Juan Carlos Onetti
“Mi infancia fue una infancia feliz”
Por Barbel Metens
Barbel Martens: Leí ese cuento de la muchacha en el balneario ¿no sé si lo recuerda?
Onetti: La niña de la bicicleta.
Sí. No podía sacármelo de la cabeza ¿Por qué tantas zonas negras? ¿Por qué asesinaste a esa niña?
¿Cómo voy a explicar los móviles de un autor? Cuando uno se pone a escribir no sabe los porqués de lo que pasa. Tiene que ser así: sucede. Claro, es un momento negativo en el sentido del bien y del mal. (Pausa larga.) Je suis fatigué.
Un poquito más, recién empezamos. (La entrevista va a durar una hora y media). Hablé de zonas negras del alma ¿por qué ese infierno? ¿A dónde conduce todo eso?
A nada y a la nada. Como todo.
¿No hay posibilidad… de vez en cuándo? ¿Un poco de paraíso?
No para mí. Y es una desgracia. Uno no tiene ayuda. Las religiones... Me quedo con los católicos. Cuando era joven hice un retiro espiritual en una iglesia en Montevideo. Quince días. Los curas nos reunían y nos daban sermones y yo notaba (era muy joven) notaba que lo que me decían del infierno, me aterrorizaba. Un diablo qué viene pincharme todos los días y quemarme infinitamente... Me asustaba. Pero cuando me hablaban del paraíso era todavía peor: no decían más que bobadas: perfumes maravillosos, músicas y además… que contemplaré la cara de Dios; ni que fuera tan bonito. Si Dios sirviera para algo… Es como aquel letrero: Dios existe, pero está durmiendo la siesta.
Pero a mí me sucede que necesito un camino. Una fuerza, un cierto optimismo, un motivo que me entusiasme. ¿Por qué no me lo puede dar Onetti?
Porque no lo tiene. Si me quedara un cacho te lo daría. Lo pondría en mis libros. Pero no lo tengo. No creo en nada. Creo en el amor, pero el amor se acaba.
¿Entonces para quien escribes?
Para un tipo llamado Onetti.
Y no te importa que la gente quede peor después de leerte.
Yo no tengo la culpa; no puedo mentir. Soy así. Son tan fáciles los finales felices. ¿Terminamos aquí, eh? Un final feliz... (Risa de encanto, a lo Marlene Dietrich).
¿Cómo han sido las relaciones de Onetti con sus mujeres?
La base, el pulso, el comienzo de mis amores, siempre fue sexual. Después vinieron la amistad o la comprensión. No podía amar a una mujer a la cual no deseara. No he conocido cosa más maravillosa en el mundo, que la cama; acompañado, naturalmente. Ese momento de locura en el cual uno pierde el control y lo único que quiere es tomar y entregar. Una cosa animal.
Tu mayor pasión en la vida, fue la sexualidad…
No sé. Con todas las mujeres de mi vida que no son sólo las cuatro del registro, todas tenían una cosa en común: eran inteligentes. Una mujer bonita podría hacer el amor, pero vivir con ella, soportarla…
¿Qué tipo de mujeres te gustaban, físicamente?
Fueron distintas; lo principal era una sensación de ternura; nada paternal.
Ellas tenían que ser distintas. ¿En qué? ¿En su aspecto?
No hay dos que sean iguales. Todas son distintas, ¿no?
Las preferías extravagantes…
(Pausa). Es que no puedo hablar contigo, como hablaría con un hombre. Por ejemplo, el principio de tus senos, que estoy mirando, me enloquece. Tengo ochenta años, ya soy impotente y sin embargo… Me sugieren…. (Murmullo ininteligible; largo silencio; la cinta no registra palabras).
Bueno, está bien. Vamos a cambiar de tema. ¿Cómo es la relación de Onetti con su país, ahora?
No sé. La gente joven me quiere. Publicaron en una revista, un homenaje por mis ochenta años. Se ve que esa gente me quiere.
¿Piensas volver a tu país?
Nunca jamás. ¡Pasaron tantos años! Sé que el Uruguay se ha empobrecido enormemente. No voy a ver al Uruguay que conocí: el Montevideo, mejor dicho. Y… Y también las mujeres, pasaron también. Son trece años. ¿A qua bond? Sin embargo hay una... Bueno, esto es entre nosotros. Se vino acá, inútilmente. Y me amenaza con venir de nuevo, a fin de mes.
¡Amenaza! ¿Para ti?
Viene a unas conferencias, en la complutense, en el Escorial... No sé a qué viene. Si sacáramos felicidad de ese encuentro, sí. Pero no creo.
¿Qué echas de menos en España?
Amigos... Amigos inteligentes con los cuales me encontraba y charlábamos. Acá con el único que me veo es con Benedetti. Que está ahí, esperando que le hagas un reportaje. Pobre muchacho; no lo hagas sufrir.
Pero yo te quiero a ti. (Risa de encanto halagado)… Estás muy sólo en España.
Estoy con mi mujer y mis libros y mis ataques de escritura.
Echas de menos los amigos.
Sí, los amigos inteligentes. Los españoles, siendo algunos inteligentes, son muy vanidosos. Son retóricos. Son ampulosos.
¿Qué ha sido para Onetti el Premio Cervantes?
Cuando me dieron el Premio Cervantes me preguntaron lo mismo y yo dije: para mí significa: diez millones de pesetas. Entonces un poeta, que era bueno, surrealista, Aleixandre, comentó que a él le gustaba mi obra, que le parecía muy bien el premio, pero que le había disgustado que yo dijera eso: que para mí significaba diez millones de pesetas. ¿Que para él, cuando le dieron el Premio Nobel de literatura, significó que su obra iba a ser difundida...? Eso no sirve para nada. A esta pobre mujer que le dieron el último premio Cervantes, María Zambrano… ¿de qué le sirve, en el sentido de potenciar su obra, de divulgarla? Me parece magnífico que a su edad y enferma como está, se asegure más o menos la vejez, con los diez millones.
¿Qué recuerdos tiene Onetti de su infancia?
Mi infancia fue una infancia feliz. Mis padres hasta su muerte, vivieron enamorados. Tenía 70 años mi padre y se levantaba si había una ventana abierta, temeroso que la corriente de aire pudiera hacerle mal a mi madre. Iba y la abrigaba. Había delicadeza. Por reflejo de eso, yo fui un chico feliz y además nunca sentí que ejercieran lo que se llama la patria potestad. Fui un niño suelto, travieso. Lo único que puedo recordar como severidad de mi padre es que en su presencia, jamás se pudo hablar de sexo. No se enojaba, no lo prohibía pero tomaba un diario y se iba a leer. Conocí una señora francesa muy simpática y muy traviesa, una viejita, que se ponía a provocarlo, le contaba chistes y cosas de la vida, intencionadas; mi viejo leía el diario.
¿Hubo una época mejor que la infancia?
La adolescencia. Que fue una adolescencia curiosa. Yo me casé siendo menor de edad. Entonces todos esos problemas que crea el sexo en los adolescentes, para mí no existieron. También es verdad que pasé malas rachas, rachas de miseria. Por ejemplo: no tener qué comer. Me acuerdo que fue una época tan brava que mi mujer de turno se quedaba en la cama por debilidad. Yo recorría, me acuerdo, la calle Corrientes, como dice el tango: buscando ese mango que te haga morfar. Un mango es un peso, pero yo necesitaba cinco mangos. Y si recorriendo Corrientes encontraba un amigo...; tenía muchos y con frecuencia sucedía que nos invitaban a comer en un restaurant; entonces tanto ella como yo, nos robábamos un pancito para el día siguiente. Ella con mucho disimulo se lo metía en la cartera; yo en un bolsillo. Pero no creo que eso me provocara odio.
¿Qué fue lo más bonito de tu vida?
Lo más bonito pudo haber sido cuando me enamoré de Dolly.
Tu cuarta mujer.
Y desgraciadamente, la última… Encantadora. Muy alemana. El padre era alemán. Un día la vi en la calle, hablando con el vigilante, pidiéndole una dirección. Entonces le dije a mi mujer: ¡Mirá qué maravilla! Qué persona y qué cosa; tiene encanto como tienen todas las alemanas. Mi mujer me dijo: Ah sí, si querés te la presento. Parecía un chiste. Habían ido al colegio juntas en Olivos. Nos presentó y no pasó de “tanto gusto”. Después, en otras circunstancias de la vida, volví a encontrarme con ella, justamente en Olivos, que es un barrio residencial y ahí ya me enamoré de ella. Fue dos años después del momento bonito de mi vida. Y después fuimos amantes, después nos casamos, hasta hoy.
¿Qué fue lo más trágico de tu vida?
Difícil de contestar. Las muertes: mi padre, mi madre. Fueron tragedias, para mí. Nos queríamos mucho.
(Esa noche fui a Malvín, y salimos con Onetti y conversamos en un café. Me dijo: no sé estar ahí, es como una representación. Me hace sufrir y me enternece, pero me siento en ridículo, quieren consolarme, no sé qué hacer. Lo único de verdad es que ella está muerta).
¿Cómo te sientes? ¿Cuál es tu estado de ánimo?
En este momento muy decaído. Porque dormí mal y no comí.
Pero no digo hoy, digo en general, ¿cómo es tu vida?
Es un estado de ánimo que podría llamar apacible. Es una palabra que no define exactamente. Pero no sé, se acerca mucho a lo que te dije, a la indiferencia. No te hablo de una indiferencia que no me importe el sufrimiento de otro, o la desdicha de otro, es una indiferencia basada en que no hay remedio. Como decía Baroja: la vida es así. Y contra eso, estoy pertrechado. Me duele menos. No sé cuánto más va a doler, cuánto voy a vivir.
Y si viniera un hada madrina: ¿qué le pedirías, Onetti?
En este momento pediría unos treinta o cuarenta años menos y además... a ti. (Pausa larga sin sonido alguno). ¡No me reproches por ser sincero!
(Muy bajito, trémula) No. (Completamente profesional, implacable) ¿Cómo ve Onetti su propio futuro?
Ah, años no hay... De eso no hables, no mi amor, no hay de eso.
No hay futuro.
Para mí; no. Para mí (pausa) no. No hay futuro. Podría ser como un deseo… terminar mi novela. Puede ser la única ambición que tengo. La única ambición que me han dejado los años. Tú estás empeñada en que yo diga... no sé... algo. ¿Qué querés? ¿Una confesión?
Tú dices lo que quieras. (Pausa).
Digo: ¿cómo te arreglas tú para tener cuatro hijos grandes y mantener ese aspecto tan juvenil?
Porque estoy hablando con Onetti… ¿Cómo ves el futuro de la humanidad?
Yo te respondería con una palabrita muy francesa que se llama: merde.
(Dando por terminado el tema) Muy bien. (Volviendo a la realidad): A qué persona, aparte de mi (yo no estoy aquí y ahora) a quién te gustaría tener enfrente en este momento, para dialogar. A quién del mundo entero.
Creo que se han muerto todos. No la descubro a esa persona.
(Sonrisa encantadora, otra vez Marlene Dietrich). Una pregunta que es todo lo contrario, muy mía: ¿Qué admiras y qué quieres más en los alemanes?
La tenacidad. La fuerza que tienen.
Yo sé que ya me has contestado sobre esto, pero me resisto a creer que no haya algo más en este tema. Onetti cava hondo en sí mismo y se pregunta muy de adentro y no puede encontrar una contestación a mi pregunta: ¿Qué quieres dejar tú, a la gente, con tu obra? ¿No tienes una mínima ambición?
No. Eso no existe. No creo en la humanidad. ¿Qué va a importar dentro de veinte años, lo que escribía Onetti? ¿Quién lo va a leer a Onetti, dentro de treinta años? Me estás mirando desafiante… ¿Qué es lo que estás queriendo?
No, no soy desafiante, todo lo contrario. (Pausa). Te pido que me escuches y te hago una pregunta.
No te creo.
Sí, es la última. (Faltan dos cassettes enteros de diálogo) Mira: Si yo pudiera, yo Barbel, si pudiera, me gustaría transformar a Onetti en un hombre más optimista. ¿Me lo dejarías hacerlo?
No, porque ya no sería yo. Estoy muy contento con yo. Nos llevamos muy bien y hemos pasado por cosas buenas y por cosas malas; siempre amigos, yo con yo.
Muy bien. Pregunta profesional: ¿Qué significó la obra de Thomas Mann en la creación de Onetti?
Yo creo que no significó absolutamente nada. Significó en mí como lector, tener cerca un ser lleno de amor por la literatura. Eso significó muchísimo. Recuerdo los personajes de La montaña mágica con simpatía y la sensación de que fueron personas que conocí personalmente. El médico aquel, el que fumaba habanos y tenía las mejillas azuladas, aquella mamá... y Setembrini que está representando todo un pensamiento; a esos los veo, los siento como personas reales. Las chicas que se habían hecho neumotórax; que se divertían haciendo aquellos ruidos... y la muerte del primo de Hans... que es una escena terrífica. Y cuando Hans tiene que aprender a envolverse en mantas para estar de noche al aire libre, es tan preciso el detalle de cómo se envuelve uno en una manta para soportar la intemperie, está tan bien escrito, que uno no lo puede soportar, porque es totalmente aburrido. Y hay cosas y cosas y cosas y todo está lleno de vida. Sé que lo han criticado mucho. Principalmente por su clasicismo. Y a mí me parece la gran virtud de Thomas Mann. Es un clásico y claro si uno no lo es, no lo es; pero él sí, él era un clásico auténtico y lo hizo de manera magnífica. En Muerte en Venecia tiene la fuerza de transmitir sentimientos y sensaciones, esa admiración que tenía el personaje principal cuyo nombre no recuerdo, mirando a ese chico. Y aunque uno no experimente espontáneamente las sensaciones del novelista, las tiene que sentir y las tiene que comprender, a fuerza del gran talento de Mann.
Pero yo pregunté qué influencia tuvo en la obra de Onetti.
Pues ninguna. Mi admiración es como lector. Puede ser que otros hayan visto una influencia y me alegraría comprobarlo. Pero yo no la veo. Admiración enorme. Influencia, no lo creo.
Quisiera saber cómo pasó Onetti la última guerra mundial.
Es curioso, la viví prácticamente, en la Agencia Reuter's, inglesa. Primero en Montevideo. Después, vinieron unos inspectores de Londres y me ofrecieron ir a la Secretaría en Buenos Aires. Seguí con gran ansiedad toda la guerra. Y simultáneamente, en aquellos días, la irresistible ascensión de Juan Perón. De modo que trabajaba en las dos cosas. El período que viví en la agencia Reuter de Buenos Aires, no fue fácil; yo era anti dictadura y era anti Hitler y ansiaba que todo acabara de una vez… Recuerdo la gran impresión que me produjo el pacto entre Molotov y von Ribbentrop. En esos momentos dejé de comprender el mundo. ¡Me parecía tan absurdo! (Se habían aliado los comunistas con los nazis)… Ahí fallaron los países aliados porque enviaron a Moscú una representación de segunda categoría. Vi que no se reunían nunca y vi cómo, von Ribbentrop con una cosa concreta... propuso una alianza que a Stalin le convenía en el puro sentido de esperar, para poder armar el país. De Stalin, no sé si lo hizo o no lo hizo. Todos los días se leen historias, sobre Stalin y su juego. El hecho es que con ese acuerdo ganó Hitler o Alemania, y que invadió Polonia… Viví esa guerra con grandes angustias. Con un gran mapa donde iba tiñendo los avances alemanes en Rusia. Cada día se agrandaba la mancha. Y después muy interesante, eh... después la caída de Hitler la produce la rendición forzada de von Pauls; a lo cual él se negaba y se negaba el hombre, pero que llega un momento en el cual la tropa se está muriendo de hambre y entonces los rusos le hacen el gran chantaje: Les damos de comer a todos los soldados, pero ustedes se rinden… Me acuerdo que Hitler, según he leído en autores… serios, eh… Hitler había anunciado: Pronto vamos a oír a von Pauls por Radio Moscú. Y se cumplió exactamente: von Pauls habló por Radio Moscú, pero como prisionero. Declaró que la guerra la había ganado Alemania porque los rusos habían empleado tácticas no militares, no aceptadas por los convenios internacionales. Dijo que así no valía, qué las milicias campesinas estuvieron hostigando, atacando y asesinando a todo lo que fuera alemán.
¿Escribiste sobre la guerra?
Escribí en un diario bonaerense que se llamaba Crítica y después escribí en Montevideo, para un diario que se llamaba Marcha, que había fundado un señor Quijano, que era un hombre excesivamente inteligente para ocupar altos puestos políticos. Si hiciera una comparación entre Carlos Quijano y los que vinieron después, sería ridículo. Quijano debió haber sido Presidente de la República.
Onetti periodista: ¿qué escribía?
Fundamentalmente crítica literaria. Luego, cuando lo necesitó Marcha, hice una columna de humorismo, que no sé todavía si hizo reír a alguien o no. Pero la hacía todas las semanas.
Y te gustaba...
Me divertía.
¿Y tu relación con los compañeros?
Creo que siempre fue buena. Como yo era y lo sigo siendo, un tipo sin ambición, sin afán de trepar, no podía molestar a ninguno de mis compañeros. A mí me resultaba indiferente; así fui toda la vida. Las cosas me han venido, digamos, por azar, o porque a Dios se le dio la gana, si es que hay Dios. Y así lo he aceptado, con toda humildad… Nunca trabajé con los codos. Y nunca busqué que me dieran premios. Los españoles, generosamente, me dieron el Cervantes, que es el más grande que tienen. Lo cual pudo haber causado bastante escozor en algunos escritores españoles que aspiraban a ese mismo premio. Y es legítimo. Están ahora mismo tratando de aproximarse. También hay muchos sudamericanos que en esta época del año vienen, se instalan en España y son candidatos, todos; dan conferencias o ponen un tenderete para exhibir una obra de teatro; es decir, para colocarse en un primer plano: "No se olviden de mí!". Yo tengo la conciencia muy limpia, nunca jamás hice eso, nunca jamás empujé para conseguir; todo me lo dieron y me lo dieron gente muy buena a la que sigo respetando, aunque yo ahora no veo a nadie, estoy muy alejado de todo. M vida es escribir de vez en cuando algunas páginas de una novela. Y leer muchos libros, sobre todo policiales. Aunque los policiales estén cada día peor.
¿Fuiste hombre de café?
No. Fui hombre de un café, cuando los principios de la guerra en Montevideo. Había un café que estaba al lado de mi oficina, que se llamaba el Metro. Ahí me reunía con varios amigos, literatos casi todos; estaba al lado de la oficina de Reuter, de modo que si había algo importante me llamaban en seguida.
¿Iba gente importante?
No. Gente joven que escribía. Nadie importante. No me daban importancia los importantes.
Tertulias eternas.
Sí. Duraban muchísimo. Pero eran muy agradables, No había agresividad entre unos y otros. Sé que acá en Madrid, se acabaron las tertulias, que eran famosas. Yo no fui a ninguna ni pienso ir, en caso de que existan. El único placer que tengo es que venga alguien entrevistador como usted, señora; con el cual pueda establecer una relación ¿como diré? dolorosamente platónica
Onetti fue toda su vida un hombre noctámbulo, le gusta la noche.
Sí, toda mi vida fui noctámbulo. Le voy a contar algo. Nací a las seis de la mañana y mi madre en la infancia y después en la adolescencia, mientras estuve con ellos, me recordaba siempre: fue el único día que te levantaste temprano. Y era verdad. Odio la mañana; no me gusta.
¿Pasabas las noches en blanco?
Eso dependía de las noticias que hubiera en Reuter. A veces me quedaba con la esperanza de que viniera una gran noticia. A veces me iba más temprano. Pero me corría al Metro y charlaba con mis amigos hasta cualquier hora de la mañana, dependía de ellos. Más de una vez llegó el día y me invitaban: vamos a tal o cual lado a comer un asado y ya había pasado la noche, era el otro día, las ocho de la mañana y yo seguía el tren, por inercia, digamos. Pero también había horas para escribir. Siempre las tuve. Aun desempeñando las tareas más desagradables, siempre me he fabricado huecos en mi existencia para dedicarlos a escribir. Eso, porque me gustaba, escribir. Sin la menor aspiración a nada, ni siquiera a que me lo publicaran. No importaba. Como no me importa ahora. Bueno, ahora se acabó.
Y eso de escribir ¿cuándo sucedía, de día o de noche?
Siempre de noche. Mejor de noche. Y recuerdo que yo tomaba media botella de vino. Y rellenaba el resto con agua, de lo cual, resultaba un líquido bastante repugnante. Y además tomaba media pastilla de un estimulante, que no sé si es estimulante, llamado metedrina. Tomaba esa media pastilla y sentía unos escalofríos en la espalda y me ponía a escribir. Y escribía sin saber la hora. Sin fijarme en nada. Hasta el amanecer, a veces. Otras veces se cortaba y había que esperar. En fin, son problemas de taller o escritor.
Entrevista publicada por entregas en "El País", de Montevideo, entre el 9 de junio y el 28 de julio de 1996, en la columna Onettianas.
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