Tatiana Blatnik (Caracas, 1980)piensa a menudo en el día en el que entró en una de las clases en la Universidad de Georgetown (Washington), donde se graduó de Sociología en 2003. “¿Quién eres?’; ‘¿Qué te hace ser tú?”, había escrito el profesor en la pizarra. A continuación, se puso a añadir términos: raza, género, religión, lengua, nacionalidad… Identidad. “¡Guau!’, pensé. Nací en Venezuela de madre alemana (que se crio en España) y padre esloveno; crecí en Suiza; me eduqué en Estados Unidos; y Grecia me marcó, me acogió, me arraigó. Cada uno de esos lugares me ha aportado algo, pero nunca he pertenecido del todo a ninguno de ellos… Hasta ahora. Hoy estoy más arraigada a mí misma que a un sitio en concreto. Siento confianza en mí misma. Me he ido quitando las etiquetas. Soy simplemente Tatiana. El cambio siempre asusta. Pero es inevitable”, me cuenta la empresaria y filántropa en el acogedor salón de la casa a las afueras de Madrid donde se ha realizado este reportaje.
En los últimos meses sus circunstancias personales —un divorcio inesperado, la trágica desaparición de su hermano Attilio a los 53 años de edad…— han hecho correr ríos de tinta. Pero hoy Tatiana está tranquila. Segura de sí misma. Enfocada en sus nuevos proyectos profesionales para posicionar Grecia como destino global de bienestar. Y dispuesta a compartir su historia. “Nunca he querido copar las portadas de las revistas o convertirme en el centro de atención. He sido muy tímida. Pero ahora mismo, a esta edad, en este momento de mi vida, siento que puedo ayudar a los demás. Y estoy dispuesta a hacerlo. Si no lo hago ahora, ¿cuándo?”, proclama.
Tati, como le gusta que la llamen en confianza, ha llegado a la sesión de fotos puntual y acompañada de su madre, Blanca Brillembourg, su gran apoyo y una mujer con una vitalidad extraordinaria que no duda en aportar su buen gusto a las instantáneas, recomendarnos marcas de joyas para insiders o contarnos jugosas anécdotas de su apasionante existencia que darían para otro reportaje. Blanca se separó, por cierto, de su segundo marido, el empresario Attilio Brillembourg, en 2017, tras 24 años de matrimonio. “Ella me entiende mejor que nadie. Es mi gran apoyo. Nunca nos peleamos. En general, no suelo discutir con nadie. Soy una persona muy pacífica”, cuenta Tatiana, que viste camisa blanca, jeans acampanados y un bolso hippywayúu, con la técnica de ganchillo del pueblo indígena que habita la región colombiana de La Guajira, que las jet setters prefieren a los logos demasiado evidentes. Adora la artesanía, y siempre adquiere algún recuerdo en sus numerosos viajes. “También colecciono libros de cocina”, me cuenta. Incluso publicó uno en 2016, A Taste of Greece (TeNeues), en el que recopila las recetas preferidas de apasionadas del país heleno como la actriz Rita Wilson, la periodista Arianna Huffington o la escritora Margaret Atwood. “Siempre he necesitado esa búsqueda de identidad. Al escribir este libro me di cuenta de que está ligada a una identidad culinaria”, declaró ya entonces a la revista WWD. “Como decía Hipócrates: ‘Que la comida sea tu medicina, y la medicina tu comida”, me dice hoy Blatnik mientras saborea una taza de cacao. Hablando de filósofos y mitos, ella es el ejemplo perfecto de la serenidad ante la adversidad de los estoicos; o del mito del Ave Fénix: está resurgiendo con fuerza de sus cenizas.
EN LOS ÚLTIMOS MESES esta mujer con físico de modelo y una sensibilidad especial que se hace evidente nada más estrechar su mano ha sido uno de los personajes más buscados por la prensa social. Después de 22 años juntos, 14 de ellos como un matrimonio ejemplar, Nicolás y Tatiana de Grecia tomaron la decisión de separarse. Apenas seis meses más tarde, el príncipe contrajo matrimonio de nuevo con Chrysi Vardinogianni. Poco después, Blatnik rompió su silencio y admitió con sinceridad que atravesaba un momento “doloroso”, pero que afrontaba el futuro con “esperanza”. Hoy habla de ello sin tapujos. No tiene miedo ni, por supuesto, guarda rencor. “Terminar un matrimonio largo nunca es fácil, pero es posible separarse con amor y dignidad si se prioriza el respeto mutuo. No dimos nada por zanjado. Evolucionamos hacia una nueva etapa”, revela. Solo tiene palabras de cariño y agradecimiento hacia las personas con las que ha compartido dos décadas de su existencia. “Formar parte de la familia real griega ha sido un privilegio y un honor. He aprendido muchísimo: valores como el amor y el servicio a la patria, la unidad familiar y, por supuesto, conocí Grecia. Los admiro y respeto a todos, especialmente por su sólida unidad familiar”, asegura. “Estar casada con Nicolás ha sido un privilegio, y siempre le tendré un profundo respeto. Nuestra historia ha marcado una etapa muy importante de mi vida. Sin él, no viviría en Grecia”, insiste Tatiana, que conserva el título de princesa.
—En su día declaró que se había enamorado de Grecia “a través” de los ojos de su “marido”. ¿Cómo ve el país ahora, a través de los suyos?
—Con un propósito. Su belleza me sigue impresionando, pero con lo que me siento realmente conectada es con su gente, con su historia y su resiliencia.
—Quedarse allí tras su divorcio, ¿ha sido la decisión más valiente que ha tomado?
—Grecia es mi hogar, nunca había vivido en un país tanto tiempo, he albergado un profundo sentido de pertenencia hacia el que considero mi país. Quedarme no era el camino fácil, pero es que lo fácil no es lo mío [risas]. Empezar de nuevo en otro lugar me habría resultado más sencillo sobre el papel, pero no en el corazón.
—¿Cuál es la lección más valiosa que ha aprendido en este último año?
—Que la sanación no es un proceso lineal, tampoco encontrar un propósito en la vida. A veces, no ves las cosas claras antes de saltar, sino después.
—¿Y la palabra que define estos meses?
—Confianza. Confía en el proceso. Confía en tu corazón. Da el salto y confía… Este año ha supuesto un camino de retorno, tanto interno como externo.
Para la venezolana, uno de los momentos más significativos que ha vivido últimamente ha sido su colaboración con 28 atletas olímpicos en una campaña de salud mental previa a los Juegos Olímpicos de París. “Lo que comenzó como un proyecto más se convirtió en un intercambio muy profundo. Ellos me dieron fuerza, perspectiva, y me recordaron que el fracaso es parte del éxito. También rodamos una serie documental que se estrenará en octubre”, me anuncia entusiasmada. “Además me involucré en la campaña Uniforme de la Esperanza, que reavivó mi propia ilusión y profundizó mi compromiso con esta causa. Hoy el viaje continúa. Sigo trabajando en el mundo del deporte, con atletas, en proyectos que promueven la resiliencia, la conciencia y la conexión humana”, dice mientras me enseña fotos del Club de Tenis de Atenas, “el más antiguo de la ciudad, que acogió las Olimpiadas de 1896”, y a cuyo proceso de rehabilitación está contribuyendo de forma activa. “Para mí es un proyecto simbólico: preservar el pasado mientras reimaginamos el futuro”. Todo, en su adorada Grecia.
Aunque a Tatiana Blatnik se le reconozca por su pasado reciente como miembro de la familia real griega, donde se siente realmente ella misma es cuando camina por los barrios antiguos de la ciudad de Atenas y compra en el mercado, pasea descalza por la orilla del mar, queda a almorzar con sus amigos “o enciendo velas en mis iglesias favoritas”, cuenta. Reconoce ser una persona espiritual. “Mi vida sigue centrada en conectar con mi familia, con la comunidad, y en hacer cosas que impacten de forma positiva en la vida de los demás”, insiste. “Esa es, de hecho, la principal motivación de Breathe, la ONG que fundó en 2020, cuando la pandemia convirtió la salud mental en una cuestión de salud pública. “Mi trabajo en ese sentido no surgió de forma premeditada, pero sí que estaba predestinada a ello”, confiesa.
Tatiana perdió a su padre, el magnate Ladislav Blatnik —una de sus empresas, William Shoes, era proveedora del Ejército venezolano— a los siete años de edad. Diez más tarde, la joven descubrió las verdaderas circunstancias de su muerte. “El duelo nunca te abandona del todo. He aprendido a vivir con él, no contra él. Esa pérdida me marcó de forma invisible durante años, y solo recientemente he podido aceptarla como parte de mi historia, en lugar de como una sombra”, reconoce.
El suceso determinó, sin duda, su vida, su interés temprano por cuestiones que están hoy en boca de todos. “Cuando comencé a abogar por su importancia, la conversación no era tan abierta. De hecho, fue todo un desafío. Hoy veo con orgullo que ese estigma se está rompiendo. No me consideraría una pionera, pero tal vez sí he tendido puentes entre el silencio que imperaba antes y el apoyo con el que contamos ahora”, relata. En mayo de 2024 el recuerdo del suicidio de su padre volvió a turbar el horizonte de Tatiana cuando su hermano, Attilio, de 53 años, desapareció sin dejar rastro en California. Ella estaba muy unida a él. “Existe la idea errónea de que los hombres necesitan afrontar sus problemas solos. Desde pequeños se les enseña que eso los hace menos hombres. Afrontar las dificultades abiertamente no es debilidad, es humano. Ese es uno de los temas que siempre he querido abordar, ya que he tenido muchas figuras masculinas en mi vida que han tomado la peor de las decisiones por no haber pedido ayuda antes”, explica sobre una labor en la que planea involucrarse más si cabe.
“Me siento profundamente comprometida con convertir Grecia en un referente mundial en bienestar integral, no solo en salud mental. También trabajo en el lanzamiento de un pódcast, donde compartiré mi historia e invitaré a otros a abrirse con honestidad, con la sanación como eje central del diálogo”, anuncia. “Estoy más abierta que nunca a explorar nuevas colaboraciones y asociaciones, en Grecia y en otros lugares, que ayuden a construir un mundo más saludable, consciente y conectado”, afirma con convicción. “La muerte de mi padre y mi propia vida me han llevado a explorar distintas formas de bienestar. De probar la acupuntura a los 13 años para tratar el insomnio a estudiar Nutrición y yoga. No me considero una experta, pero sí una eterna aprendiz dispuesta a compartir lo que me ha ayudado a mí con quien lo necesite”, concluye.
Además de su labor a favor de la salud mental y el bienestar, Tatiana Blatnik siempre ha trabajado. “Nunca he podido permitirme no hacerlo”, me confiesa. Tras estudiar en Georgetown, la misma universidad por cierto donde lo hizo su excuñado, el príncipe Pablo —que fue compañero de habitación del rey Felipe—, se desempeñó brevemente como relaciones públicas de la diseñadora Diane von Furstenberg. Después de contraer matrimonio con el príncipe Nicolás y de instalarse en Grecia, siguió desarrollando su carrera como consejera estratégica y de comunicación. “No suena muy sexy”, bromea, “pero es a lo que me he dedicado detrás de los focos, aunque la gente no lo sepa”, desvela. Esos dos talentos le son de especial ayuda en su faceta de empresaria del wellness en los países del Mediterráneo y América Latina, una tarea que desempeña además con unos valores “profundamente arraigados en la cultura grecolatina: una fusión de dos culturas que valoran la hospitalidad, la tradición y el alma”, explica.
—Hablando de sus raíces, ¿cuáles son sus recuerdos de Venezuela? ¿Qué siente sobre la situación actual del país y cómo la ve a corto plazo? ¿Están la política o la diplomacia entre sus planes de futuro?
—Venezuela me dio calidez, pasión, mi amor por la cocina, la música y, bueno, ¡mi chispa y sazón! Aunque dejé el país siendo muy joven, mi corazón nunca se ha ido del todo. Es desgarrador ver los desafíos actuales. Mi país tiene tanto potencial, pero hay tanto dolor. Creo en el poder de la diplomacia, de la empatía, de contar historias, de construir puentes. La política no está entre mis planes formales, pero si puedo usar mi plataforma para influir en los corazones y las mentes, sentiré que estoy haciendo lo que puedo al respecto.
Su amor por América Latina, por Venezuela en concreto, no es un cliché. Hasta que cumplió cinco años, Tatiana Blatnik solo hablaba castellano en casa. “Incluso en Suiza. Mi madre nos inculcó la cultura hispana e implantó las tradiciones españolas en casa. Se mudó a Marbella a los dos años. Mi abuela vivió allí hasta que falleció en 2015”, evoca. Blatnik ama España. Se siente latina. “Esa música es la que bailo cuando necesito animarme. Y no hay nada que me haga sentirme más cerca de casa que una arepa de carne mechada y un tequeño”, cuenta con desenfado esta amante de los madrugones —su jornada arranca a las seis de la mañana con un vaso de agua caliente con limón— a quien le gusta empezar el día con otro guiño a su infancia. A su identidad más temprana. “Pura, la mujer que me crio, y que acaba de cumplir 90 años, es colombiana; siempre se tomaba un café con leche y un cachito —un pan relleno de jamón—. Y tenía que echarme una pizca de café en la leche porque yo siempre tenía que hacer lo mismo que ella. Pura me enseñó a cocinar empanada de pollo y arroz, también a cantar mientras cocino. A hacerlo con amor”, cuenta. Colombia ha sido, de hecho, uno de sus últimos viajes.
Este verano se quedará en Grecia con su madre y hará una breve escapada a Italia con su madre, su hermano Boris y sus sobrinos. Allí se dedicará a lo que más le gusta: estar en familia, pasear descalza por la playa, leer y, en resumen, conectar con los demás y con ella misma para recargar energías ante un otoño lleno de desafíos. Tras dos décadas en las que ha sido la nuera perfecta y la princesa ideal para el gran público, al fin está lista para seguir siendo ella misma: Tatiana. Ni más ni menos. “Siempre me ha resultado difícil responder a la pregunta ‘¿De dónde eres?’. O incluso a ‘¿Cómo te llamas?’. Pero esa búsqueda de identidad se ha convertido en una celebración. Ya no me siento dividida entre varios mundos, sino empoderada por ellos”, razona.
—¿Todavía cree en los cuentos de hadas?
—Creo en la posibilidad de reescribirlos. La vida es más rica, más desordenada y más relevante que cualquier cuento de hadas. Hay que creer siempre en algo más grande, hay que soñar, amar y vivir con el corazón. Y recordar que uno es siempre el autor de su propia historia.
REALIZACIÓN: JOANA DE LA FUENTE
VISUALS EDITOR & PHOTO DIRECTION: REYES DOMÍNGUEZ.
PRODUCCIÓN: ANDREA VÁZQUEZ.
MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: ALBA CÓRDOBA (UNO ARTISTS).
ASISTENTES DE FOTOGRAFÍA: NANO HERNÁNDEZ Y PEDRO URECH.
ASISTENTES DE ESTILISMO: JUAN L. ASCANIO, ZULMARIS GARCÍA Y ALEJANDRA NIETO.








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