La primera idea de Cigarra ocurrió durante una visita a Berlín alrededor del año 2005, aunque podría haber sido en cualquier ciudad y en cualquier momento, mientras miraba la imponente fachada gris de un edificio de oficinas salpicada con cientos de ventanas grises. En una de esas ventanas alguien había colocado una planta de flores rojas para que recibiera la luz del sol. Recuerdo haber bromeado con un amigo acerca de que quizá un gran insecto, una abeja o algo así, trabajaba en aquel cubículo. Era un pensamiento que recordaba cada vez que veía algo orgánico fuera de lugar en un ambiente estéril de espacios de oficinas corporativas: una maceta especialmente solitaria, el gato o el perro que un empleado ha llevado al trabajo, un gorrión perdido o, por supuesto, un insecto que intenta escapar por una ventana. Son observaciones interesantes, pero en sí mismas no son ideas para una historia. Una buena historia siempre necesita un segundo, tercero o incluso cuarto elemento que no tenga relación para dar ritmo, para encender la imaginación.
Este elemento llegó a mí al escuchar las cigarras fuera de la ventana de mi habitación y de encontrar sus carcasas vacías, la piel desechada de la larva, todavía colgadas de una valla alta de madera (en Melbourne hay cigarras grandes de color verde lima que pocas veces he visto en Perth, donde vivía antes). En otra parte vi un documental sobre el ciclo vital de las cigarras y sobre que pasan hasta 17 años en el subsuelo antes de salir a la superficie para avasallar a sus depredadores, reproducirse y morir en un glorioso y breve periodo de tiempo. Parecía una especie de concienciación elevada de la vida comprimida en un acto final muy corto. Este ciclo tan largo es extraño para los humanos, pero es interesante que nos parezca fascinante, como si al estar enterradas hubiera alguna metáfora sobre la mortalidad, la resistencia y, quizá, incluso el amor.
Arriba: cómic de A day in the life, 2011, y una escultura personal de Cicada officium, 2012. Mi interés en una cigarra con traje ha ido y venido durante la última década. |
Una tercera influencia más subconsciente puede haberse originado a partir de anécdotas de amigos, así como historias nuevas sobre la desilusión de los empleados de grandes corporaciones y otras empresas. Creo que aquí podría incluir a mi padre, que trabajó para una empresa de arquitectura en la que los largos años de trabajo y lealtad pasaron desapercibidos. Un amigo con una larga trayectoria en una de las mayores empresas tecnológicas se jubiló con un sentimiento agrio ante las décadas desperdiciadas de servicio y devoción en una empresa que, al final, no le apreciaba mucho. También me afectaron los informes terribles de una fábrica de tecnología en China que había instalado «redes de suicidio» alrededor de sus edificios para evitar que los empleados saltasen a la muerte. A veces las empresas mantienen la ilusión de tener principalmente intereses humanos (como el bienestar de trabajadores y clientes) pero esos intereses normalmente son secundarios a unos más abstractos y económicos.
El documental canadiense de 2003 Corporaciones. ¿Instituciones o psicópatas? presenta la visión interesante y cautivadora de las entidades corporativas como algo patológico en este sentido, un problema de cómo se definen legalmente y adquieren poder político, algo bastante deshonesto como se ve cuando estas instituciones se hunden. Siempre me ha interesado la forma en la que las estructuras sociales, políticas y económicas creadas originalmente para promover los intereses humanos pueden acabar deshumanizándose y siendo contraproducentes. Somos esclavizados fácilmente por los mismos sistemas ideados para trabajar para nosotros y quizá incluso afectados moralmente por su lógica errónea en la que facilitan el camino de los compromisos éticos haciendo que confundamos nuestros juicios de valor. Desde falsear previsiones hasta el acoso laboral, las estructuras institucionales a menudo facilitan un equilibrio resbaladizo de apatía moral y transgresión, cosas a las que todos tenemos inclinación como seres humanos.
El arte y la literatura también son influencias necesarias para cualquier historia, no importa lo corta que sea. La metamorfosis (1915) de Kafka, por supuesto. Solamente me di cuenta de los paralelismos con Gregor Samsa, el vendedor que se despierta un día como un bicho gigante, cuando ya llevaba un tiempo desarrollando mi propia historia, aunque siempre ha sido una de mis historias surrealistas favoritas. Rebelión en la granja (1945), de George Orwell sigue siendo una influencia para mí, al igual que 1984 (1949); la película Brasil (1985) de Terry Gilliam, no muy diferente de una versión cómica de 1984 inspiró Cigarra mientras trabajaba en las ilustraciones y en el corto La cosa perdida.
Hay varios dibujos animados de Gary Larson acerca de bichos enormes que siempre me parecieron graciosos y, en particular, uno sobre un insecto volador ejecutivo que se convierte en vagabundo cuando un compañero dice un día «¡solo es una cucaracha grande!». También debo mencionar las versiones británica y norteamericana de la serie documental satírica The Office (2001-2013) como influencia; la comedia Trabajo basura (1999) de Mike Judge y la crítica visual de los hogares y lugares de trabajo de los sesenta de Jacques Tati en Playtime (1967), una época en la que estos acuarios humanos debían de ser relativamente nuevos. Curiosamente nunca he trabajado en un cubículo para una gran empresa, y quizá esa sea una de las razones por las que estos lugares me parecen fascinantes, tanto visual como narrativamente. Son como el plató de una película de ciencia ficción de hace unos años: un futuro imaginario que podría ser utópico o distópico; ¡es difícil saberlo! Me parecen atractivos y perturbadores al mismo tiempo y ese es el tipo de sentimiento ambivalente que normalmente me inspira a escribir y dibujar historias.
El desarrollo visual de Cigarra también está marcado por mi experiencia con la producción de teatro y cine, de cómo puedes contar una historia con decoraciones y escenarios mínimos. En Cigarra empecé a hacer bocetos de distintos incidentes posibles fruto de que un insecto trabajase incómodamente junto con humanos. En lugar de desarrollarlos como dibujos más detallados, como hago normalmente, hice una escultura del personaje principal de Cigarra con extremidades móviles, básicamente como una figura de acción, y construí miniaturas sencillas de oficinas con papel y cartón. Después colocaba e iluminaba estos elementos en una mesa, los fotografiaba y usaba las imágenes resultantes como «escenas» para estructurar la historia y como referencia para las ilustraciones finales.
En algunos casos, las ilustraciones finales son casi idénticas a las fotografías y demuestra lo útil que puede ser este proceso para explorar las variaciones de las escenas, igual que al hacer una película. Es como la animación con stop motion, solo que sin la animación tan meticulosa.
Pensé en hacer el libro entero con marionetas y escenarios fotografiados, pero hay algo en la transición a la pintura al óleo, especialmente con pinceladas sueltas, que da a cada escena un toque de otro mundo, y el mundo parece mayor en la imaginación. También hace que sea más fácil conectar las escenas que son complicadas de fabricar físicamente, como el bosque, las escaleras altas y demás. Las figuras humanas están basadas en fotos de mí mismo con un traje, ordenando y acosando a la cigarra, que después añadiría a las ilustraciones cambiando los efectos de la luz para dar aspecto de pintura.
Izquierda: la escultura de una cigarra fotografiada en un escenario de cartón y luego editada digitalmente, para pasar a ser la base de la ilustración final (derecha) en la que se han añadido más detalles. |
¿De qué trata la historia resultante? Bueno, como es habitual, esa es una pregunta para el lector. Mi interpretación del relato ha cambiado durante el largo periodo que he reflexionado acerca de Cigarra y después estuve creando las ilustraciones y textos finales, proceso que suele provocar sus propias presiones e ideas. Es decir, escucho lo que parece que me ordena hacer la historia, trabajo para que salga bien y luego pienso en más profundidad todo su significado (como estoy haciendo ahora). También intento que sea simple. Antes pensaba que esta historia trataba el acoso laboral, y me centraba en ello en mis primeros apuntes, investigaciones y borradores de guiones, pero la parte en la que más pienso ahora es el hecho de que a Cigarra le divierten los humanos todo el tiempo, pero solo sabemos que su letanía característica de «¡tac, tac, tac!» es el sonido de la risa al final de la historia. Quizá el relato trate menos de la esclavitud corporativa y más de la fuerza de la actitud personal o el enfoque. Es decir, la misma situación (sobre todo aquella en la que te sientes atrapado) puede ser deprimente o divertida dependiendo de cómo la mires, cómo reacciones, o si piensas más allá de todo eso. Podría ser que a lo largo de su ciclo vital de oficina, la cigarra esté tan cautivada por volver al bosque que el tiempo que pasa entre los humanos es simplemente divertido e intranscendente, fascinante incluso. La cigarra tiene una perspectiva muy distinta del tiempo, del propósito y de la libertad; y esa es una interpretación posible del haiku de Basho que decidí incluir al final del libro:
Obviamente, nunca sabemos cómo se siente realmente la cigarra. Suponemos que su empleo infravalorado es horrible, pero puede que nos equivoquemos. La otra visión de este pensamiento es preguntarse acerca del entorno estéril del relato, o de cualquier institución poblada por humanos insensibles, agresivos y, básicamente, infelices, y pensar en el objetivo final de todo esto. ¿Quién sufre en realidad estas condiciones absurdas? No, no es la cigarra.
Shaun Tan
Shaun Tan nació en 1974 y creció en un barrio residencial al norte de Perth, Western Australia. En el colegio lo conocían como «el que dibujaba bien» lo que compensaba en parte el hecho de que siempre fuera el último de la clase. Se licenció en la universidad de WA en 1995 con matrícula de honor ex aequo en Bellas Artes y Literatura Inglesa y actualmente trabaja a tiempo completo como artista y autor freelance en Melborune.
Shaun empezó a dibujar y a pintar ilustraciones para historias de ciencia ficción y de horror en publicaciones menores cuando era adolescente y desde entonces se ha hecho famoso con libros ilustrados que tratan temas sociales, políticos e históricos mediante su imaginario surrealista y onírico. Libros como Los conejos, El árbol rojo, La cosa perdida y la aclamada novela sin palabras Emigrantes han sido traducidos por toda Europa, Asia y Suramérica, y han podido disfrutar de ellos lectores de cualquier edad. En 2011 recibió el prestigioso reconocimiento Astrid Lindgren Memorial Award.
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