domingo, 8 de junio de 2025

Triunfo Arciniegas / Los novios de mi mujer



Triunfo ArciniegasLOS NOVIOS

DE MI MUJER


Mi mujer se quedó preñada otra vez. Dice que es mío. Que esta vez es mío. Será creerle. De todas maneras ninguno de sus novios vendrá a reclamar nada. Van y vienen. Vienen a lo que vienen. Y no precisamente a contemplar el paisaje. Aunque no hemos tenido una guerra, la ciudad se ve como si nos hubieran bombardeado anoche. De los edificios que no se han derrumbado sólo queda el cascarón. Por dentro no hay nada.

Vivimos de los novios de mi mujer. Los noviazgos no duran mucho, pero los novios nunca faltan, gracias a Dios. La verdad, no sé si Dios tenga algo que ver. Creo que Dios nos abandonó. Todavía es bonita mi mujer, con esas tetas grandes y un culo de negra que madre mía. Y esos ojos verdes. Con esos ojos los hipnotiza. Mi mujer sabe para qué tiene lo que tiene.

Los atiende en los hoteles del centro. Cuando las cosas empeoran, los trae a casa y nos ganamos los pesos del alquiler. Una platica extra. Me llevo a los niños a la playa o nos entretenemos con un helado de chocolate en algún parque, y cuando volvemos a casa, hay mercado, una camisa nueva, un juguete.

Tengo camisas de sobra.

“Gretel dijo que nos van a vender”, patalea Hansel. No digo nada, la idea me sorprende. Le echo el ojo a Pulgarcito, que todavía no entiende las cosas y no nos va a extrañar. Es el que menos se me parece, rubio y rosado, como un príncipe. Los mocosos nos han salido de todos los colores, pero ninguno negro. Ninguno mío. Gretel tiene las pecas y el pelo rojo de Elsa. Somos un espectáculo cuando salimos todos. Una caja de lápices de todos los tamaños.

Antes pescaba. Ahora no se puede. Nos meten hasta siete años de cárcel por apropiarnos de los peces del Estado. Todo es del Estado. A Felipe Santacruz le metieron tres años por vender bananos y a José del Carmen dieciocho meses por atreverse a remendar zapatos. Así que no hay nada que hacer. Nos mata el aburrimiento. Algunos se suicidan. Otros enloquecen. Los Castiblanco se comieron al perro. Se emborracharon y lo asaron en el solar. El olor alertó a los vecinos y atrajo a la policía. 

Otros se lanzan al mar con el propósito de llegar a otro país y terminan devorados por los tiburones. Petra, la mujer de Felipe, jura que ese otro país no existe. 

Otros, resignados, vencidos, esperamos que Leonardo nos invite al billar de Agapito. Pasamos la tarde con dos o tres cervezas. Agapito nos tiene paciencia. Sabe que andamos jodidos. Leonardo Trespalacios es el único que puede invitar. Y muy de tarde en tarde porque tiene trabajo. Palacios, sólo en el apellido. Atiende a las señoras. Y a los señores. Nadie se lo reprocha. Todos andamos en el mismo cuento de la miseria. Si no es la mujer, es una hermana o su propia madre. Alguien debe sostener a la familia, al fin y al cabo. Y el Leonardo tiene con qué. Sería un galán de cine en otro país. Cuando no puede demorarse porque lo acosa algún compromiso, nos arroja un paquete de cigarrillos y nos vamos a quemar las horas en el malecón, donde llenamos con humo el vacío de adentro. Cascarones, casas saqueados. Eso somos. Nos agrietamos día tras día. El mar ruge, incansable, va y viene, como los novios de Elsa.

¿Cuántos años por comerse al perro? Los Castiblanco siguen presos. Los está matando el remordimiento. Ya casi no se ven perros en la calle. Ni gatos. Los loros desaparecieron hace rato. Hambre mata remordimientos. Por ahí circula el chiste del zoológico, donde primero pusieron el letrero que prohibía dar de comer a los animales. No conocí esos tiempos. Luego prohibieron comerse la comida de los animales. Al final el letrero decía: Prohibido comerse a los animales. Ya no hay. El único que queda es el marrano del compadre Eudoro, un animalote que no cabe en la migaja de casa. Huele horrible, por supuesto. El compadre dice que Lucerito es su única compañía. Casi lo matan la otra noche que se le entraron los ladrones. A mi compadre. El marrano se defendió a mordiscos. Por poco le arranca un brazo a uno de los malandros. 

La otra noche soñé que mi mujer daba a luz un montón de pájaros. Más contento que marrano estrenando lazo, le pedí prestada la jaula al compadre Eudoro y fui a venderlos al mercado. Qué mierda, había policías hasta detrás de las puertas y tuve que salir volando.

Todavía no se le nota la barriga. Los novios van a escasear en un par de meses. Mi mujer tendrá que hacer una pausa. Me dice que no me preocupe y de pronto pienso que me va a proponer que vendamos uno de los niños. ¿Hansel o Gretel? Con Pulgarcito la veo muy encariñada. Pero no. Confiesa que por ahí tiene unos ahorros. Que con la comadre Petra se va meter a contrabandear gasolina. Le pregunto por Felipe y Elsa dice que le dieron tanto palo en la cárcel que ni puede caminar. Y suelta la bomba: nos van a llegar unos pesos de un novio que se murió hace poco en Ostia y la incluyó en el testamento. 

Me acuerdo bien de ese novio, un italiano alto y flaco, un tal Alberto Moravia. Ya era viejo cuando llegó a la isla. Viejo, cojo y generoso. Una vez me lo encontré en el centro, cerca del malecón, y me invitó a una cerveza. Me miró a los ojos y me dijo: “Gracias”. No le pregunté por qué. Tal vez ya estaba enfermo y sabía que era su último viaje. Le regaló unas monedas a un vagabundo que intentaba vendernos unos ladrillos. Nos dimos la mano y nunca lo volví a ver. 

Ahora mi mujer dice que tendremos una parte de la herencia. “Ya no fui a Roma”, suspira. Le pregunto si tenía tantas ganas de ver al papa. “Tan pendejo”, responde. Y precisa que no vamos a volvernos ricos, pero que será un alivio.

Tal vez prospere el contrabando y Elsa no caiga presa. Ni Petra. Qué miedo, todo puede pasar. Lo más seguro es quién sabe. Todo el puto país es una incertidumbre. En fin, si el cuento de la herencia cuaja, hacemos un viaje a Pinar del Río. Hace siete largos años que mi mujer no ve a su madre. La pobre vieja, que apenas conoce a Gretel, ya no aguanta el trote de venir a visitarnos. Tantos males y tan pocos remedios. Además, como todos saben, para venir a la capital se necesita un permiso que cuesta un ojo de la cara. Y nunca lo dan por más de tres días. Así que la odisea nos toca a nosotros. Primero arreglaremos el techo de la casa y pintaremos las paredes. Con lo que sobre, y la sorpresa del recién nacido, de pronto hacemos el viaje. Si no sobra mucho, tal vez mi mujer me compre otra camisa. 

7 de junio de 2025


 

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