jueves, 25 de octubre de 2001

El pequeño editor y el Nobel


V.S. Naipaul


El pequeño editor y el Nobel

Publicar a determinados autores indiscutibles no siempre es una historia con final feliz, como ha ocurrido con el último Nobel de Literatura. A veces se queda en una aventura que el público pulveriza.


ÁNGEL LUCÍA
25 OCT 2001


En la década de los años setenta y ochenta, un pequeño grupo de escritores de lengua inglesa que no habían llegado a la fama de Graham Greene, Malcolm Lowry o Lawrence Durrell llamó la atención de algunos editores españoles. Autores tan diversos como Anthony Burgess, Kingsley Amis, Alan Sillitoe, Iris Murdoch, Alan Paton, Ruth Prawer Jhabvala, William Golding, Nadine Gordimer, V. S. Naipaul... fueron publicados por Seix Barral, Destino, Alianza, y otras editoriales, y muchos de ellos por Editorial Debate. Todos los citados en el segundo grupo, menos Nadine Gordimer y William Golding, fueron publicados por Debate. Miguel Street, de Naipaul, en 1981.
Aquí tengo que evocar la figura de mi amigo y compañero Francisco Pabón, fallecido después en 1988, con quien mantenía entonces acaloradas discusiones sobre qué autores publicar o no. No es adecuado hablar de que descubriéramos a Naipaul, pues ya había sido publicado, sino de decisiones editoriales basadas en la sensibilidad del editor, en su necesidad de editar libros significativos. Luego, la respuesta del público mantenía o pulverizaba esas ilusiones. No recuerdo el éxito de ventas de ninguno de esos autores, excepto el de algunos libros de Anthony Burgess o William Golding. Fuimos publicando con cuentagotas nuevas obras de todos ellos, dada su escasa difusión, pero conservábamos en el catálogo las obras publicadas.
Hubo, sin embargo, un autor por el que mantuve un interés continuado, una convicción firme: Vidia Naipaul. Recuerdo el gran disgusto que supuso no poder contratar ninguna otra obra suya debido al bloqueo al que sometía a sus traducciones al castellano su entonces agente literaria. Nuestra suerte cambió cuando apareció en escena su nueva agente, Saly Riley, hada madrina que después de mucha insistencia hizo posible la contratación de seis obras. ¡Seis obras nada menos! Todo supeditado a un encuentro personal con Naipaul y a su supervisión de las traducciones.
El encuentro tuvo lugar en su apartamento de Londres, en octubre de 1994. Me habían hablado de su difícil carácter, y de lo exigente que era sobre el conocimiento de su obra, e iba un poco temblando, claro. Me pareció un hombre tranquilo, algo melancólico. Me habló de su obra y me recomendó la lectura de un ensayo de Proust, pero sobre todo me contó la historia de una hermosa lámpara modernista que lucía en un aparador, hizo una foto de la lámpara y me emplazó a que le investigara sobre su procedencia en Cataluña.
Después vino la agonía de las traducciones. Francisco Páez de la Cadena había ya traducido Miguel Street, y abordó la versión castellana de su nueva obra, Un camino en el mundo (1995). Un trabajo duro y difícil para una excelente traducción, que mereció la aprobación del autor después de largas discusiones, y que presentó en Madrid en mayo de 1995. Nunca supe cómo controlaba Naipaul las versiones al castellano, pues no lo hablaba, aunque no pude dejar de presentir que de alguna forma lo entendía. Luego llegó Flora Casas, y la misma agonía. Flora trabajó con él en Londres, y con el tiempo llegaron a esa compenetración que tienen hoy y que garantiza el futuro de sus traducciones. El enigma de la llegada (1996), India, una civilización herida (1997), Una casa para el señor Biswas(1999), y La pérdida de El Dorado (2001) han sido todas traducidas por Flora Casas. Están todas disponibles y pueden ustedes juzgarlas por sí mismos, más allá del carácter y la ideología atribuidos al autor.
Ésta es una historia editorial con un final feliz, que empezó con un editor pequeño y acabó en un gran grupo editorial. Pero no siempre ocurre así: decenas de editores responsables e ilusionados apuestas por autores y los mantienen en sus catálogos hasta el límite de sus fuerzas. Lo hacen por una convicción, que es la esencia de su trabajo. La mayoría siquiera espera a verse un día bendecidos por el Premio Nobel.
Ángel Lucía es fundador de Editorial Debate. Actualmente dirige el sello Areté.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de octubre de 2001




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