La Feria del Libro de Madrid homenajea a Mario Vargas Llosa: “Es ya un clásico que seguirá iluminando el mundo”
Escritores y lectores celebran una sesión de lectura para honrar la memoria del Premio Nobel hispanoperuano, fallecido el 13 de abril
“Aprendí a leer a los cinco años y es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”, decía una cita en la pantalla, al lado de la efigie de Mario Vargas Llosa. Ha sido la presencia que ha presidido el homenaje de la Feria del Libro de Madrid, este sábado, al premio Nobel hispanoperuano, fallecido el 13 de abril a los 89 años. Fuera del Pabellón Iberoamericano las masas lectoras discurrían ante las casetas bajo un intenso calor y hacían cola para conseguir una botella de agua.
El crítico Jordi Gracia (adjunto a la dirección de EL PAÍS) se fijó en la faceta ensayística de Vargas Llosa, a través de La orgía perpetua: “Un apasionado ensayo sobre Madame Bovary y Gustave Flaubert, que a Vargas le arrebató de forma compulsiva y que le hizo sumergirse en la vida privada tanto de Flaubert como de Bovary, como también en su propia vida”. El escritor Manuel Rivashizo referencia a la “mirada fértil y la mano sincera”, como se decía de los pintores de la escuela flamenca, para describir al Nobel y su forma de leer a sus contemporáneos. Y recordó una cita de Curzio Malaparte: “Los autores contemporáneos no se leen entre sí, se vigilan”. Según Rivas, no esa era la forma de leer del peruano.
Leyeron también Rosa Montero, Santiago Roncagliolo, Carlos Granés (que despertó la hilaridad con un fragmento donde Vargas Llosa habla de la relación de un rastafari con la marihuana), entre otros escritores, y algunas personas del público. O el actor Pedro Casablanc, que participó en Los cuentos de la peste, la obra teatral en la que el propio escritor actuaba, una recreación de los cuentos del Decamerón de Bocaccio. Una “incursión corsaria” en el mundo de la interpretación, en palabras de Pilar Reyes.

Claudia Piñeiro recordó una anécdota de cuando participó en el jurado del Premio Alfaguara que presidía Vargas Llosa y le llevó un ejemplar de bolsillo de Pantaleón y las visitadoras. El Nobel se sorprendió: era una edición rarísima que se había tenido que retirar de las librerías. La foto de la portada, donde salían unas mujeres, había sido comprada en un banco de imágenes. Pero había sido tomada sin permiso por el fotógrafo, lo que causó el estupor de las comparecientes cuando vieron su imagen, por lo que pidieron su retirada. “Ahora guardo el ejemplar con mucho cariño: primero, porque tiene una portada prohibida; segundo, porque está firmado por Mario Vargas Llosa”.
“Las novelas de Mario Vargas Llosa son monumentos del género, y su pensamiento está totalmente vivo”, concluyó Pilar Reyes, “es ya un clásico que podremos seguir visitando y seguirá iluminando el mundo”.
El crítico Jordi Gracia (adjunto a la dirección de EL PAÍS) se fijó en la faceta ensayística de Vargas Llosa, a través de La orgía perpetua: “Un apasionado ensayo sobre Madame Bovary y Gustave Flaubert, que a Vargas le arrebató de forma compulsiva y que le hizo sumergirse en la vida privada tanto de Flaubert como de Bovary, como también en su propia vida”. El escritor Manuel Rivashizo referencia a la “mirada fértil y la mano sincera”, como se decía de los pintores de la escuela flamenca, para describir al Nobel y su forma de leer a sus contemporáneos. Y recordó una cita de Curzio Malaparte: “Los autores contemporáneos no se leen entre sí, se vigilan”. Según Rivas, no esa era la forma de leer del peruano.
Leyeron también Rosa Montero, Santiago Roncagliolo, Carlos Granés (que despertó la hilaridad con un fragmento donde Vargas Llosa habla de la relación de un rastafari con la marihuana), entre otros escritores, y algunas personas del público. O el actor Pedro Casablanc, que participó en Los cuentos de la peste, la obra teatral en la que el propio escritor actuaba, una recreación de los cuentos del Decamerón de Bocaccio. Una “incursión corsaria” en el mundo de la interpretación, en palabras de Pilar Reyes.

Claudia Piñeiro recordó una anécdota de cuando participó en el jurado del Premio Alfaguara que presidía Vargas Llosa y le llevó un ejemplar de bolsillo de Pantaleón y las visitadoras. El Nobel se sorprendió: era una edición rarísima que se había tenido que retirar de las librerías. La foto de la portada, donde salían unas mujeres, había sido comprada en un banco de imágenes. Pero había sido tomada sin permiso por el fotógrafo, lo que causó el estupor de las comparecientes cuando vieron su imagen, por lo que pidieron su retirada. “Ahora guardo el ejemplar con mucho cariño: primero, porque tiene una portada prohibida; segundo, porque está firmado por Mario Vargas Llosa”.
“Las novelas de Mario Vargas Llosa son monumentos del género, y su pensamiento está totalmente vivo”, concluyó Pilar Reyes, “es ya un clásico que podremos seguir visitando y seguirá iluminando el mundo”.

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