Bruno Ganz como Hitler |
El Hitler de Bruno Ganz conmociona a los alemanes
Los críticos encumbran al actor y se dividen respecto a 'El hundimiento', de Hirschbiegel
Berlín 17 SEP 2004
La película Der untergang (El hundimiento), dirigida por Oliver Hirschbiegel y producida por Bernd Eichinger, que relata los últimos 12 días de Adolfo Hitler en el búnker en Berlín al final de la II Guerra Mundial, se estrenó ayer en Alemania en medio de una catarata de debates y con división de opiniones entre la crítica. No obstante, reina casi total unanimidad en reconocer el papel destacado del actor suizo afincado en Alemania Bruno Ganz en su interpretación de Hitler. El escritor Joachim Fest, autor del libro El hundimiento, que sirvió de base al guión, resumió en dos palabras la actuación de Ganz: "Es Hitler".
Al final de la proyección de la película unos textos dan cuenta del destino de sus protagonistas, de los que vivieron en el búnker el hundimiento del nazismo, el suicidio de Hitler y el terrible asesinato de los seis hijos de Joseph Goebbels, cometido por su fanática madre Magda, que no quería que sus vástagos viviesen en un mundo sin nacionalsocialismo. La casi totalidad de los testigos han muerto: suicidados, ejecutados tras el proceso de Nuremberg, en el cautiverio en la Unión Soviética o en la cama.
La película llega casi 60 años después de los hechos reales, cuando en Alemania parecían agotados ya todos los ejercicios espirituales de exorcizar el pasado y afrontar la propia historia. El filme se estrenó ayer con 400 copias en medio de una Alemania en crisis con elementos inquietantes como un incremento de la protesta social y el desencanto de amplios sectores de la población, sobre todo en el este. Se ponen en tela de juicio principios básicos del sistema democrático y casi el 50% de la población se refugia en la abstención electoral. El este alemán, donde al nazismo sucedió una dictadura prusiano-estalinista que duró más de 40 años, expresa su protesta y desencanto con el voto por el partido heredero de los comunistas y hasta se advierte un cierto auge de la ultraderecha con cierto tufo neonazi.
En este contexto llega la película de Eichinger, Hirschbiegel y Ganz que ha costado 14 millones de euros y se rodó en la ciudad rusa de San Petersburgo, donde se reproducen los exteriores del Berlín del final de la guerra, y en el búnker de Hitler, reconstruido en los estudios de Múnich. El guión se basa en la obra de Fest y en el libro de memorias Hasta la última hora, en el que Traudl Junge, la secretaria de Hitler, relata sus experiencias desde su llegada con 22 años al puesto hasta su salida del búnker.
La figura de Junge sirve de hilo conductor desde el inicio de la película con su primer contacto con un Hitler que se presenta como un jefe simpático y comprensivo, con el nerviosismo propio de esa joven de 22 años que aspira al puesto de secretaria. El final de la película es un añadido de un documental con Junge en el que la secretaria realiza una especie de autocrítica sobre su pasado al relatar cómo un día en Múnich, donde falleció hace dos años tras la publicación de sus memorias, se encontró con una placa conmemorativa de dos chicos héroes de la resistencia, los hermanos Scholl, ejecutados en 1942 por repartir en la universidad panfletos contra el nazismo. Junge se dio cuenta de que los ejecutados tenían la misma edad que ella cuando comenzó su trabajo con Hitler y "en ese momento sentí que no es ninguna disculpa haber sido joven entonces".
El gran personaje que devora con su interpretación a todos los otros y los reduce a una condición casi de extras es Bruno Ganz. La interpretación de este icono del teatro y del cine alemán está llamada a entrar en los anales de la cinematografía. Para ello, Ganz estudió tres meses la literatura sobre el tema, tomó clases del acento austriaco de Hitler con un actor de Linz, cerca del pueblo natal del Führer, y visitó una clínica de enfermos de Parkinson para mimetizar sus movimientos de manos temblorosas. El resultado es espléndido porque el papel de Hitler, así lo quería el guión, no es el de un monstruo, sino el de un personaje de carne y hueso que acaricia a los niños de Goebbles y a su perra Blondi, se muestra amable con su entorno personal y alaba un plato de espaguetis poco antes de su suicidio. El riesgo de ofrecer esta visión de Hitler es enorme en un país que, por imperativos categóricos, está obligado a actos de contricción, dolor de corazón y propósito de enmienda.
En dos horas y media, que se consumen como en un suspiro, la película ofrece un espléndido relato cinematográfico del Berlín exterior donde mueren los niños en defensa de la ciudad frente a los rusos que avanzan y donde todavía se ejecuta a los desertores horas antes del final. Bajo tierra, el microcosmos de Hitler y su entorno en el búnker. El estreno de la película ha hecho correr ríos de tinta en la prensa y ocupado muchas horas de debates y entrevistas en la televisión. Como no podía ser de otra forma, la crítica se divide. El prestigioso y temido jefe de las páginas de cultura del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Frank Schirrmacher, publicó casi una sábana completa titulada "El segundo descubrimiento de Adolfo Hitler". En un subtítulo resume que, "con riesgo y premio" los autores "hacen visible lo que hasta hoy día nos persigue". Schirrmacher centra su crítica y elogios, además de en Ganz, en el papel del productor y guionista Eichinger, un producto del pijerío muniqués que "ha conseguido lo que nadie había logrado: descubrió por segunda vez a Hitler. Él, por extraño que parezca, ha hecho por primera vez controlable a Hitler. Por primera vez es posible situar a Hitler en un contexto que no nos han prescrito de forma póstuma". Añade Schirrmacher: "Sin Bruno Ganz esto habría sido impensable, pero éste es sólo un aspecto de la inteligencia de la obra".
Entre las críticas negativas llama la atención la del Spiegel Online, la edición digital del semanario que hace un mes ya había dedicado en la edición impresa la portada y 20 páginas a la película. Spiegel Online llega a la conclusión de que "su necesaria renuncia ante toda calidez, épica e interpretación hace de El hundimiento una película, en definitiva, superflua. Para la banal comprensión de que en lo humano existe la maldad no habría sido necesaria una cara producción cinematográfica de 14 millones de euros que en la pantalla grande resulta tan plana e inofensiva como una serie de dos entregas en la televisión".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 17 de septiembre de 2004
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