le inocularon mientras ellos ríen y se perdonan. Porque no tienen amigos sino aliados y porque no tiene principios sino intereses. No permitiré, por eso, que mi admiración frente a la Mencha se disminuya por político alguno. 

Es extraño que dos personas semejantes observen la realidad de forma tan distinta. Y tan distante. Y, sin embargo, si hablamos de fanatismo, debo empezar por el mío frente a ella. 

Por eso, aprovecho la anécdota de esta semana para refrendarle mi admiración; para decirle que mis diferencias son grandes, pero inferiores a mi amistad para tramitarlas. Que agradezco su altura para debatir. Y que mi cariño por ella vive libre de manchas. Y lleno de Menchas. 

Los Danieles / Revista Cambio




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