El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra |
EL ABRAZO DE LA SERPIENTE
Viaje a un Amazonas que ya no existe
La colombiana ‘El abrazo de la serpiente’ gana en el Festival de Cannes el premio a la mejor pelìcula en la Quincena de Realizadores
Un aplauso que se prolongó por diez minutos durante el estreno mundial de la película colombiana El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, fue la primera señal que recibió este joven realizador en Cannes, hace ya una semana. El broche de oro fue lo que pasó este viernes, cuando la cinta obtuvo el Premio Art Cinema Award a Mejor Película de la Quincena de Realizadores, donde se presentan las obras más innovadoras e independientes del cine mundial. “El día del estreno pensaba que uno trabaja cinco años para un momento como este, donde la película deja de ser nuestra y pasa a ser de la gente”, dice Guerra desde Cannes.
El filme se estrenó el jueves en Colombia con gran expectativa de lo que muchos ya venían diciendo a cientos de kilómetros y unos cuantos abrebocas: un Amazonas en blanco y negro, deslumbrante, al que viajan dos exploradores extranjeros en la primera mitad del siglo XX, pero en tiempos diferentes, para buscar una planta sagrada con la ayuda de un chamán, quien es el último sobreviviente de su tribu. “Una exploración visual fascinante del hombre, la naturaleza y los poderes destructivos del colonialismo”, dijo Hollywood Reporter, que la ubicó en el tercer lugar del listado de las diez películas favoritas de sus críticos.
“La Amazonía es la mitad del país y le hemos dado la espalda. No tenemos idea ni de su cultura, ni de su historia"
Guerra (Río de Oro, Cesar, 34 años) venía de hacer una película muy personal, Los viajes del viento, que contaba una historia de sus raíces, de la región en la que nació en el Caribe colombiano. Por eso quería lo opuesto, un viaje hacia lo desconocido. “La Amazonía es la mitad del país y le hemos dado la espalda. No tenemos idea ni de su cultura, ni de su historia. Es una mancha verde a la que le tenemos miedo”, dice.
Un amigo antropólogo le recomendó que leyera los diarios de los primeros exploradores que recorrieron la Amazonía colombiana, el alemán Theodor Koch-Grunberg y el estadounidense Richard Evan Schultes. “Fueron mis guías y de alguna manera ellos partieron en sus diarios del mismo punto que yo. Dejaban atrás a sus familias cuatro o cinco años para adentrarse a un lugar inexplorado”, explica el colombiano. Fue en esos diarios donde encontró la historia que decidió contar con un ingrediente adicional y novedoso para el cine amazónico: desde el punto de vista de los indígenas. “Eso es realmente lo que nosotros podemos ofrecer desde el cine que hacemos en América Latina”.
El Amazonas que se ve en la cinta ya no existe. “Es como si hubiéramos tenido que hacer una película en la luna. Todo, absolutamente todo, es ficción”, dice Guerra. La razón es que su historia se basa en las fotografías de los exploradores, las cuales retratan un mundo lejano y como dice el director, muestran una región despojada de su rótulo turístico. “Es un Amazonas que ya perdimos pero que en el cine vuelve a vivir”. De ahí que la película se haya hecho en blanco y negro.
A favor de la producción se sumó que los habitantes de las selvas del Vaupés y el Guainía, donde se filmó la cinta, conocían la historia. Guerra quería hacerla con las comunidades y no solo les pidió permiso para filmar en lugares sagrados y les explicó sus motivos para hacerla, sino que las vinculó al rodaje delante y detrás de la cámara. También fueron sus guías en lo que él llama “el manejo de la selva”, para que la llegada de la producción “no significara un desequilibrio”. Y funcionó. El clima fue benéfico, no sufrieron enfermedades, ni accidentes.
El impacto para todo el equipo fue profundo. “Es encontrarse con el gran conocimiento de las comunidades amazónicas que ha sido muy despreciado por la sociedad occidental. En realidad, han vivido en un ecosistema durante 10.000 años sin depredarlo, manteniendo un equilibrio entre su vida y la naturaleza y sin acabarse entre ellos”.
El otro reto era trabajar con indígenas para lograr la autenticidad que buscaba Guerra y la productora Cristina Gallego. En especial, de Karamakate, el chamán interpretado, en su juventud y vejez, por los indígenas Nilbio Torres y Antonio Bolívar. “No había nadie más que pudiera hacer esos papeles, no había mil candidatos, eran ellos, con una fuerza grandísima”, explica. Bolívar es, al parecer, uno de los últimos indígenas Ocarina que sobrevive. Reside cerca de Leticia, ciudad fronteriza entre Colombia, Brasil y Perú, y también fue el traductor del equipo durante las siete semanas que duró el rodaje, ya que hablaba tres dialectos.
El premio estimula la distribución de la cinta en una red de 3.000 salas asociadas en Europa, Estados Unidos, África y América Latina. Ciro Guerra ya había estado en Cannes en 2009, con Los viajes del viento, cuando no era común que eso sucediera con una película colombiana.
Hoy la historia es otra. En esta versión, el país hace presencia con cuatro cintas seleccionadas, por encima de Argentina, México y Brasil, muestra del crecimiento que ha tenido el cine colombiano y de su calidad. Al galardón de Guerra se suma que la cinta La tierra y la sombra, ópera prima del colombiano César Acevedo, ganó tres premios en la Semana de la Crítica. También participaron Alias María y el proyecto El Concursante.
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