jueves, 5 de junio de 2003

Rafael Chirbes / Los viejos amigos



Rafael Chirbes describe el desencanto 

de una generación en 'Los viejos amigos'

AURORA INTXAUSTI Madrid 5 JUN 2003
Crítico y radical se manifestó ayer Rafael Chirbes en la presentación de su último trabajo, Los viejos amigos (Anagrama), que, según dijo, cierra un ciclo novelístico porque cuenta el final de una generación, la suya, que "soñó con cambiar el mundo, pero aplazó el momento", lo que hizo que ya no sirviera para nada.
Chirbes (Tabernas de Valldigna, Valencia, 1949), autor de La larga marcha y La bella escritura, novelas en las que refleja la época franquista y sus consecuencias para España, termina ahora con Los viejos amigos una etapa de su vida literaria. "No sé si será mi última novela o no, lo que sé es que me he quedado vacío". La obra de Chirbes parte del encuentro de un grupo de viejos camaradas que se reúnen para una cena, años después de haber tenido un proyecto común que no llegó a ninguna parte.
Los amigos hacen repaso en esa reunión de sus vidas y el tiempo les devuelve la imagen de unas existencias vividas provisionalmente, en las que el vacío se llena a menudo de culpa, desengaño, rencor o traición; en definitiva, de vida. Los comensales y actores principales de esta novela son un constructor, un pintor que trabaja de vigilante en un hotel, una profesora, una publicitaria y un novelista fracasado que vende apartamentos a los turistas, cuyas vidas se contradicen y ponen en evidencia el vacío de ciertos discursos ideológicos.
Los viejos amigos, según Chirbes, son personas que, en el fondo, "son todos yo". El novelista acepta que "pinto poco en este mundo", en el que prolifera mucha basura en todos los frentes, incluido el literario, donde la gente escribe de lo que la gente quiere leer, aunque precisó que todavía quedan algunos que hacen cosas diferentes.


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