Ricardo Piglia, 2000. Foto de DANIEL MORDZINSKI |
Ricardo Piglia
“Ya no puedo escribir”
Tras 'Años de formación', libro del año en Babelia, llega la segunda parte de una trilogía a la que Piglia se aferra con fuerza. Impedido por la ELA, el autor dicta su obra
19 AGO 2016 - 06:08 COT
¿Nos explican los recuerdos? ¿Nos inauguran de algún modo cada vez que los desovillamos? Un niño de tres años corre a la biblioteca, toma un libro y se sienta en la puerta de la calle con el volumen abierto sobre las rodillas. Juega a leer, como lo hace su abuelo Emilio, hasta que un adulto le indica que el texto está al revés. Con esa imagen, que adelanta dos claves de la literatura de Ricardo Piglia (la recreación de la cantera de historias familiares y la voracidad por querer entender), inicia su relato Emilio Renzi, alter ego del escritor argentino, en Años de formación, elegido como libro del año en 2015 por Babelia.
Ese volumen, primero de los tres que integran Los diarios de Emilio Renzi, definido por Piglia como su “autobiografía futura”, narró la década de 1957-1967 y es seguido ahora por el flamante Los años felices, que cuenta los siete que van entre 1968 y 1975. Una segunda parte que incluye la clandestinidad del protagonista, huyendo de las fuerzas de seguridad que recorren Buenos Aires en busca de militantes de izquierda, y una intensa “circulación erótica”. Sobre aquel tiempo declara el escritor por correo electrónico: “Estaba levemente demente en esos años y ese estadio y alteración de todos los sentidos, era el signo de una época vertiginosa y feliz en la que todo parecía posible”. El tercer libro, Un día en la vida, abordará sus últimos meses como profesor de literatura latinoamericana en Princeton y su regreso a Argentina hasta 2015.
Si Piglia nunca negó que Renzi (un personaje que lo acompaña desde los cuentos de La invasión, de 1967, y a quien le prestó su segundo nombre y su segundo apellido) encarna en las ficciones algunas de las vidas posibles que él dejó pasar (la del periodismo, por ejemplo), Los diarios… redoblan la apuesta, “usando el género y su verdad para hacer una ficción imperceptible”. La trilogía se construye a partir de la transcripción y edición del diario íntimo que el escritor comenzó en 1957, siendo adolescente. Suponen así la elocuente culminación y el legado de un proyecto literario multipremiado, definido por la diversidad de géneros, el entrecruzamiento de vida y literatura y la noción de experiencia, entendida como “lo vivido más su sentido”.
Narrador, editor, crítico y docente universitario, Piglia forjó una obra “entre la cultura popular y la tradición más exigente”, como destacaron los jurados que le concedieron el Premio Formentor 2015. Ese corpus, devenido clásico del idioma, incluye ensayos, clases, prólogos, guiones televisivos, además de sus trabajos a cuatro manos con músicos, cineastas y artistas plásticos. Es imprescindible para entender la literatura argentina, su canon, vanguardias y debates, desde la publicación de su primera novela, Respiración artificial (1980), que en pleno gobierno militar usaba la dictadura decimonónica de Rosas como símbolo para preguntarse cómo contar el horror.
En Los diarios…, que se alimentan de casi seis décadas de papeles privados, el tema es la educación sentimental de un intelectual. “¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor?”, se pregunta Renzi. En busca de la respuesta, Piglia le entrega al personaje su propia memoria, sus lecturas y las reflexiones que éstas despiertan, su devoción por las pelirrojas e incluso una enfermedad que no nombra (esclerosis lateral amiotrófica) y que tiene a Renzi (a Piglia) “un poco embromado” desde 2014 y que lo obliga a empezar a dictar los diarios a Luisa, su asistente, cuando ya no puede transcribirlos solo.
El gesto de publicar el diario como el de Emilio Renzi rondaba a Piglia desde hacía tiempo, cuenta ante la cámara el autor en el documental 327 cuadernos (2015), que Andrés Di Tella comenzó a filmar cuando el escritor decidió volver a Argentina y empezar a trabajar en la relectura de esos originales. El diagnóstico de ELA los sorprendió en medio de la filmación y convirtió la idea de editar los diarios en una empresa contra reloj. Trágica y bella (“ya no puedo escribir”, testimonia su letra en una de las páginas de los cuadernos), la película acompaña ese proceso, convirtiéndose en “el diario de la lectura de un diario”.
Cuando comienza Los años felices, Renzi ya ha publicado un libro de cuentos y su formación en historia lo lleva a preguntarse por los momentos en que la vida personal es interceptada por la política. Lo apunta todo en su diario (el de Piglia), laboratorio de experimentos y bitácora de vivencias. Dónde más.
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