miércoles, 28 de agosto de 2013

El delito de las semillas en el País del Desangrado Corazón




EL DELITO DE LAS SEMILAS
EN EL PAIS DEL DESANGRADO CORAZÓN

Bogotá, Colombia, 12 Ago 2013 - 10:11 pm

Tener una semilla es un delito: la nueva dictadura alimentaria

Por: Dharmadeva

Hace ya décadas estaba pronosticado que llegaría el momento en que tener una semilla sería un crimen. Parecía ciencia ficción imaginar que un campesino no podría guardar semillas para la próxima cosecha, como lo había venido haciendo por milenios. Sin embargo, es un hecho.

Después de la firma del TLC con los Estados Unidos y de la expedición de normas como la Resolución 970 del ICA, la Policía Nacional, siguiendo las instrucciones de los funcionarios del ramo azuzados por las multinacionales dueñas de las semillas, ha comenzado a maltratar a campesinos y agricultores, a arrojar toneladas de comida al basurero y a penalizar a quienes no sirvan los intereses de los nuevos dictadores de la alimentación. El documental de Victoria Solano en youtube, que me impulsó a escribir esta columna, es una denuncia aterradora. Si el campesino enfrenta el monopolio de las corporaciones y guarda sus semillas «patentadas», se va para la cárcel o paga enormes multas. Estamos en las manos de las multinacionales y de lo que quieran meternos a la boca, a los precios que quieran.
Nuestros dirigentes, ciegos codiciosos, optaron por proteger una docena de semillas extranjeras genéticamente modificadas antes que proteger el patrimonio de miles de semillas que habían sido descubiertas o adaptadas y amadas por siglos en América. Y nunca les contaron a los campesinos que esto les sucedería a menos de un año de la firma del TLC, ni los prepararon para la catástrofe.
Y después pretendemos que haya paz en un país que deja a sus cultivadores en la inopia. Un exembajador con rabo de paja se atreve a decir que «Hay actores que sueñan con una Colombia sujeta a un modelo económico arcaico que impondría restricciones que limitarían severamente el desarrollo agropecuario». Ese modelo “arcaico”, sin embargo, ha logrado en la historia de la agricultura cientos de miles de semillas que los neoliberales querrían convertir en tres o cuatro: maíz de los matones de Monsanto, arroz, algodón y soya de Syngenta o Dupont. Con estas simientes y sus inseparables agrotóxicos, quisieran sembrar sus tierras de la altillanura, como le está pasando a la «República Unida de la Soja» en el Cono Sur. Nunca la humanidad había arrojado al agua y a las tierras tantos venenos juntos, ni deforestado así las selvas en nombre del “desarrollo agropecuario”.
Y esta sacrílega manera de patentar la vida se escuda en la mentira que nos venden de la seguridad alimentaria. Los medios se encargan de seguir diciendo que las nuevas semillas «mejoradas» dan más rendimiento y podrán alimentar a la creciente población del mundo. Pero estudiando la revolución verde vemos que la aseveración es falsa y hay granjas de agroecología que demuestran que rinden más las semillas colectivas logradas a pulso por los conocedores de la tierra y sus frutos en milenios de trabajo con la tierra, que las semillas privadas de los nuevos dictadores. ¡Hay que pelear de nuevo por las semillas libres!

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    "Es mejor ser vaca en la Unión Europea que 
    campesino colombiano, porque recibe más plata del
     Estado una vaca en esos países que un campesino 
    en Colombia"

    Jorge Robledo




    Si usted fuera campesino...

    Por Daniel Samper Pizano
    Bogotá, 24 de agosto de 2013


    Daniel Samper Pizano

    El campo colombiano está agobiado por la pobreza, la violencia, la injusticia social y el TLC: nadie debe sorprenderse de que se rebele.

    No me extraña que los campesinos salgan a las carreteras a protestar. Lo que me sorprende, dadas las deplorables condiciones del campo colombiano, es que no lo hayan hecho antes. Rechazo alevosías como bloquear caminos y quemar vehículos, que perjudican sobre todo a otros campesinos y les impiden transportar y vender sus productos. Pero reconozcamos que los medios de comunicación enseñamos a los ciudadanos que solo hay cubrimiento periodístico cuando estalla un bochinche, y las autoridades, a su turno, solo se inquietan cuando aparece el bochinche en la prensa. La posibilidad de que salga en las noticias una reunión rural muy importante pero sosegada es mínima, al contrario de lo que logran unas buenas llamaradas o algunas vías obstruidas.
    La democracia se inventó, entre otras cosas, para que la gente pudiera protestar libre y pacíficamente. Protestan los súbditos árabes, los gays rusos, los estudiantes chilenos, las chicas de pecho al aire y los trabajadores europeos, y los llamamos “indignados”. Pero si lo hacen los labriegos o los pequeños empresarios agrícolas colombianos (que sostienen a 9 millones de personas), se convierten en “subversivos”. Para ellos están reservados el despojo sin derecho a queja, el desplazamiento en silencio, la resignación secular... O, en el extremo de la desesperación, la errada vía de las armas. Celebremos que –descontados desmanes condenables– esta vez nuestros cultivadores se rebelen y se hagan sentir.
    ¿Y cómo no rebelarse ante el estado del campo colombiano, agobiado por la violencia, el despojo, la injusticia, el abandono? Según reciente estudio (Balcázar y Rodríguez), “los índices de concentración de la tierra en Colombia son de los más elevados del mundo”: el 70 por ciento de los predios son dueños del 6 por ciento de la tierra y solo el 1 por ciento tiene el 43 por ciento.
    Es vergonzosa la historia de algunos programas oficiales de fomento agrícola de los últimos años. El de Carimagua, que debía destinar 17.000 hectáreas a campesinos desplazados, terminó en manos de Corpoíca, Incoder y el Ejército. Buena parte del botín en subsidios del plan Agro Ingreso Seguro fue al bolsillo de plutócratas costeños y amigos políticos del pasado gobierno. El reciente plan de titulación de baldíos en el Catatumbo cayó en poder de poderosas empresas.
    Dos de cada tres trabajadores ganan menos de un salario mínimo. Buena parte de los créditos se destinan a los más adinerados. Según el economista Aurelio Suárez, los fertilizantes de venta en Colombia figuran entre los más caros del planeta. La mitad de las calorías y proteínas de cereal que consume el país vienen del exterior. En el primer año del TLC se dispararon las importaciones agrícolas: la soya subió 467 por ciento, los lácteos, 214, la carne de cerdo, 66, el trigo, 15…

    Fedesarrollo señala que en los últimos años bajó la pobreza en el país, salvo en el área rural, donde aumentó la indigencia y persiste en forma alarmante la miseria. Por eso protestan los campesinos. Si usted fuera campesino, seguramente también estaría gritando en una carretera.

    26 agosto 2013

    La semilla patentada 

    de la indignación

    Por Jorge Gómez Pinilla

    Bogotá, 26 de agosto de 2013

    Es el momento en que los colombianos más 

    deberíamos solidarizarnos con nuestro presidente, 

    especialmente en su meta de aclimatar la paz, 

    pero él no deja.

      
    La frase pronunciada por el presidente Juan Manuel Santos este domingo 25 de agosto, según la cual “ese tal paro nacional agrario no existe”, le dio la razón a Antonio Navarro Wolff cuando el día anterior había dicho: “veo al gobierno confundido, presionado por la situación social que está viviendo el país. 
    Confundido, sí, pues uno no se explica cómo la misma mañana en que dio la largada a la Caminata Nacional de la Solidaridad, el mandatario pudo haber usado palabras tan insolidarias con la situación por la que atraviesan los campesinos colombianos, en particular los de Boyacá. 
    Ellos, ante la avalancha de importaciones y la consecuente caída en los precios de la leche, la papa y demás vegetales que producen, ya sienten en carne propia el ímpetu arrasador de los TLC que Colombia suscribe a la topa tolondra con todo país que lo solicite, como la chica fácil del paseo.
    Lo preocupante es que el presidente en los últimos días ha usado un lenguaje cada vez más retador y esa autosuficiencia verbal no se compagina con la capacidad de manejo que hoy tiene de su gobernabilidad, sino todo lo contrario. De un tiempo para acá ha comenzado a hablar como el tigre antes sigiloso pero que de pronto se siente acorralado y en medio de la oscuridad lanza zarpazos a enemigos virtuales o reales, a lo que se le atraviese.
    Una especie de extraña incongruencia nos advierte que este es quizá el momento en que los colombianos más deberíamos estar siendo solidarios con nuestro presidente, sobre todo en su propósito de aclimatar la paz, pero él no deja. Al día siguiente de iniciado el paro ya había dicho que “no ha sido de la magnitud que se esperaba”, y es ahí donde no se entiende a qué le apuesta, pues sus palabras desconocen que las mayorías nacionales coinciden en la plena justificación de la protesta social, mientras Santos –que no es ningún angelito- adopta actitudes belicosas y provocadoras, que solo sirven para exaltar los ánimos de una gallera enardecida.
    Esto es similar a lo que ocurrió el viernes 23, cuando las Farc decidieron no levantarse sino retirarse de la mesa por unos días para “estudiar” lo de una eventual referendo a los acuerdos en día de elecciones (que sin querer queriendo soltó Roy Barreras delante de un micrófono). 
    El presidente juzgó el acto como “perfectamente legítimo y válido que lo estudien”, pero al día siguiente se despertó camorrero, hizo venir de La Habana a sus negociadores y anunció que “en este proceso el que decreta las pausas y pone las condiciones no son las Farc”.
    No sabemos si nuestro mandatario es consciente de hasta qué punto está alborotando el avispero en su empeño de imponer la autoridad y mostrarse en control de la situación, cuando lo único que ha conseguido es que todos se le vengan en gavilla. El aspecto más llamativo del golpe que sufrió su imagen debido al paro se manifestó con inusitada fuerza en las redes sociales, donde se convirtió en el rey de burlas de tirios y troyanos, que ahora desde la derecha lo bautizan “el cínico”, desde el centro lo pintan poniéndose “de ruana” a los campesinos, y desde la izquierda William Ospina lo define con acierto como el “Doctor sí, doctor no”.
    La enfermedad por la que hoy atraviesa Juan Manuel Santos se llama incoherencia y su consecuencia más inmediata es que con cada nueva bravuconada suya extiende y fortalece más la semilla de la indignación, cual si hubiera sido patentada por Monsanto, y cuyos intereses pareciera defender más que los de sus nacionales. 
    Incoherencia porque está sentado a la mesa de la paz con quienes ha combatido a muerte, pero ‘pordebajea’ como integrantes de un “paro pobre” a los colombianos de cincha y alpargatas que se atraviesan en la vía no para que les den plata, sino para forzar al gobierno a que aplique políticas y medidas agrarias que les permitan sobrevivir.
    Una realidad de a puño –y en esto el presidente tiene razón- es que el paro está siendo aprovechado por "infiltrados" que utilizan a los campesinos para "sembrar el miedo en el país". Pero esta vez no quiso hablar de guerrilleros porque los infiltrados son otros, son políticos de todas las tendencias que están pescando en el río revuelto de la indignación popular, desde el senador Jorge Robledo y el Partido del Tomate hasta las mismas camarillas uribistas que lucharon a brazo partido para lograr la aprobación del TLC con EE.UU., y así le pusieron el abono a la semilla de las protestas que hoy comienzan a florecer por todos los confines del territorio.

    Diríase entonces que Juan Manuel Santos se está quedando con el pecado pero sin el género, donde el género es el manejo de una situación política y social que pareciera salírsele de control por cuenta de un trato verbal pendenciero y arrogante hacia los protestantes, como de Luis XIV (“el Estado soy yo”); mientras el pecado radica en que la aplicación de sus políticas agrarias lo identifican con el “rufián de esquina” que, vaya paradoja, es quien más ventaja le está sacando a esa indignación que con sus propias y torcidas manos él mismo se encargó de engendrar y germinar.









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