Desde la izquierda, Elisabet Benavent, Luz Gabás, Alice Kellen y Megan Maxwell. |
Las autoras hiperventas que apenas salen en los medios de comunicación
Las jerarquías que ya se pulverizaron hace décadas en la música y el cine persisten en el mundo del libro, donde impera un sistema que mantiene segregados a los ‘best sellers’ de la novela literaria
“Tú has vendido cinco millones de libros. Solo de una de tus sagas vendiste un millón, que es lo mismo que vendió Fernando Aramburu de Patria. Pero yo no te conocía. Nunca había oído hablar de ti”, le confesó Jordi Évole a la escritora Megan Maxwell cuando decidió dedicarle un programa monográfico en horario estelar a esta autora superventas de novela romántica con tintes eróticos.
No se puede decir que a Maxwell le sorprendiera lo que le dijo Évole ni que la llame ahora EL PAÍS. “Me hace mucha gracia cuando me decís eso los periodistas. Sois vosotros los que dais la cobertura. Yo no necesité a los medios para convertirme en un fenómeno, tenía las redes sociales, que me ayudaron a tirar adelante el proyecto. Ahora soy de las escritoras que más venden en España, pero tampoco te creas que me hacen mucho caso”, se resigna Maxwell.
Su caso y el de otras autoras españolas superventas como la también valenciana Alice Kellen, que fue la autora española que más libros de ficción vendió en 2021; Joanna Marcús, estudiante de Psicología, youtuber y autora de libros muy vendidos como la Trilogía Fuego, o Elísabet Benavent, que lleva 3,7 millones de ejemplares vendidos de sus 23 novelas, confirman que hay fenómenos editoriales que se cocinan enteramente al margen de los medios tradicionales y autores, y muy especialmente autoras, a los que las ventas no garantizan un sitio en la (hipotética) mesa de los mayores. Los motivos pueden ser diversos. Que aún exista una jerarquización y categorización en el mundo del libro que ya se pulverizó durante este siglo en la música y el cine —hoy en día nadie duda en hacer análisis complejos y multivectoriales de las películas de superhéroes y los tiempos en los que una web de referencia musical como Pitchfork no publicaba críticas de los discos de Taylor Swift parecen lejanos, muy lejanos—, pero también hay quien apunta a una doble cuestión de género, de quién escribe y de lo que escribe.
“¿Por qué no había ni una sola autora de novela romántica comercial en Fráncfort? Fue una cosa muy comentada en los corrillos”, se pregunta Lola Gulías, editora de ficción en Planeta, en referencia a la pasada feria del libro en la que España fue el país invitado y a la que acudieron autores de todas las generaciones y escuelas literarias, pero ninguna de estas autoras superventas que escriben géneros adyacentes a la chick lit (narrativa cercana al género de la novela romántica). Gulías sabe bien de qué está hecho un best seller: fue la primera persona en leer El tiempo entre costuras, de María Dueñas, cuando trabajaba como agente editorial en el despacho de Antonia Kerrigan, y no tardó en darse cuenta de que tenía un éxito potencial entre manos. Ahora es la editora de Alice Kellen y también quien ha acompañado a la escritora y guionista Cristina Campos, la finalista del Premio Planeta de este año, que vendió cientos de miles de ejemplares de su novela Pan de limón con semillas de amapola.
“Yo diría que existe un triple escalón. Los libros que venden mucho, los libros literarios y los libros comerciales escritos por mujeres. Por el hecho de vender mucho, generan prejuicios en torno a su calidad. El que vende mucho ya genera unas sospechas y si es una mujer, peor. Autores muy vendedores como Javier Sierra o Santiago Posteguillo tienen otro trato. El día que vea una reseña de una autora de novela romántica en un suplemento cultural alucinaré”, señala Gulías.
Desde la competencia, el editor Gonzalo Albert, de Suma de Letras y Plaza & Janés, que está detrás del fenómeno Elísabet Benavent, lo ve de manera parecida: “Nosotros hemos construido esto al margen de los medios, porque es muy difícil que estos se hagan eco de algo que tenga que ver con la literatura comercial. Son autores que no están en los suplementos ni en las secciones de Cultura, ni siquiera para decir: ‘Oye, esta mujer ha vendido tres millones de libros’. Y deberían recoger eso, porque además son muy buenas noticias”. Aunque Albert señala que los medios “tampoco han hecho mucho caso” a un autor como Javier Castillo, “que ha vendido cuatro millones de libros en dos años”, concede que las autoras que hacen novela comercial pensada para mujeres sufren un doble lastre.
Ni ellas ni sus editores se sienten cómodos con la etiqueta de “novela romántica”. Alice Kellen prefiere hablar de “novela de sentimientos”. Albert dice que Elísabet Benavent escribe “novela contemporánea”. Ignoradas por los medios generalistas, todas ellas han encontrado la manera de ampliar su público a través de los propios canales del género, muy robustos, y de las redes sociales. Megan Maxwell, que sigue actuando como su propia community manager, manejando ella misma sus redes, construyó su difusión a partir de su web. “Cuando publiqué Pídeme lo que quieras, mi primera novela erótica, recibí 300.000 visitas en un día en mi web. Pensaba que era un error, pero enseguida vi que no”, confiesa. En sus inicios, hace una década, le funcionaron bien los foros especializados en romántica. Ahora, las booktokers, youtubers e instagrammers que trabajan en ese segmento, en el que son importantes los encuentros físicos. Elísabet Benavent y Alice Kellen también han visto crecer sus seguidores en redes a medida que vendían libros por miles y que llegaban las adaptaciones audiovisuales. Benavent tiene ahora cuatro proyectos en marcha con Netflix.
El Premio Planeta, que sí sigue recibiendo una enorme atención mediática y ha ido pasando por distintas etapas (premiar a autores-marca muy consagrados y de prestigio literario, adoptar nombre mediáticos), también ha servido en años recientes para llevar al primer plano mediático a esos autores que vendían mucho, pero no eran nombres conocidos en sí mismos, refrendando así fenómenos editoriales que ya estaban en marcha. “Cuando preparamos la gira, ya avisamos a los autores de que a partir de ese momento les va a conocer hasta su carnicera”, explica Gulías. La actual ganadora, Luz Gabás, inmersa ahora en ese tour promocional del que habla su editora, ya tuvo uno de esos pelotazos con su novela Palmeras en la nieve, que publicó estando muy lejos de los circuitos editoriales, cuando era alcaldesa de Benasque por el PP, pero ella no cree haberse sentido peor tratada por los medios por escribir novela histórica o por tener un gran éxito comercial. “Cuando publiqué la novela, yo no conocía el funcionamiento del mundo editorial ni sabía el recorrido que tendría la novela. Recuerdo la emoción al leer artículos largos sobre ella en periódicos importantes nacionales”. Gabás destaca también el papel de los muchos encuentros de novela histórica, otro género que tiene sus propios canales de difusión al margen de los medios generalistas.
Javier Aparicio Maydeu, crítico y profesor que conoce el sector desde casi todos los ángulos (fue agente con Carmen Balcells y dirige el Máster de Edición en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona), tampoco cree en la teoría de la carretera paralela, en la que lo literario y lo comercial nunca se encuentran. “En muchos casos, la literatura de verdadera calidad y la venta masiva no son en absoluto contradictorios. Hay autores de excelente literatura y grandes ventas, autores de referencia, pero de mercado más exclusivo y también el autor-marca, secuestrado casi siempre por su propio estilo y modus operandi”.
Domingo Ródenas de Moya, crítico en Babelia e historiador de la literatura, va más allá: si los fenómenos literarios no aparecen en los suplementos es porque no deben aparecer. “Estarían incumpliendo su misión orientadora. Si alguien encuentra ahí una novela de Elísabet Benavent, podría pensar que es literatura y a mi modo de ver, no lo es. Esos libros se deben atender en las páginas de los periódicos como lo que son, fenómenos de sociología cultural”. El crítico distingue lo que llama la “escritura amateur” de otras dos categorías que sí entrarían en el ámbito literario: la ficción ambiciosa y la más formularia o de género, en la que incluye a autores como María Dueñas, Ildefonso Falcones y Arturo Pérez Reverte. El asunto es complejo, pero todo indica que los caminos paralelos por los que circula el mundo del libro seguirán sin cruzarse.
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