viernes, 26 de octubre de 2001

Isabelle Huppert / Quería mostrar la obscenidad del melodrama



Isabelle Huppert

"Quería mostrar la obscenidad del melodrama"

Isabelle Huppert logra su cima interpretativa con 'La pianista'.


Octavi Marti
26 de octubre de 2001

La pianista logró el Gran Premio Especial del Jurado del pasado Festival de Cannes y, además, le valió a su protagonista, Isabelle Huppert, su segundo premio de interpretación en Cannes. La actriz francesa, nacida en París en 1955, asombró al jurado y a la crítica al conseguir dar humanidad y espesor al personaje de Erika Kohut, una profesora de piano masoquista que, a priori,hubiera debido pasar a formar parte de la galería de locos irrecuperables por los que el público no siente otra curiosidad que la que puedan inspirar los desastres que causan.

La pianista logró el Gran Premio Especial del Jurado del pasado Festival de Cannes y, además, le valió a su protagonista, Isabelle Huppert, su segundo premio de interpretación en Cannes. La actriz francesa, nacida en París en 1955, asombró al jurado y a la crítica al conseguir dar humanidad y espesor al personaje de Erika Kohut, una profesora de piano masoquista que, a priori, hubiera debido pasar a formar parte de la galería de locos irrecuperables por los que el público no siente otra curiosidad que la que puedan inspirar los desastres que causan. 'Cuando se acepta interpretar un personaje es imposible no interesarse por él, no intentar defenderlo, no encontrarle otros puntos de interés más allá de los que propone la historia', dice Isabelle Huppert.
Para la actriz, no se trata de una cuestión de profundización psicológica o de inventarle un pasado al personaje. 'No me preocupé por la infancia de la protagonista, aunque no sea demasiado difícil imaginarla. Tampoco leí el libro de Elfriede Jelinek, en el que se basa la película. Nunca lo hago. Los leo luego, una vez terminado el filme. Lo que necesito saber está en el guión, en el plató y en mí misma'.
En La pianista, Erika malvive con su madre, interpretada por Annie Girardot, que piensa en ella como una futura gran solista cuando, cumplidos los cuarenta, sólo es una muy exigente profesora de conservatorio. Erika, cuando sale de clase, visita los peep-shows de la ciudad, o se automutila. La irrupción de un joven pianista, Walter Klemmer, encarnado por Benoît Magimel, va a hacer explotar esa bomba fría en que se había convertido Erika.

Sin control

'El filme es una historia de control y de pérdida de control', continúa Huppert. 'Erika cree que aún controla algo cuando en realidad ya todo se le ha escapado de las manos'. Sobre el papel, eso podría permitir una serie de situaciones cómicas, convertirse en una comedia: 'Sí, pero el tono es otro. En el libro, la autora opta por el sarcasmo y la película prefiere la ironía. Es cierto que, visto desde lejos, todo ese patetismo tiene algo de risible. Michael Haneke se reía de ello. Para él, estamos en plena parodia del melodrama. La pianista respeta todas las convenciones de dicho género pero enseñando al mismo tiempo lo que hay detrás del decorado. Queríamos mostrar la obscenidad, lo que se oculta detrás de las grandes palabras, de lo sublime, del amor, del arte'.

Aunque todo parecía estar en el guión, éste ocultaba un dato supuestamente fundamental: el final de la historia. 'El guión daba a entender que Erika moría, que se suicidaba justo antes de su primer gran concierto, que una vez más se automutilaba y se negaba a afrontar sus problemas. En un melodrama clásico ella debería morir pero Haneke es un cineasta moderno y Erika abandona el decorado, sale del plano, con el puñal clavado en el pecho y un pequeño hilo de sangre que mancha su ropa blanca. Ese hilillo de sangre es menos un signo de herida que un rastro de vida, de que por fin algo fluye, de que el director decide salvarla y, quién sabe, quizá le permita empezar de nuevo'.
La pianista se rodó en francés a pesar de transcurrir en Viena: 'Los estadounidenses hacen hablar a Van Gogh en inglés y nadie se lo reprocha'. Esa falta de fidelidad idiomática no se traduce en una ciudad falsa o turística. 'La Viena que Haneke enseña no es la de los valses, la de las pastelerías o el Prater, sino una Viena moderna, muy americanizada, pero la relación con la música, la importancia que le conceden, la sabiduría que demuestran los personajes hablando de Schubert, todo eso sí es profundamente vienés. Lo que era imposible era situar ese personaje en el conservatorio de París, por ejemplo, porque su atmósfera hubiera hecho los diálogos mucho más increíbles que el idioma'.

Violencia

La pianista escandalizó por su manera de abordar el sexo, pero también por la violencia física de las relaciones entre Erika y su madre, o entre Erika y Walter. 'Todas las acciones, todo lo que era físico, lo ensayamos mucho y lo repetimos aún más. El sexo y la violencia, su representación, plantean muchos problemas. Para Haneke, era muy importante dejar un espacio importante para la imaginación del espectador, que él tuviera que completar lo que veía. Eso hace aún más duras las situaciones porque te implicas. Y no hay que olvidar tampoco esa idea de que cuanto más vemos, menos creemos. El exceso de realismo acaba por hacer desaparecer la realidad. En el guión y en los primeros ensayos todo era más explícito pero, luego, Haneke nos pedía un trabajo sistemático de reducción, de destilado'.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de octubre de 2001

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