Georges Perec
DESCIFRAR EL ESPACIO
Prólogo de Guadalupe Nettel
Georges Perec (Paris 1936-1982) fue descrito por Italo Calvino como «una de las personalidades literarias más singulares del mundo, al punto de que no se parece a nadie en absoluto». Si bien es cierto que este autor construyó una obra literaria innovadora, sería un error fijarse únicamente en el virtuosismo de su prosa (el de La disparition , por ejemplo, donde la letra «e» no se emplea jamás, la construcción de La vida, instrucciones de uso o sus palíndromos de doscientas palabras, por mencionar algunos ejemplos) y olvidarnos de su sutileza, de la fuerza y la profundidad de su obra.
Marcada por un destino trágico, la obra de Perec no dejará de hacer referencia a los acontecimientos de su infancia: Perec era hijo de judíos polacos. Su padre, Icek Peretz, se enroló de forma voluntaria en el ejército y murió en junio en 1940. Poco tiempo después su madre lo envió a Villard-de-Lans, para protegerlo de las deportaciones. Fue en esa ciudad donde su nombre fue transformado en Perec. A principios de 1943, la madre del autor fue detenida y enviada a Auschwitz, donde murió meses más tarde. Bajo la tutela de su tía, Perec estudió con éxito en los colegios más prestigiosos y exigentes de París y llegó a cursar la escuela de hypokhâgne en el liceo Henri IV, con la intención de llevar a cabo estudios de historia, pero su pasión por las letras terminó por disuadirlo. En 1965, publicó su primera novela Las cosas , y obtuvo con ella el Premio Renaudot. Desde entonces, no dejó de sorprender a la crítica con una obra que renovaba su estilo en cada entrega. Ninguno de sus libros se parecía al siguiente.
En 1967 fue cooptado oficialmente por el grupo de escritores OuLiPo, fundado en i960 por Raymond Queneau. Toda su obra se verá marcada por los postulados de este grupo, especialmente por el uso de la traba, o impedimento, como motor de la creación literaria. Aunque al principio resulte difícil imaginar cómo se puede escribir tras este tipo de reglas, el recurso del impedimento, según quienes lo aplican —y aquí encontramos otra paradoja—, enjaula al escritor para darle libertad a lo que escribe: la atención que se necesita para escribir bajo estas trabas no deja espacio a las autocensuras y modelos aprendidos de lo que se debe decir y lo que no.
En un texto llamado «Notas sobre lo que busco», Perec presentó los cuatro polos de su escritura: «el mundo que me rodea, mi propia historia, el lenguaje, la ficción». Así, sus textos se enfocan a veces en la sociología ( Las cosas, Especies de espacios, Penser/Classer ), a veces en la autobiografía ( W o el recuerdo de infancia, Me acuerdo… ), en ocasiones en el puro ejercicio oulipiano y, finalmente, en las formas novelescas ( El secuestro, La vida, instrucciones de uso ). Pero Perec insiste mucho en que esos cuatro polos de escritura se traslapan, se mezclan y «plantean quizás, a fin de cuentas, la misma pregunta, aunque con perspectivas particulares». Se trata de una prosa llena de recovecos, de alusiones sutiles, de guiños para el bibliómano. Su literatura siempre está dirigida a un lector ideal, a quien no hace falta explicar nada; como si Perec nos dijera que la comprensión de los lectores depende de ellos mismos y no del autor.
A pesar de su muerte prematura, a los 46 años, la obra publicada de Georges Perec cuenta más de cuarenta títulos. La mitad se publicaron de manera póstuma. Entre ellos está Lo infraordinario , que la editorial Seuil publicó en 1996. Desde la introducción titulada «¿Aproximaciones a qué?», Perec describe cómo los grandes acontecimientos se apoderan siempre de los encabezados de la prensa, mientras que los sucesos nimios y cotidianos suelen pasar inadvertidos a pesar de que son éstos, y no los primeros, los que constituyen el entramado mismo de la vida. Esa introducción, escrita con la pasión de un manifiesto, revindica el poder fundamental de lo minúsculo, de lo cotidiano, de lo que suele pasar inadvertido: «Me importa poco», dice el autor, «que estas preguntas sean, aquí, fragmentarias, apenas indicativas de un método, como mucho de un proyecto. Me importa mucho que parezcan triviales e insignificantes: es precisamente lo que las hace tan esenciales (…)».
Perec no fue el único en su tiempo en defender el poder de lo cotidiano. Otros intelectuales franceses como Roland Barthes o los miembros del Collège de Sociologie habían señalado la gradilocuencia que sufrían las ciencias sociales, en particular la historia y la sociología, quienes no hacían sino comentar los grandes eventos de la actualidad y la historia, sin detenerse a mirar los usos y costumbres, la vida cotidiana de los seres humanos. Sin embargo, Perec es el primero en defender esa causa con tanto vigor, desde el frente de la literatura. Así, el método de Lo infraordinario consiste en desplegar una descripción meticulosa que permita atrapar las características de cada espacio, las formas de utilizarlo, pero también la interacción creadora entre el individuo y sus espacios en el ámbito de la vida diaria.
El libro comienza con una descripción totalmente realista de la rue Vilin, sus edificios, sus habitantes, sus comercios. No es casual que Perec haya elegido esa calle entre todas las de París: se trata de la calle donde pasó la primera parte de su infancia, la última calle que habitaron sus padres. Ese lugar constituye el origen de su propia biografía. La descripción que de él se hace en este libro, parece, en un principio, la más aséptica y objetiva del mundo. Y, aunque nunca pierde el realismo que la caracteriza, poco a poco van apareciendo una gran cantidad de huellas —diminutas como era de esperar— que nos hablan del pasado de la rue Vilin, de ese barrio de esa ciudad, huellas sobre la biografía de Perec y su familia, sobre la deportación y el holocausto. No sería exagerado decir que se tratade una lectura cabalista de los objetos y las escenas cotidianas: cada puerta, cada casa, cada ventana clausurada, cada escena constituye un signo y ofrece una interpretación.
Otra constante fundamental en la obra de este autor es la relación de los seres humanos con el espacio. Perec dedicó uno de sus libros más importantes ( Espèces d’espaces , Galilée, 1974) a reflexionar sobre este tema, pero en todos sus escritos los problemas de distribución espacial, ya sea de los individuos, las cosas o de los acontecimientos, resultan esenciales. La contribución de Perec para hacer que esta espacialidad sea visible y sensible, involucra dos niveles muy diferentes pero complementarios. Por un lado, nos lleva a reflexionar sobre la dimensión espacial de la vida cotidiana y por otro sobre la construcción tanto de la identidad individual como de la memoria. Al menos así sucede en Lo infraordinario , un ejemplo muy claro de los alcances que la descripción de un lugar puede tener en términos tanto analíticos como cognitivos.
«El espacio», decía Perec, «se funde al igual que la arena se escapa entre los dedos. El tiempo se lo lleva y no me deja más que pedazos sin forma (…). Escribir es tratar meticulosamente de retener algo, de hacer que algo de todo esto sobreviva: arrancar algunos pedazos precisos al vacío que se forma, dejar, en alguna parte, un surco, una huella, una marca o un par de signos.» (extraído de Espèces d’espaces ).
Desde su publicación, este libro póstumo que Perec probablemente consideraba inacabado como una serie de preguntas «apenas indicativas de un método, como mucho de un proyecto», ha suscitado grandes comentarios y reflexiones acerca del papel de lo cotidiano en la literatura y de nuestra comprensión de la realidad. Lo infraordinario ha sido considerado por una gran cantidad de escritores como una prueba de la lucidez extraordinaria que tenía Perec en materia de literatura. No es soslayable tampoco la impresión que ha causado en autores de nuestra lengua, pienso inmediatamente en Enrique Vila-Matas y en Mario Bellatín que en reiteradas ocasiones han comentado la influencia de Perec en su propia creación literaria. Los postulados que este libro plantea no se limitan únicamente al ámbito de la literatura, también se asemejan a procedimientos del arte contemporáneo como los de la francesa Sophie Calle o la mexicana Daniela Franco.
La traducción que hoy publica la editorial Impedimenta, tiene el mérito de ser la primera traducción en España de este libro fundamental, y sobre todo el de haber estado a cargo de Mercedes Cebrián, poeta y narradora de extraordinario talento. Discípula y lectora de Augusto Monterroso —quien era a su vez un defensor de lo nimio y de lo cotidiano—, Cebrián da muestras de una doble visión: la microscópica, la concentrada en lo minúsculo y lo leve por un lado y, por otro, la que es capaz de distinguir la densidad sofocante de una historia soterrada. Su labor meticulosa y atenta se percibe con claridad en las páginas que siguen y demuestran lo que ya imaginábamos: la autora-traductora tomó esta labor desafiante como un proyecto personal. Traducir un texto como éste donde todo depende de las series, la polisemia, los juegos de sonoridad, la combinatoria y la descripción escueta pero sugerente, implica un esfuerzo suplementario, un trabajo doble de desciframiento que Cebrián supo llevar a cabo de manera admirable.
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