En su reciente libro de ensayos, El novelista perplejo, Rafael Chirbes expresa su admiración por El buen soldado, de Ford Madox Ford. De esa gran novela el escritor valenciano extrae una sustancial lección, "la falta de fiabilidad de cualquier narrador". Acto seguido agrega que todo narrador debe "ganarse la confianza a pulso". Se hace necesario introducir esta reflexión porque quien la lleva a cabo es el mismo que pone en funcionamiento un problema parecido en su nueva novela. Chirbes, con Los viejos amigos, cierra un gran ciclo temático y estilístico comenzado con La larga marcha y continuado con La caída de Madrid.El problema al que hacíamos referencia antes tiene que ver con la mentira y la verdad, y con los dispositivos narrativos que convierten estos conceptos en la novela en una dialéctica irresoluble. Una dialéctica pletórica de fuerza expresiva, pero también llena de secuelas morales irreversibles. La variedad de voces que componen el tejido argumental de Los viejos amigos, es algo más que la suma de almas y perfiles de una generación confiada en su papel de motor de la historia. Esas voces tienen que lidiar con algo más que con su contemporaneidad, tienen que responder ante sí mismos de todos sus fracasos e imposturas.
Unos amigos se reúnen para festejar un reencuentro a las luces y sombras de sus vidas particulares. Viven en Madrid y en esta ciudad convivieron con sus utopías, con sus desengaños amorosos, con sus actos de renuncia al borde de la ruindad. Escritores fracasados, pintores a los que las cosas no les fueron mejor, galeristas ricas, expertos en infidelidades varias. Detrás ha quedado la era de las promesas sublimes, la movida madrileña, los gobiernos del PSOE, la resaca de borracheras inútiles, el sida y algún hijo que muere empachado de drogas. En Los viejos amigos,Rafael Chirbes ensaya una estructura polifónica, no para transmitirnos ninguna verdad sino para que escuchemos. Cada personaje tiene la oportunidad de contarnos su historia. Y en esa oportunidad está en juego su fiabilidad. Se deberá ganar a pulso que le creamos o no. Mientras esto se decide el lector habrá asistido a una representación de la tristeza humana. Casi al final de esta lúcida y bellísima novela, un personaje, casi ajeno a todo lo que ocurre en ella, ruega porque su mujer esté dormida cuando él regrese de sus copeos nocturnos. Es una autoexigencia de decoro y amor. "Es tan misterioso el ser humano", dice el hombre. Esta muestra de delicadeza humana nos viene relatada indirectamente. Pero por una vez, puede que esta anécdota sea lo más aproximado a una metáfora de verdad innegociable que todos los personajes de Chirbes anduvieron buscando durante toda su vida.
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