TÍO COYOTE Y EL HUESO DE CABRA
El rabipelado y el coyote se encontraron en
el bosque. El rabipelado estaba contento porque la suerte por fin le sonreía,
pero el coyote llevaba casi una semana sin comer y se veía bastante mal.
–Ya
se te asoman los huesos, Tío Coyote –dijo el rabipelado–. Con esa pinta nunca
vas a conseguir novia.
–Tío
Rabipelado, me pondré bien apenas coma –dijo el coyote–. Pero tú seguirás con
ese rabo pelado aunque te comas un elefante. Eres el bicho más feo del
universo.
–Con
este rabo pelado, Tío Coyote, tengo más suerte que tú.
–Algún
día serás mi cena, Tío Rabipelado, aunque después vomite.
–No
me amenaces, Tío Coyote, y cuida tus pelos.
–¿Quién
se atreverá a tocarme un pelo? –dijo el coyote–. Aún no ha nacido el triste
rabipelado que me haga temblar.
–Puede
que no, puede sí –dijo el rabipelao-. Sé que el hambre te hace decir cosas, Tío
Coyote. No soy rencoroso. Más abajo, a la orilla del río, encontrarás lo que
dejé de una cabra.
–Gracias,
pero no quiero las sobras de nadie –dijo el coyote.
Y
se fue.
–Orgulloso
y muerto de hambre –suspiró el rabipelado.
Le
chillaban las tripas al pobre coyote.
Miró
a todas partes y no vio al rabipelado.
Se
acercó al río y encontró el esqueleto de una cabra. Los huesos estaban más
pelados que el propio rabo del rabipelado. El coyote maldijo al rabipelado, pero
se llevó un hueso a su cueva. Se preparó una sopa, se la comió toda y se
durmió.
De
pronto oyó un berrido espantoso:
–Beee,
beee, vengo por mi hueso.
El
coyote despertó como si lo hubiera tocado un rayo.
–Beee,
beee, vengo por mi hueso.
El
coyote, muerto del susto, sacó el hueso de la olla y lo arrojó a la oscuridad.
–Beee,
beee, le robaste la sustancia a mi hueso.
–Perdóname
–gritó el coyote.
–Beee,
beee, con eso no basta.
–¿Qué
quieres? –preguntó el coyote.
–Beee,
beee, quiero tus pelos.
El
coyote se arrancó unos pelos y los arrojó a la oscuridad.
–Beee,
beee, quiero más pelos.
El
coyote arrojó más pelos.
–Beee,
beee, más pelos.
El
coyote arrojó el resto de sus pelos.
-Ya
no me quedan más pelos –dijo el coyote, adolorido.
–Beee,
beee, quiero que mañana me lleves flores y me pidas perdón.
Al
otro día, todo pelado y tembloroso, el coyote recogió flores y buscó el
esqueleto de la cabra. Hacía frío y lloviznaba.
–Perdón
–dijo el coyote junto a los huesos.
De
pronto, de la espesura salió una risa.
Era
el rabipelado.
–Beee
beee –gritó.
Triunfo Arciniegas
Cuando el mundo era asi
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