Triunfo Arciniegas Cúcuta, 13 de diciembre de 2018 Foto de René Arciniegas |
EL PISINGO Y OTRAS DICHAS
Encontré otra definición de malparidez, y perdonen la franqueza: no poder mear sin la ayuda de otro.
Peor que el dolor, peor que el papeleo y los enredos burocráticos o el desangre económico que implican las enfermedades o los accidentes, es la dependencia de los demás. Uno queda tendido en una cama hasta que alguien hace la caridad de transportarlo al hospital, o tirado una azotea o una acera o a la orilla de la carretera, preguntándose qué le ha sucedido a su cuerpo, qué tan grave es la cosa y cómo hará para salir de semejante trance, agonizará como un personaje de Horacio Quiroga en la más absoluta soledad o alcanzará la orilla de la salvación, hasta que sucede el milagro y alguien le presta los primeros auxilios. Alguien inmoviliza una pierna o cierra una herida, uno amarra aquí y otro allá, y entre todos bajan al hombre en desgracia a la calle o lo suben a la carretera. El hombre apenas entiende. Sabe que el tiempo juega en su contra pero que al menos alguien apareció.
El calvario apenas comienza. ¿Tiene seguro? ¿Tiene influencias o al menos personas que lo orienten en este mar de confusiones? ¿Tiene suficiente dinero para no dejarse morir? El hombre en desgracia tiene que haberse quebrado una pata en una vida anterior para saber qué debe hacer en esta.
Cuando mi madre murió, y por la intensidad de este dolor que mantiene intacto el filo de sus garras parece que hubiera sido ayer mismo, entramos con el cajón hasta el fondo de la iglesia, y el sacristán dijo que debíamos devolverlo a la puerta y luego hacer la entrada de acuerdo a cierto ritual que me pareció absurdo y sobre todo innecesario. El cajón ya estaba dentro y no nos íbamos a poner a jugar a los muertitos. Le expliqué al hombre que de esas ceremonias no sabíamos nada y que el cajón se quedaba ahí, y punto. "Es la primera vez que mi mamá se muere", le aclaré, furioso.
La pregunta eterna es qué hacer. Nadie ensaya sus desgracias. El masoquismo de nadie llega hasta ese punto. Y ahora que lo pienso, deberíamos intentarlo no más por acumular experiencia y para que a la hora de la verdad no nos vaya tan mal.
Parece que el mundo de los funcionarios se especializa en enredar las cosas. Parece que se hubiera convencido de que entre más enredado sea un trámite más interesante se ve. Se le denomina burocracia.
Es decir, a un lado está el pobre paciente preguntándose qué hacer y al otro están los funcionarios empeñados en que nunca encuentre las respuestas.
Por ahora, y por siempre, no tenga la menor duda: el Estado lo dejará morir. El Estado, que lo ha jodido toda su vida, no tiene madre.
Diría que las peleas son dos: su propia e íntima pelea con su cuerpo para salir del trance y la pelea práctica de los procedimientos. ¿Es el lugar adecuado para sus males? ¿O, como su plata en el banco, está en el lugar equivocado? ¿Es la medicina correcta o lo están arreglando con Ibuprofeno? ¿Le niegan la cirugía que salvará su vida y el carísimo medicamento que aliviará sus males? Perdón pero no me extraña: estamos en el País del Desangrado Corazón. Se muere mal. No más por joder, pregúntese una cosita. ¿A sumercé le llegó la hora definitivamente y no hay nada que hacer o se va a morir porque no tiene plata? En el primer caso, ni modo, fue un placer conocernos. Todos nos petateamos. En el segundo, malparida sea su vida. Y la vida, porque en la misma barca navegamos.
Usted está tendido en una cama y la pelea la tienen que hacer los otros. Sus seres queridos. Y más le vale que los tenga, carajo, porque si no, se jodió. Así son las cosas. Y ellos, pobres, tienen que suspender sus asuntos para pelear por usted.
Tendrán que auxiliarlo hasta en las más humildes tareas de la vida cotidiana: ir al baño, beber un vaso de agua, cambiarse de ropa, mover una pierna. El pisingo alivia la malparidez y, como hombres, el uso nos queda fácil, pero alguien debe vaciarlo y lavarlo. Las situaciones son innumerables y a menudo vergonzosas. Medio mundo lo verá en pelota y usted tendrá que hacerse el pendejo, como si nada, al fin y al cabo, así llegó a esta tierra de nadie. Anoche mismo, saliendo de una juguetería y camino a la silla de ruedas, abrazado a dos hombres como un pinche borracho, se me cayó la pantaloneta y todo mundo se cagó de risa viendo lo que no debía. ¿Qué hice? Reírme, hacerme el pendejo, cosa que no me resulta difícil.
Vergüenzas aparte, se lucha contra el dolor, por superar el percance y, sobre todo, por alcanzar cierto grado de independencia que permita aliviar el trabajo de los demás. Para que los otros sigan sus propias vidas.
Hace tres o cuatro días hice mi primer café y lo celebré como si acabara de publicar un libro.
El otro día bajé de culo las escaleras y le pedí a Alejandra que me alcanzara la silla de ruedas porque nos íbamos de paseo. Llegamos hasta la esquina. ¿Qué bestias diseñan y construyen estas miserables calles? Teníamos que atravesar una calle que viene de la montaña y, aparte del desnivel que forma al cruzarse con la otra, debíamos salvar o saltar el reductor de velocidad o, como le decimos en Colombia, el policía acostado (¿servirán para otra cosa los policías?), de una altura que casi se confunde con una pared. ¿Reductores de velocidad en pinches calles llenas de huecos? ¿Quién demonios va a correr en una calle así? ¿Es preciso que sean tan altos? La apoteosis de la estupidez la vi la otra vez en un callejón ciego con tres reductores. Se desanima hasta el suicida que quiera estrellarse contra el paredón del fondo.
Hasta ahí llegó la aventura, hasta la esquina: un miserable paseo de media cuadra. Le dije a mi hija: Aleja, regresémonos porque aquí me voy de jeta.
Las calles de nuestras ciudades no están diseñadas para la gente y mucho menos para un infeliz en muletas o en silla de ruedas.
¿Este es el país más feliz del mundo, como dicen por ahí? Por supuesto que no. García Márquez, a quien admiro y leo con fervor desde niño, dijo que Colombia es el mejor vividero del mundo. Pero en Colombia el escritor se movilizaba con guardaespaldas y en un vehículo blindado. Si una granada o una ráfaga de ametrelladora nos puede despedazar en cualquier calle, si nos secuestran así como así, como si nada, no estamos en ningún vividero. Si tenemos esta clase política tan ladrona y descarada, tan cínica, no estamos en ningún vividero. Si en el país pululuan guerrilleros, paracos y otras bestias de la delincuencia, no estamos en ningún vividero.
Así las cosas, así el país. Y como dijo el infame político elegido por los narcos como presidente de la república, "aquí estoy y aquí me quedo", el mismo que después dijo: "Sólo quería ser expresidente". O como dijo ese otro cínico que gobierna en Venezuela, asombrado porque millones de personas se van al exilio, asqueados por el socialismo del siglo XXI, "yo no me iría".
Así las cosas, así el país. Y como dijo el infame político elegido por los narcos como presidente de la república, "aquí estoy y aquí me quedo", el mismo que después dijo: "Sólo quería ser expresidente". O como dijo ese otro cínico que gobierna en Venezuela, asombrado porque millones de personas se van al exilio, asqueados por el socialismo del siglo XXI, "yo no me iría".
De todas maneras, antes de que pierda el hilo de estos días aciagos y en esta tenaz búsqueda de la independencia, hemos salido de compras. René no solo maneja la Bronco sino que manipula la silla y me ayuda a acomodarme. He adecuado el segundo piso de mi casa en Cuatrovientos de tal manera que no haya necesidad de bajar nunca a la cocina. Por suerte, tengo un baño a la mano. Conseguí una tetera, la cafetera, el horno microondas, un mini bar, otro ventilador. Ya teníamos un prodigioso mueble de madera que se transforma en sillón o comedor según nuestro antojo. Uno solo tiene que decirle: Transfórmese, Sésamo. Ya puedo prepararme la cena y el desayuno. Queda pendiente una cocinita eléctrica para freír unos huevos o preparar un arroz elemental.
Mientras estaba tirado en la cama y no podía mover ni un centímetro la pierna fracturada, René hizo las compras urgentes: las muletas, el caminador, la silla de ruedas, el bendito pisingo.
René me trae el almuerzo, entre uno y otro de sus trabajos. Es profesor y trabaja en cuatro partes distintas para redondear un salario que cubra sus necesidades, así de mal se paga su profesión en el País del Desangrado Corazón. Señores, perdonen la obviedad: acá no sólo se muere mal. Se vive mal. Y, por supuesto, no es el país más feliz del mundo.
Mientras estaba tirado en la cama y no podía mover ni un centímetro la pierna fracturada, René hizo las compras urgentes: las muletas, el caminador, la silla de ruedas, el bendito pisingo.
René me trae el almuerzo, entre uno y otro de sus trabajos. Es profesor y trabaja en cuatro partes distintas para redondear un salario que cubra sus necesidades, así de mal se paga su profesión en el País del Desangrado Corazón. Señores, perdonen la obviedad: acá no sólo se muere mal. Se vive mal. Y, por supuesto, no es el país más feliz del mundo.
Han sido duras estas salidas. La ciudad está congestionada por el delirio decembrino, por los inmigrantes y sus necesidades, por la habitual y legendaria inseguridad, por el calor y el tránsito.
El lío no es solamente el deterioro y el diseño de las calles, que en algunos trechos parecen caminos de herradura y que hacen vibrar la silla de ruedas con más entusiasmo que un sillón de masajes. El lío es la gente, además. Sobre todo, la gente, la verdad sea dicha. Algunos brindan su generosa ayuda y facilitan la cosa, bendita sea su compasión, pero los otros, ay, madre.
A los conductores, al menos en Colombia, les vale huevo el peatón. Conductores descarados, idiotizados por el celular y el galopante acelere de la ciudad. No hay el mínimo respeto por los viejos. No hay respeto. Uno tropieza hasta con policías que trepan sus motos a las aceras, se desplazan en contravía y sólo viven con el propósito de imponer multas y hacer dinero como sea. Diciembre los vuelve como perros hambrientos. Sé que exagero, pero estamos en tierra de nadie, en la frontera. Las motos se multiplicaron como el hambre y a los motociclistas ni siquiera una silla de ruedas los hace disminuir el paso. Parece que todos llevarán una meada embolatada.
Uno al menos tiene su pisingo.
Amén y bendita sea la vida, glorioso esplendor.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTe entiendo, en Bogotá es la misma vaina. Se suman, y con esto me ganaré el infierno, toca mirar para los lados a ver si nadie te oye: los ciclistas. Ellos son los reyes de las calles, tienen prioridades y eso los ha vuelto anárquicos. Cuando llegué a esta ciudad no podía entender como un ciclista podía tener prioridad ante un peatón, pero así es... Si usted es de los peatones que le enseñaron a ver la calle en el sentido que indica la flecha o a esperar que cambie el semáforo a su favor para cruzar, prevéngase porque, seguramente, al intentar cruzar será arrollado por el ciclista que viene en sentido contrario y sin la menor compasión le dírá: "qué pena veci" y lo dejará allí tirado
ResponderEliminaren bogota es peor mujer, el lo sabe pues alla paso mucho tiempo, todos los que hemos vivido alla lo sabemos, de verdad q lo de 2600 mts cerca de las estrella aplica por que uno corre riezgo de retiro involuntario cada vez que se sube a un bus, camina de noche por la calle, se sube a un taxi, o sencillamente le cae mal a alguien sin escrupulos. No se le ocurra mostrar el celular, nio quedarse dormido en el transmilenio, es mas no se le ocurra ni pedir un tinto en el terminal de transportes sin preguntar antes el precio por que puede resultar mas caro que comida gourmet. En todo caso la ensenanza que tdos debemos recordar es que la familia es lo unico que vale la pena en la vida,,por eso no hay que ser mierdas, es mejr que lo quieran a uno por ser buena gente que por los solos lazos de sangre. Tratemos bien a la madre de nuestros hijos,demosle carino y nos solo cosas materiales,,y si nohay mcuha cosa material al menos carino; con los hijos igual ayudarles a ser grandes no solo a punta de sopa y arroz sino educandolos para ser seres pensantes con grandes aspiranciones (matar en ellos la oveja resignada y derrotista que llevan los mayoria de colombianos en la mente), y quererlos no solo con actos sino con palabras que no somos cavernicolas (a la mierda con eso de que si le proveo es por que le amo, que por no parecer blandenges somos ogros). Y yo tambien me perdi por que los pensamientos no llegan como el agua potable por entre un tuvo sino como la lluvia de tormenta por todo lado, y a todo ritmo.
EliminarComo siempre, profundas, entretenidas y con un sarcasmo que divierte pero siempre me llevan a la reflexión esas palabras, en nuestro país que nunca fue el sagrado siempre el desangrado corazón, un abrazo y pronta recuperación
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