miércoles, 7 de octubre de 2015

Juan Cruz / Tres tristes tigres

Guillermo Cabrera Infante
Poster de T.A.

Guillermo Cabrera Infante

Tres tristes tigres

El régimen cubano dividió generaciones, destruyó relaciones, estragó ideologías y produjo lo que todos los exilios: dolor



Decía estos días atrás Soledad Gallego en su comentario de la SER, ante el desembarco cubano (y norteamericano) en la normalidad diplomática, que medio siglo en la historia es apenas nada, pero en la vida de las personas es la vida entera. Lo ha sido, sin duda, en el caso de personas concretas, que vivieron la angustia y el dolor de Cuba en un exilio que hubiera sido distinto si las hostilidades que sufrieron no hubieran sido no sólo históricas, por tanto dramáticamente casuales, sino también personales, dramáticamente personales.
Cuba no es un asunto cubano, ni norteamericano. Cuba pertenece, como asunto, y como problema, a varias generaciones de cubanos que vivieron dentro o fuera las sinrazones del régimen que en primer lugar nos abrió la esperanza de un mundo nuevo (y de “un hombre nuevo”) y luego cerró las puertas de muy distintas maneras, algunas de ellas de una crueldad infinita, pues pusieron antes la autoridad que la razón. La decepción cubana (que unos defendieron como un logro y otros lamentaron, y sufrieron, como un fraude democrático a la libertad que se había prometido) dividió generaciones, destruyó relaciones personales, causó estragos ideológicos, y produjo un exilio que tuvo diversos matices, pero que al fin produjo lo que todos los exilios expresan: dolor, triste dolor, gravedad de la ausencia, peso de la arbitrariedad.

Guillermo Cabrera Infante fallecido sin poder regresar a Cuba, sino con la memoria
Entre esos exiliados que para muchos de mi generación (que es la generación que vio entrar a Fidel en La Habana) significan todo el exilio, aunque el suyo fuera el primigenio, están Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez, su mujer, actriz en Cuba, que ahora sobrevive en Londres al autor de Tres tristes tigres, fallecido en la capital británica en 2005. Fallecido allí, sin poder regresar, sino con la memoria, a La Habana, la ciudad a la que dedicó prácticamente toda su obra.
Es evidente que esa herida del exilio lo acompañó siempre, los acompañó; hasta el último suspiro del último minuto, Cabrera Infante era un cubano, y esa cubanidad extrema, como su amor por el cine o por la música, o por Miriam, fue el rastro y la raíz de su esencia. No podía ser otra cosa, y no pudo ser otra cosa que un cubano; esa naturaleza está, como una culebra mansa bailando, en Tres tristes tigres, su gran obra alegre, y está, mansa también pero entristecida, en La Habana para un infante difunto. Esta obra es un cuadro insólito de su corazón: la escribió en Londres, con un mapa que Miriam conserva en la cocina de la casa: en medio del exilio y su vapor incomprensible, él iba haciendo memoria, calle a calle, de todas las calles de La Habana, y la fue dibujando como quien la reconstruye para que nadie se la quite.
Cada vez que ocurre una noticia cubana, y esta lo es de gran magnitud, me viene a la memoria aquel hombre (con aquella mujer) reconstruyendo no sólo la ciudad sino el humor, la tristeza de los tigres pero también la alegría de haber descrito para siempre el lugar al que ya parecía que jamás habrían de volver. Ese exilio pertinaz, que era de la tierra y del alma, fue el exilio de otros también, como el de Eliseo Alberto, cuya melancolía atigrada creció cuando el régimen de Castro lo conminó a escribir un informe contra sus padres y entonces él escribió el impresionante Informe contra mí mismo que ahora se levanta no sólo como una denuncia sino como un espejo roto. Sí, la noticia no es sólo mundial. Es rabiosamente personal también, pues evoca personas, una a una, anuladas durante mucho tiempo en un mundo que, de pronto, respira de otra forma después de haber respirado para ahogar a otros.





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