jueves, 30 de mayo de 2019

Haruki Murakami / Kafka en la orilla / Reseña


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Haruki Murakami
KAFKA EN LA ORILLA
Kafka Tamura se va de casa el día en que cumple quince años. Le llevan a ello las malas relaciones con su padre -un famoso escultor convencido de que su hijo repetirá el aciago sino de Edipo- y el vacío producido por la ausencia de su madre; se dirigirá al sur del país, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca y conocerá a la misteriosa señora Saeki. Sus pasos se cruzan con los de otro personaje, Satoru Nakata, sobre quien se ha abatido la tragedia: de niño, durante la segunda guerra mundial.
En una excursión escolar por el bosque, él y sus compañeros cayeron en coma; pero sólo Nakata salió con secuelas, sumido en una especie de olvido de sí, con dificultades para expresarse y comunicarse… salvo con los gatos. A los sesenta años, pobre y solitario, abandona Tokio  tras un oscuro incidente y emprende un viaje que le llevará a la biblioteca de Takamatsu.
Todo lo que el argumento de la novela tiene de desfachatado, su estructura lo tiene de riguroso. En capítulos alternados con la terquedad de un metrónomo, la novela cuenta dos historias que nunca se cruzan, y que sin embargo –y éste es uno de los grandes temas del libro– se comunican de maneras inconscientes. Los capítulos impares cuentan la historia de Kafka Tamura, un adolescente que, el día de su decimoquinto cumpleaños, decide fugarse de casa sin otra carga que un morral y sin otra compañía que la voz de un chico llamado Cuervo, especie de alter ego entre filosófico y déspota; el adolescente se ha dado a sí mismo el nombre que lleva, y ese bautizo tiene que ver con la convicción de que Kafka quiere decir “cuervo” en checo; y entendemos de alguna manera que las razones de la huida tienen que ver con una maldición que le ha lanzado su padre, según la cual Kafka repetirá el destino de Edipo, dando muerte a ese mismo padre y acostándose con su madre. Los capítulos pares, por su parte, se ocupan de Satoru Nakata, un sesentón que, durante una excursión infantil a recoger setas, fue víctima de un coma colectivo que en la novela permanece inexplicado; al despertar, Nakata es el único de los afectados que ha perdido la capacidad de leer y la inteligencia en general, pero a cambio ha recibido el misterioso don de hablar con los gatos; y cierto día, mientras busca un gato perdido, Nakata se topa con Johnny Walker, personaje cruel que ha abandonado las etiquetas del whisky para dedicarse a matar gatos, comerse sus corazones y coleccionar sus almas. Nakata, que se ha encariñado con los gatos después de tantos años de conversar con ellos, no soporta semejante espectáculo, asesina a Johnny Walker de varias puñaladas en el pecho y se ve obligado por lo tanto a huir de la ciudad. El hombre asesinado por Nakata resulta ser el padre de Kafka Tamura, y esa circunstancia se convierte pronto en el motor de ambas huidas y en el vínculo de ambas historias.
Pero el vínculo es –aquí viene una palabra que es importante en Kafka en la orilla– metafórico. “El mundo es una metáfora”, dice un personaje; y la aclaración, en esta novela, es casi una redundancia o una perogrullada. Una noche, Kafka pierde el sentido, y al despertarse está empapado en sangre; después de matar a Johnny Walker, en cambio, Nakata nota con sorpresa que no hay rastros de sangre en su ropa. Mientras asistimos al lento cumplimiento de la profecía sobre Kafka Tamura, la novela no deja de recordarnos que ese cumplimiento es metafórico.



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