jueves, 25 de mayo de 2023

Vanessa Londoño / “La animalidad nos ayuda a restaurar la humanidad”

Vanessa Londoño, en Ciudad de MéxicoAUREA DEL ROSARIO


Vanessa Londoño: “La animalidad nos ayuda a restaurar la humanidad”

La escritora colombiana publica en México ‘El asedio animal’, su primera novela, en la que retrata la violencia en un territorio habitado por cuerpos mutilados y marginados



CONSTANZA LAMBERTUCCI
México, 26 de octubre de 2021


La vida en Hukuméiji es un sueño agotador. A una mujer sin manos la sensación la atraviesa antes de despertar: “Siento que a mis muñones les crecen un par de manos frescas, que en mi cuerpo crecen las piernas que le cortaron a Fernanda Huanci; que desde el esófago me crece el esqueleto inmune de la lengua que le cortaron a la partera muda; que desde mis cuencas resoplan el par de ojos nuevos que perdió el papá del soldado”. Allí, cerca del mar Caribe, en algún lugar del norte de Colombia, habitan cuerpos mutilados que cuando llueve, recuerdan. Y cuando llueve también ven correr el barro que arrastra animales, plantas, cadáveres. Este territorio ficticio es geografía y protagonista de El asedio animal, la primera novela de la escritora colombiana Vanessa Londoño (Bogotá, 1985).


Hukuméiji es un lugar húmedo y seco –contradictorio–, que nace junto a un río y se extiende hasta las montañas. Allí los bebés retraen los pies antes de salir del útero de sus madres. “Como si supieran”, escribe Londoño en la novela de 103 páginas (Almadía, 2021). Sentada en un café del sur de Ciudad de México, pocos días después de haber participado en la FIL de Oaxaca, explica: “Es un territorio que de alguna forma expresa lo que podría ser un país”. La autora lo describe con brutalidad a través de cuatro capítulos que no siguen una cronología. Los personajes, más bien, “transitan la intensidad de sus propios recuerdos”, apunta Londoño, que usa un lenguaje poético para abordar la violencia.

 

La memoria de esas personas aparece con la lluvia. Y llueve todo el tiempo. La autora, que además es abogada y periodista –ha escrito en la revista El Malpensante, de Colombia, en Vice, de México, o en El Faro, de El Salvador–, reconoce en su escritura la influencia del mexicano Juan Rulfo, referente del bum latinoamericano. “Después de leer muchas veces Pedro Páramo, detecté que llovía en toda la novela. Obviamente hay una búsqueda de un lenguaje similar”, explica. Pero la novela no es solo un ejercicio de memoria, aclara Londoño: “Yo quería plantear esa tensión en la que habitamos en Latinoamérica entre un ejercicio de memoria y desmemoria permanente”. Por eso, además de precipitar los recuerdos, el agua arrastra y borra.


“Tengo la sensación de que siempre que pasa algo importante llueve”, piensa una joven sin lengua. Se la cortaron los paramilitares porque se escapó antes de ser violada por el líder “que reclamaba a las niñas a penas les veía esa doble profundidad de impúber y de hembra”. Cuando la volvieron a encontrar ya no era virgen, y la mutilaron. La mujer que no puede hablar continúa su reflexión silenciosa: ”Pero a veces me pregunto si lo que sucede, en cambio, es que el acto de recordar desencadena una lluvia sobre la memoria, y que por eso las imágenes se nos devuelven siempre difusas, como vistas en un cristal empañado”.

La escritora Vanessa Londoño, en un café de Ciudad de México.AUREA DEL ROSARIO

Las vivencias de los habitantes de ese pueblo son retazos de historias reales de diferentes partes de Latinoamérica, pero sobre todo de Colombia, donde el conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) dejó hasta 2018 más de 260.000 muertos y 80.000 desaparecidos, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. En su mayoría, son historias fragmentadas, combinadas o rehechas. El único referente concreto, explica la autora, es el paramilitar Hernán Giraldo, que en la novela es ese hombre que quiere violar a todas las vírgenes de la zona. “Él representaba muy bien esa jerarquía racial, colonial, de género… En él situé ese hombre blanco que depreda la naturaleza, depreda mujeres, depreda niños”.

Londoño empezó a escribir la novela cuando el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla estaban negociando el proceso de paz. En ese momento, estudiaba en la Universidad de Nueva York la maestría en Escritura Creativa. Después ganaría el premio Aura Estrada, que le permitiría terminar esta primera novela. La concluyó en Bogotá cuando Iván Duque ya era presidente. Entonces, asegura, “se había deshecho toda posibilidad de que se implementara el proceso de paz”. A cinco años de aquello, el acuerdo avanza de forma desigual y marcado por el aumento de la violencia.

“Ese tránsito de momentos históricos en Colombia hizo que la novela se volviera sobre unos personajes que están condenados a una violencia de que es imposible escapar”, explica Londoño, menuda y de voz suave, con la mirada definida en negro. “Son fantasmas más que personajes. Pero si hay algo que los mantiene vivos es que están persiguiendo el deseo”, agrega la autora. “Están asediando un centro que siempre los está expulsando”, señala, “porque los Estados latinoamericanos están permanentemente expulsando cuerpos que no les importan”. “La animalidad”, continúa, “nos ayuda a restaurar la humanidad de esos cuerpos marginados”.


EL PAÍS





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